Yo tengo un amigo que cualquier debate sobre la persistencia de la especie lo zanja con la palabra extinción. Es su ley de Godwin particular. Incluso cuando el tema es la nostalgia por la revolución: “La mejor revolución sería la extinción”, se atrevió a decir un día. A mi amigo no le pregunté ayer su opinión sobre las palabras del ministro del Interior, Jorge Fernández Diaz, no fuera a defenderlo a su manera y me obligara a liquidar por cierre la amistad.
Lo cierto es que a mi amigo argumentos no le faltan. Leí las declaraciones del ministro, que por estúpidas se rebaten por sí solas, mientras visionaba el primer episodio, quizás era el siguiente, de la segunda temporada de Black Mirror. La serie muestra una suerte de dramáticas situaciones que ahora consideramos inviables pero que, según su creador, Charlie Brooker, podrían ocurrir si nos despistamos con la adicción a las nuevas tecnologías, que de nuevas tienen lo mismo que yo de neonato.
Charlie Brooker explicó su serie hace no mucho en un artículo en The Guardian. Para justificarla, entre otras cosas, escribió: “Hoy hacemos cosas que hace cinco años apenas habrían tenido sentido para nosotros”. Se refería a cosas como ojear Twitter incluso antes de levantarnos. O hablar con nuestro teléfono móvil. Brooker puso como ejemplo Siri, una tecnología que ahora llevan los iPhone y a quien, y ya ven que digo quien, puedes preguntarle, qué sé yo, dónde está el restaurante más barato de la zona. “Pulsas un botón y dices algo como pon la alarma a las ocho de la mañana o recuérdame que llame a Gordon más tarde, y Siri te responde ok, haré eso por ti”. No sé ustedes, pero yo veo en esa respuesta el perfecto desencadenante de mil noches de insomnio.
A mí de siempre la ficción tan evidente me causó unos brotes de realidad insoportables. De ahí que dejara de ver Pérdidos o que Black Mirror la viese agazapado bajo las sábanas. Hasta hace nada, cuando me preguntaban qué me parecía la serie respondía que una mierda, pero lo hacía por el terror que me causaba pensar en su posible carácter predictivo. Llegados a este punto, y para evitar ser espoleado, lo mejor es que vean la serie y entonces quizás podamos reunirnos con mi amigo y dejar que se explaye en su teoría. Por valorar todas las opciones, vaya.
Yo tengo un amigo que cualquier debate sobre la persistencia de la especie lo zanja con la palabra extinción. Es su ley de Godwin particular. Incluso cuando el tema es la nostalgia por la revolución: “La mejor revolución sería la extinción”, se atrevió a decir un día. A mi amigo no le pregunté ayer su opinión sobre las palabras del ministro del Interior, Jorge Fernández Diaz, no fuera a defenderlo a su manera y me obligara a liquidar por cierre la amistad.
Lo cierto es que a mi amigo argumentos no le faltan. Leí las declaraciones del ministro, que por estúpidas se rebaten por sí solas, mientras visionaba el primer episodio, quizás era el siguiente, de la segunda temporada de Black Mirror. La serie muestra una suerte de dramáticas situaciones que ahora consideramos inviables pero que, según su creador, Charlie Brooker, podrían ocurrir si nos despistamos con la adicción a las nuevas tecnologías, que de nuevas tienen lo mismo que yo de neonato.