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6 de agosto de 2021 05:00 h

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Es 19 de abril de 2021. Al otro lado de la pantalla está el rostro de Walaa, una joven gazatí de 24 años. Walaa me cuenta sus recetas favoritas, cómo son las comidas familiares y esos días de reuniones entre platos para el último capítulo del podcast Inshallah. Los ingredientes que faltan para preparar un plato, por qué ella ya no cocina igual que su abuela, qué supone vivir bajo un bloqueo: estamos charlando sobre comida pero en realidad estamos hablando del día a día en Gaza.

Entre platos de kibbeh, maftoul o ka´k conozco a una chica muy alegre, apasionada por la comida, a la que le encanta cocinar, y que consiguió salir de la Franja de Gaza y vivir en Polonia, dónde estudió. Al otro lado de la pantalla hay una mujer joven con ganas de vivir y de compartir ratos como el que estamos teniendo durante esta charla, con gente de fuera de la Franja como yo.

A través de la pantalla veo la habitación de una joven, con posters, cuadros y paredes en tonos pastel. No deja de sonreír mientras hablamos de comida y me confiesa entre risas que la cocina polaca es la que menos le gusta. Entre el gusto compartido por el aceite de oliva y los frutos secos me doy cuenta de que a ambos lados del Mediterráneo las coincidencias son más que las que puedan parecer a simple vista.

Menos de un mes después de aquella entrevista Israel comenzó una de las peores ofensivas sobre la Franja de los últimos años, que duró 11 días y dejó casi 260 muertos, de los cuales 66 eran niños y niñas y más de 1.900 heridos. A estos hay que sumar 113.000 personas desplazadas. Todos hemos podido ver las imágenes de los edificios destruidos, de familias rotas por el dolor, de las bombas iluminando las noches de Gaza.

Mientras escribo estas palabras, aún no he conseguido tener una respuesta de Walaa para saber si está bien, si su familia consiguió salvarse de las bombas, si ha vuelto a cocinar o si pudo celebrar el último Eid Al Adha (Celebración del Sacrificio y una de las mayores fiestas del islam).

Retrocedamos en el tiempo. Es 2 de diciembre de 2020. Otra pantalla. Estoy hablando por videoconferencia con Juana Ruiz, española de 62 años y coordinadora de proyectos en la ONG palestina Comités de Trabajo para la Salud, quiero entrevistarla para conocer más sobre la navidad ortodoxa para un capítulo que finalmente se quedó en el tintero. Juana vive en una ciudad muy cerca de Belén y su marido y su familia son cristianos ortodoxos. La conversación es una excusa perfecta para conocer las tradiciones de unas fechas tan señaladas para la cristiandad y más en la ciudad que, supuestamente, vio nacer a Jesús de Nazaret.

Entre las tradiciones, platos típicos de esas fechas y los diferentes rituales cristianos, me cuenta lo complicado que es vivir en la zona: continuos controles, chequeos, presencia militar...incluso en zonas sagradas como es Belén. El día a día para todos los ciudadanos de Cisjordania tiene un protagonista: el ejército de Israel. Y, como me cuenta Juana, poco importa aquí que seas cristiano o musulmán. Poco importa que sean días de fe y celebración para los creyentes -como la navidad que está al caer-.

Juana me cuenta con mucha nostalgia sus días en España, cómo echa de menos a sus hijos, que viven fuera de Palestina, y de cómo son de diferentes las celebraciones en ambos sitios. En esa conversación conozco a una mujer que se fue a Palestina por amor y se quedó por convicción, para sacar una familia adelante y para ayudar en una sociedad golpeada por los vaivenes de la geopolítica y los ejércitos.

Unos meses después de aquella entrevista, el martes 13 de abril de 2021 a las 5.45 de la mañana, más de 20 soldados israelíes se presentaron en su casa, en Beith Sahur, cerca de la ciudad de Belén. Desde entonces lleva en prisión, acusada por la justicia militar israelí de «pertenencia a una organización ilegal», «participación en actividades de una organización ilegal» y «formar parte de la junta directiva de una organización ilegal», entre un total de cinco cargos. Está previsto que el 10 de agosto se produzca definitivamente un juicio que se ha aplazado en varias ocasiones.

Estas son solo las historias de dos personas que nos acerca el podcast Inshallah. Historias que, en muchas ocasiones, si no las hubiésemos grabado, se perderían en un control militar, en una detención aleatoria, en un bombardeo. Ese es el día a día de gente que normalmente no podemos escuchar. Son situaciones alejadas de lo que estamos acostumbrados, de la actualidad más inmediata, de la declaración del político de turno, de la última polémica en los platós de televisión. Estas son historias reales, narradas en primera persona, historias que merecen ser contadas y, sobre todo, merecen ser escuchadas.

Es 19 de abril de 2021. Al otro lado de la pantalla está el rostro de Walaa, una joven gazatí de 24 años. Walaa me cuenta sus recetas favoritas, cómo son las comidas familiares y esos días de reuniones entre platos para el último capítulo del podcast Inshallah. Los ingredientes que faltan para preparar un plato, por qué ella ya no cocina igual que su abuela, qué supone vivir bajo un bloqueo: estamos charlando sobre comida pero en realidad estamos hablando del día a día en Gaza.

Entre platos de kibbeh, maftoul o ka´k conozco a una chica muy alegre, apasionada por la comida, a la que le encanta cocinar, y que consiguió salir de la Franja de Gaza y vivir en Polonia, dónde estudió. Al otro lado de la pantalla hay una mujer joven con ganas de vivir y de compartir ratos como el que estamos teniendo durante esta charla, con gente de fuera de la Franja como yo.