Este mes de diciembre está siendo una revolución para la casa real británica, para el género del “falsity” -que ya definimos con el estreno de Soy Georgina- y para Netflix. Y es que la plataforma ha lanzado su “docuserie” sobre la historia de Harry y Meghan Markle, pero tras ella hay mucho más de lo que parece.
La primera de las sorpresas es que la plataforma decidió trocear a su “joya de la corona” y no lanzarla del tirón. A pesar de haber asegurado que no tocaría su forma de estrenar series de una tacada, la realidad es que el 8 de diciembre lanzó los tres primeros capítulos y el 15 los otros tres. Por lo que podríamos estar viviendo el fin del gigante de los atracones, tal y como lo conocíamos, o no, según cómo les funcionemos como conejillos de indias.
El segundo impacto es el evidente: que Harry y Meghan han hablado. No tanto por ella, que es una actriz a la que hemos visto en distintos papeles, en entrevistas, shows y alfombras respondiendo a todo tipo de preguntas. Pero sí por él, un miembro de la realeza británica (que nunca suelen salirse de su “papel”) que se sienta por primera vez delante de una cámara para hablar de sus intimidades. Solo lo había hecho su madre, Lady Di, y ahora él.
Y en tercer lugar, esta producción confirma que estamos en el esplendor del género del falsity en televisión. Un género en el que se nos enseña lo que quieren y se nos oculta lo que no interesa. Poco tiene que ver con un documental que busca la representación de una realidad, porque Harry y Meghan son revolucionarios por hablar pero mucho más por tapar.
Una imagen vale más que mil palabras... hasta que la borras
Harry empieza explicando que la primera vez que vio a Meghan fue en 2016 en la cuenta de Instagram de una amiga, con un filtro de conejo en la cara y se apresuró a preguntar por ella… Así se nos muestra la imagen de una una chica divertida e inocente, en una foto de conejita con sus amigas.
Algo que llama la atención porque en ese 2016 la serie Suits en la que la actriz interpretaba a una atractiva becaria, era una de las más vistas y, sin embargo, él la conoció por casualidad pasando los stories de Instagram. Tan extraño como que ella no sabía quién era él y tuvo que buscarlo en su perfil de la red social en el que solo publicaba imágenes de viajes.
Por lo que nos están contando la historia de un intrépido aventurero y una joven simpática... ¿pero no estábamos ante uno de los príncipes más famosos del mundo y una actriz de Hollywood?
Poco se sabe de la vida de Meghan antes de su relación con Harry, y ella se encarga de dejar claro que en su infancia era “la empollona, no la guapa”. Y para demostrarlo visita su colegio donde una profesora “casualmente” guarda unas palabras que ella le dedicó. No solo eso, si no que la duquesa de 41 años es capaz de recitar de memoria un poema que escribió con 13 años sobre lo duro que fue la separación de sus padres. Lo que se han ahorrado mostrar en este surrealista subrayado de inteligencia de Meghan es el estrés de la profesora por encontrar el escrito después de décadas y los ejercicios de memoria de la duquesa por retener aquella poesía después de 30 años y soltarla ante la cámara.
Y aunque la modestia de Meghan recalca que no era “la guapa”, en el documental se encargan de que no veamos absolutamente ni una imagen en la que aparezca desfavorecida. Ni siquiera en las que camina por la calle y los paparazzis captan. En esas en las que todos apareceríamos desastrosos. Incluso en esas, ella luce espectacular.
Como tampoco se nos muestran las famosas fotografías de Harry disfrazado de nazi. Él sí habla de ello y asegura estar arrepentido, se disculpa y explica cómo superó aquella etapa. Pero en el documental no hay ni rastro de la portada que dio la vuelta al mundo. Mejor borrarla de la memoria visual.
También vemos infinidad de imágenes de gente que espera en la calle por ver a Meghan, que grita su nombre al verla pasar, entrevistan a personas de color que ven en ella un referente y la definen como la modernidad en la monarquía… Como si fuera la reencarnación de Lady Di, pero en ningún momento hablan con personas que no conecten con ella, británicos que no le muestren su apoyo y que la critiquen. La mitad del documental va sobre lo injusta que ha sido con ella la sociedad desde su enlace, pero no le dan voz en ningún momento.
Y eso es lo que convierte a esta producción, a este “falsity”, en un lavado de imagen de los duques de Sussex: el silenciar a la otra versión. Indigna incluso que lo llamen “serie documental” cuando solo podemos escuchar una voz. Ocurre al mostrar solo la gente de la calle que quiere a Meghan, pero también se repite al explicar la polémica con su padre. En la que ella explica que le llamó, que no se enfadó con él y que fue él quien no quiso acudir a su boda. Pero no hay réplica alguna. Nadie cuenta la otra versión.
Como tampoco tienen voz Kate Middleton y el príncipe William al recordar su primera cena “correcta” incluso después de cerrar las puertas. Y es lícito, porque es la historia de Harry y Meghan y la pueden contar y esconder como quieran. Pero no es propio de su linaje vender como documental lo que en realidad es un panfleto, ¿o sí lo es?