Crítica
'Anatomía de un escándalo': Netflix adapta la novela en una serie que tiene aires de telefilm
Los escándalos británicos siempre han resultado bastante atractivos para el público. The Crown es el ejemplo perfecto de lo mucho que interesan las intrigas políticas y palaciegas que ocurren a orillas del río Támesis. Y Un escándalo muy inglés también reflejó con maestría (y un toque de comedia sutil pero muy apropiado) la relación entre los diputados de Westminster y la prensa sensacionalista que hará lo que haga falta para hurgar en las miserias de los dirigentes.
El thriller político es un género bastante manido, así que la miniserie Anatomía de un escándalo –disponible en Netflix desde este viernes 15 de abril– tenía la dificilísima tarea de presentarnos algo distinto con lo que removernos las entrañas. ¿Lo ha conseguido? Sólo en parte.
La trama no tiene complicaciones: James Whitehouse (interpretado por el actor Rupert Friend) es un ministro británico que se ve contra las cuerdas cuando un periódico revela que tuvo un romance con su secretaria Olivia Lytton (Naomi Scott). La información del tabloide pone en jaque la estabilidad de su carrera política y el matrimonio que le une a Sophie (Sienna Miller). Ella decide perdonarle, pero cuando parecía que el bache estaba superado, la fiscal Kate Woodcroft (Michelle Dockery) le acusará de violación. Las excusas se le agotan a James y se tambalean los apoyos que hasta entonces había recibido, incluido el del primer ministro.
La nueva serie de Netflix viene avalada por grandes nombres de la ficción internacional. El guion lo han escrito Melissa James Gibson (House of Cards) y David E. Kelley (The Undoing, Big Little Lies), cuyo trabajo se ha sometido a la dirección de S.J. Clarkson (Succession). Sin embargo, ni siquiera esta conjunción de elementos, esta reunión de expertos en la materia, ha provocado el resultado esperado.
Aunque esté basada en la novela de idéntico nombre escrita por la autora británica Sarah Vaughan, Anatomía de un escándalo está cargada de pequeños detalles que se han convertido en grandes clichés. Para Laura Martin, articulista de la televisión británica BBC, esta coproducción entre Reino Unido y Estados Unidos demuestra bastante desconocimiento o falta de originalidad.
“Desafortunadamente, el diálogo y la acción se sienten poco naturales desde el principio; son personas muy inglesas haciendo cosas que los estadounidenses creen que hacen las personas muy inglesas: hombres deambulando con bombines y pajaritas, bebiendo copiosas cantidades de whisky en las oficinas y deseando a sus colegas un fin de semana 'glorioso'”, expone la periodista de la cadena pública del Reino Unido.
Da la impresión de que Laura Martin lleva razón. Sin necesidad de ser un auténtico conocedor de la élite británica, se percibe que Anatomía de un escándalo tiene demasiados estereotipos cuya finalidad no es satírica o cómica. Más bien al contrario, parecen un intento por definir con fidelidad a la cúspide del poder inglés.
El consentimiento sexual como trasfondo de una serie aparentemente sencilla
Por otro lado, el nuevo thriller político de Netflix se percibe frío, carente de emociones. Resulta difícil empatizar con algunos de sus personajes, incluso con las víctimas. Por ejemplo, la secretaria de James Whitehouse apenas aparece en pantalla a pesar del enorme peso que adquiere en la trama, aunque esto también es un arma de doble filo y posiblemente esté hecho con toda la intención, pues el espectador sólo conoce la acusación de esta joven que se enamoró de su jefe; nada se sabe sobre su vida privada, y eso es algo que puede jugar al despiste manteniendo abierta la posibilidad de que esté mintiendo.
Si bien es cierto que la historia no tiene grandes complicaciones, su naturaleza adquiere un importante trasfondo moral. No sólo por el libertinaje con el que actúan las familias más pudientes del país, por la falta de escrúpulos que demuestran al escalar hacia lo más alto, sino porque, además de todo eso, el diputado insistirá en que las relaciones sexuales que mantuvo fueron siempre consentidas, para lo que su abogada tendrá que retorcer al máximo los argumentos esgrimidos por la víctima, que en el juicio revivirá la traumática experiencia que sufrió en un ascensor del parlamento.
El equipo creativo de la serie ha sabido manejar bastante bien algunas de estas secuencias que se dan ante el juez. Hay algunos planteamientos originales en la presentación, algunos juegos que potencian el mensaje para dejar claras las intenciones. Pero, una vez más, el tratamiento de esta delicadísima cuestión resulta superficial.
La serie es breve, pero en seis capítulos de 50 minutos de duración tenía ocasión de mostrarnos nuevas aristas de la violencia sexual, del 'consentimiento' del que ahora (por fin) tanto se habla.
En definitiva, Anatomía de un escándalo se convierte en un producto totalmente intrascendente. La trama y el debate moral que plantea carecen de ambición, aunque el relato se vuelve entretenido por ese ritmo acelerado que Hollywood exporta con éxito. Pero todo eso, unido a una fotografía bastante plana y determinadas expresiones cursis, hace que esta serie se aproxime más a un telefilm que a producciones como The Crown y Un escándalo muy inglés, que sin llegar a tratar un tema tan sensible como el consentimiento sexual, se ciñen mucho mejor a los requisitos que ha de cumplir un buen thriller político.