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Haneen Harara, periodista en Gaza: “Nos prometieron que nuestro desplazamiento sería temporal, fue una promesa falsa. Ahora la historia se repite”

Haneen Harara

Gaza —

Hace alrededor de 100 días, la gente del norte de Gaza y la ciudad de Gaza recibió una orden de las fuerzas israelíes para que abandonaran sus hogares y se dirigieran al sur. Recuerdo que la gente ni siquiera podía creer que tantísimas personas pudieran llegar allí y vivir hacinadas. Hoy es una realidad.  

Mi familia y yo nos vimos obligados a trasladarnos a un edificio familiar donde muchas otras familias, que habían sido desplazadas desde el comienzo de la violencia, se refugiaban de los ataques. Durante los primeros días, los vecinos y vecinas solían ayudarse para aliviar las extremas necesidades y sobrevivir en esas pésimas condiciones. Algunos proporcionaban agua, otros comida y otros la energía para cargar las baterías de los dispositivos, mientras la electricidad y el agua se acababan por los cierres de los cruces y el incipiente asedio israelí. 

100 días después, la población está hambrienta. Quienes no mueran por los ataques israelíes, morirán de hambre. Actualmente, hay 1,9 millones de desplazados internos, la gran mayoría dependen de la ayuda de la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina, UNRWA, para sobrevivir. Pero no es suficiente.  

Si vives en Gaza, sabes que tienes que tener preparada una bolsa con tus cosas para momentos urgentes, como el del estallido de una escalada. Tienes que salir de tu casa e intentar sobrevivir en un lugar desconocido. Cada niño, madre, padre y abuelo lleva su bolsa mientras huyen de la muerte en camionetas, a lomos de burros o a pie. Pero la muerte está en todos lados, también en el sur, y en el camino allí. Mientras miles de personas recorrían a pie la carretera de Salah Aldeen, al este de Gaza, los tanques israelíes avanzaban por esa misma carretera; otros miles de personas decidieron huir por la carretera marítima del oeste, desde donde podían ver a los buques de guerra israelíes en el mar y, por encima de todos ellos, la amenaza constante de los aviones de combate. Escapaban de la muerte a través de un camino de muerte, hacia un lugar desconocido donde sólo encontrarían más muerte. 

Durante mi éxodo, mi familia y yo nos dividimos en grupos. Algunos por la calle Salah Aldeen y otros por la carretera marítima. Recuerdo pensar constantemente, ¿se tratará de una nueva Nakba como ocurrió en 1948? Mientras me sumía en mis pensamientos, a unos pocos metros, las fuerzas israelíes atacaron un automóvil. No sentía mis oídos por el sonido de las explosiones y tengo los gritos de la gente grabados en mi memoria.  

Llegamos a la ciudad de Rafah después de varias horas de trayecto. Caminamos por la calle sin tener ni idea de adónde ir. Alrededor de 50 personas permanecimos juntas sin suficiente agua, comida, conexión a red eléctrica ni internet. Recuerdo que me sentía entumecida y no podía respirar bien. Me sentía débil. Mi respiración se debilitaba, mis lágrimas caían, estaba desconsolada. Mi corazón estaba destrozado pero mi voz interior me decía que había una esperanza, una oportunidad, un sueño esperando ser alcanzado: una vida entera esperando ser vivida.  

100 días después esa esperanza se desvanece.  

Habernos desplazado forzosamente de nuestros hogares es un crimen, el mismo que tras la Nakba provocó que el 70% de la población de Gaza viviera en campamentos de refugiados y refugiadas hasta hace unos meses. Ahora la situación es mucho peor. La comunidad internacional está contemplando un segundo desplazamiento masivo. El alto el fuego no llega y el bloqueo y asedio permanece.   

Hasta 1,9 millones de personas o más del 85% de la población han sido desplazadas a un tercio del territorio. Algunas de ellas muchas veces. Las familias se ven obligadas a mudarse repetidamente en busca de seguridad. Casi 1,4 millones de desplazados internos se refugian en 154 instalaciones de UNRWA. Los movimientos de población cada vez más al sur siguen siendo constantes. 

Una vez nos prometieron que la situación de la población refugiada de Palestina resultante de la Nakba de 1948 sería temporal. Nos prometieron que nuestro desplazamiento sería temporal, fue una promesa falsa. Ahora la historia se repite.  

Hace alrededor de 100 días, la gente del norte de Gaza y la ciudad de Gaza recibió una orden de las fuerzas israelíes para que abandonaran sus hogares y se dirigieran al sur. Recuerdo que la gente ni siquiera podía creer que tantísimas personas pudieran llegar allí y vivir hacinadas. Hoy es una realidad.  

Mi familia y yo nos vimos obligados a trasladarnos a un edificio familiar donde muchas otras familias, que habían sido desplazadas desde el comienzo de la violencia, se refugiaban de los ataques. Durante los primeros días, los vecinos y vecinas solían ayudarse para aliviar las extremas necesidades y sobrevivir en esas pésimas condiciones. Algunos proporcionaban agua, otros comida y otros la energía para cargar las baterías de los dispositivos, mientras la electricidad y el agua se acababan por los cierres de los cruces y el incipiente asedio israelí.