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Ropa agroecológica para proteger el mar

El plástico es un material tan utilizado que ya cada vez menos recuerdan los tiempos en los que las muñecas eran de porcelana y las botellas de leche, retornables. Aún queda gente de esa época, no obstante, pues su aparición en masa data tan sólo de los años 50. Barato y maleable, su uso desechable masivo y la falta de previsión para tratar un material que la biosfera no puede reintegrar en sus ciclos hace que inevitablemente acabe en la alcantarilla del mundo: el océano. Los plásticos plantean un problema ambiental tan grande, tan en aumento y con tantos aspectos cruzados que hasta los gobiernos mundiales, reunidos bajo la Asamblea General de la ONU, ya han llamado a la acción.

Los seres humanos somos muy visuales, y los científicos no somos para menos. No es extraño que, sobre este problema, la atención haya estado centrada en la parte más visible del problema: bolsas de plástico o restos de envases que se acumulan en diversos animales, o que acaban lavados en playas de zonas de alto valor natural. Las acciones para resolver el problema que está más frente a nuestros ojos se multiplican, y entre otras surgen iniciativas para reciclar estos residuos en fibra textil (poliéster, acrílico), siguiendo los principios de la economía circular. Pero lo que el ojo no ve, los microplásticos, plantea un serio problema de sostenibilidad a la larga, pues podemos estar aplazando el problema en vez de solucionarlo.

Se está alertando cada vez más de componentes necesarios para la acción abrasiva de ciertos cosméticos (cremas exfoliantes, pasta de dientes). Se comenta además que la degradación de los plásticos de gran tamaño acaba inevitablemente produciendo microplásticos. Sin embargo, evidencia científica reciente ha descubierto que las fuentes más preocupantes de los mismos resultan del lavado de prendas artificiales. En cada lavado liberamos a los torrentes de agua millones y millones de microfibras que superan las barreras de las depuradoras y acaban inevitablemente en el mar. En concreto, aquellas prendas que muestran más densidad, como los forros polares, son fuentes tremendas de microplásticos, capaces de alterar el metabolismo de los animales marinos y con probada capacidad de atravesar las membranas celulares. La multitud de fuentes de plástico que manejamos, además, implica que tendremos este problema durante cientos o miles de años, y eso aunque actuemos para que no se haga aún mayor, cosa que de momento no estamos haciendo.

¿Qué solución hay? De momento se está investigando para lograr filtros en las depuradoras que sean capaces de atraparlos, a base de mucosa de medusa, o bien recubrir los tejidos artificiales con polisacáridos para evitar el desprendimiento de las fibras. Pero parecen las típicas soluciones tecnológicas, caras y complejas, a un problema provocado por innovaciones tecnológicas, estrategia que ya conocemos en otros campos y que no suele dar buen resultado. Sin embargo, las prendas de fibras artificiales son de hace muy poco tiempo, así que tiene que haber otra forma de vestirse que no cause tantos problemas…

Las fibras naturales, una vez producidas, tienen claramente muchas ventajas desde el punto de vista ambiental, pues son 100% biodegradables. Provienen de la agricultura sobre todo el algodón, en menor medida el lino y el cáñamo, e indirectamente la seda, todas ellas indicadas para vestimenta fresca. Su mayor problema es el impacto a la hora de producirlas, especialmente bajo un modelo de agricultura industrial. Aparte de la roturación del suelo derivada de cultivar, tendremos fenómenos de acaparamiento de tierras, alto uso de pesticidas y fertilizantes inorgánicos y una elevada huella ecológica por producirse en sitios lejanos y comercializarse también como commodity global. De ahí que algunas iniciativas de reutilización de poliéster en tejidos también incluyan un porcentaje de algodón reciclado en su producción. Pero no se debe de olvidar que no todo es producción industrial, y que la agricultura también se puede hacer de forma más sostenible. La agroecología ofrece alternativas para producir fibras vegetales con un menor impacto en la biodiversidad, beneficiando el desarrollo rural y reduciendo las consecuencias en el cambio climático. Es de esperar, además, que los resultados de los ultrasofisticados tejidos deportivos profesionales que se fabrican ahora mismo con fibras artificiales se puedan conseguir, con un poco de investigación, también con fibras vegetales.

Respecto a prendas más calientes, la alternativa está claramente en las fibras animales. Las estupendas propiedades caloríficas de la lana han justificado la importancia histórica de las ovejas merinas en España, especialmente por el escaso grosor de su fibra que hace que no pique. Aquí, la tecnología sí ha evolucionado claramente desde un confortable pero pesado jersey de lana, y las cualidades de la lana son tan excepcionales que en las prendas profesionales de montañismo la lana es superior al sintético en la mayoría de los aspectos, aunque a un precio mayor. En cuestiones ecológicas, y aparte del hecho de que la lana sea biodegradable, la ganadería extensiva es un modelo excelente tanto para la biodiversidad como para el desarrollo rural. Mantiene funciones clave para los ecosistemas, fundamentales también para luchar contra el cambio climático o proteger contra la degradación del suelo, y crea valor añadido en zonas marginales que puede contribuir a evitar la despoblación de las zonas con más baja densidad poblacional. Pese a tan enorme potencial, ahora mismo el precio de la lana queda muy lejos de cubrir los costes de la esquila. Es por eso que se buscan todo tipo de alternativas para usarla y darle algo de valor, incluso como aislante en edificaciones. Un precio tan bajo de la lana viene dado precisamente por tener que competir con las fibras artificiales, que son tan baratas de producir, y porque la producción de lana no se puede ajustar a la oferta (a las ovejas hay que esquilarlas aunque no se venda la lana). Pero es obvio que estamos ante una distorsión muy grande del mercado si son las prendas de abrigo con alta densidad de fibras artificiales (forros polares y demás) las que están causando unas externalidades de consecuencias potencialmente muy graves. Un tipo de prenda, además, con uso particularmente frecuente precisamente entre el colectivo ecologista.

El futuro de los plásticos plantea una encrucijada a la humanidad. Un material que no es biodegradable, y cuya degradación fisicoquímica desemboca en micro y nanoplásticos de peligrosidad aún mayor, debe plantear una acción muy urgente. Desde la ecología tenemos ejemplos de las funestas consecuencias de introducir materiales que, incluso siendo orgánicos, no son degradables localmente, como pasó en Australia con las boñigas de vaca antes de que se introdujesen artificialmente los escarabajos peloteros. En el cine también tenemos una representación de colapso global si se detienen los procesos naturales de reciclaje de la materia, en la brillante Wall-E de Pixar.

Personalmente no espero que todos corramos a hacer una pira con todos los forros polares de nuestro armario. Además, en el mercado no es fácil, en este momento, encontrar ropa deportiva hecha con fibras naturales. Pero la evidencia creciente en torno a lo problemático de las fibras artificiales debería crear un cambio de paradigma. En primer lugar, en torno al alcance de las iniciativas de reutilización de basura plástica en ropa, que si bien son nobles y bien intencionadas, están bastante limitadas. Y en segundo lugar, respecto al apoyo político a las iniciativas agroecológicas, en un momento tan sensible como el actual en el que se está discutiendo la reforma de la Política Agraria Común. El apoyo que se está dando a la ganadería intensiva a expensas de la extensiva, o la timidez a la hora de asumir la PAC como un instrumento de potenciación de los cultivos agroecológicos, hace pensar que podríamos llegar mucho más lejos de lo que se plantea. No son solo los cultivos. Son nuestros mares, nuestra sal y nuestra comida. Nuestra medio ambiente y nuestra salud. Nosotros, en definitiva.

El plástico es un material tan utilizado que ya cada vez menos recuerdan los tiempos en los que las muñecas eran de porcelana y las botellas de leche, retornables. Aún queda gente de esa época, no obstante, pues su aparición en masa data tan sólo de los años 50. Barato y maleable, su uso desechable masivo y la falta de previsión para tratar un material que la biosfera no puede reintegrar en sus ciclos hace que inevitablemente acabe en la alcantarilla del mundo: el océano. Los plásticos plantean un problema ambiental tan grande, tan en aumento y con tantos aspectos cruzados que hasta los gobiernos mundiales, reunidos bajo la Asamblea General de la ONU, ya han llamado a la acción.

Los seres humanos somos muy visuales, y los científicos no somos para menos. No es extraño que, sobre este problema, la atención haya estado centrada en la parte más visible del problema: bolsas de plástico o restos de envases que se acumulan en diversos animales, o que acaban lavados en playas de zonas de alto valor natural. Las acciones para resolver el problema que está más frente a nuestros ojos se multiplican, y entre otras surgen iniciativas para reciclar estos residuos en fibra textil (poliéster, acrílico), siguiendo los principios de la economía circular. Pero lo que el ojo no ve, los microplásticos, plantea un serio problema de sostenibilidad a la larga, pues podemos estar aplazando el problema en vez de solucionarlo.