Opinión

Por qué 'Heartstopper' es una conquista dentro de la ficción adolescente pese a su bajo rendimiento en Netflix

Kitt Connor y Joe Locke, protagonistas de 'Heartstopper'

Laura García Higueras

29 de abril de 2022 20:45 h

Hasta hace relativamente poco, Netflix se había ganado las críticas por su falta de transparencia sobre la audiencia de su catálogo. Antes de noviembre del año pasado, la única forma de calibrar el rendimiento de sus títulos era limitarse a creer que aquellos que la plataforma anunciaba como éxitos lo fueran realmente. Leíamos titulares de “el mejor estreno del año”, por ejemplo, sin poder cuantificar ni traducir su verdadero impacto -como sí hacemos cada jornada con la televisión en abierto-.

Desde hace unos meses, el servicio de streaming apostó por desvelar parte de sus registros, haciendo público su Top 10. A través de él se pueden consultar cuáles son las ofertas más vistas, de nuevo según la plataforma, en cada país. Este baremo ha permitido descubrir, entre otras aportaciones, ejemplos a la inversa: que hay ficciones que no gozan de un gran público, pese a que sí están generando impacto por su calidad.

Es el caso de Heartstopper, que llegó a la plataforma el pasado viernes 22 de abril y en su primer fin de semana generó solamente 14,5 millones de horas vistas, situándose en el séptimo puesto del ranking global del servicio. En España ni tan siquiera logró aparecer en el Top-10, al igual que en el de Estados Unidos, el mercado más importante para la plataforma.

Se trata de un dato muy bajo para Netflix, que pondría en peligro el futuro de la valiosa ficción basada en la novela gráfica de Alice Oseman. Como recordó el periodista Gabriel Cebrián, la segunda temporada de The Baby Sitters Club debutó con 17 millones de horas vistas y fue cancelada; la cuarta de Desencanto acumuló el mismo tiempo de visionado y tampoco se ganó la renovación. Al igual que The Chair, cuyos 14 millones no fueron suficientes como para ganarse la continuación.

Aun así, pese a que Heartstopper haya sido uno de los peores estrenos de la plataforma, está poco a poco ganando una mayor repercusión que, a tenor de nuestra opinión, merece con creces. Y explicamos por qué.

En un catálogo cada vez más inabarcable y en el que parece que se selecciona con cada vez menos filtro -como quedó patente con la banalización de la violación en Élite 5-; conviene aún más reivindicar las series que sí aportan a la sociedad. Que tengan valores positivos y necesarios; que sean diversas, consecuentes, coherentes y que, además, sean capaces de conectar con ese 'yo' interior que también fue al instituto, se enamoró por primera vez y cometió alguna que otra “locura” por 'esa' persona.

Una serie hecha con el corazón

Charlie y Nick son los protagonistas de Heartstopper. Al primero le encarna el debutante Joe Locke, mientras que el segundo, Kit Connor, cuenta a sus 18 años con una trayectoria a sus espaldas que incluye títulos como Little Joe, Rocketman y La materia oscura. Ambos acuden al mismo instituto donde el primero es abiertamente gay -pese al bullying que le costó en el año anterior- y el segundo cumple el canon de masculinidad heteronormativa.

En esencia, son dos personajes escritos con sumo mimo, que muestran una evolución lógica; y que desde el primer minuto conquistan. Y no sólo porque la ficción apele a la ternura y la universalidad del primer amor; sino porque realmente les permite mostrarse tal y como son, con sus dudas y las preocupaciones propias de un adolescente. Frente a los excesos de fiestas, alcohol y drogas por los que optan otras series juveniles; aquí se recupera el espíritu de invitar a tus amigos a casa, de ir a la bolera, quedarte una noche a ver una peli con tu madre o jugar a videojuegos. En definitiva, es una ficción adolescente, y de temática LGTBI, con la que puedes sentirte identificado.

La importancia de crear referentes positivos

Heartstopper es fiel con la etapa vital que retrata, en la que nuestro mundo giraba alrededor de cómo nos fuera en el colegio, los amigos que tuviéramos, la actividad extraescolar que hiciéramos y nuestro despertar sexual. Una etapa que actúa como absoluta bomba explosiva por cómo nos empiezan a asaltar sin ningún tipo de criterio la incertidumbre sobre quiénes somos, qué nos gusta, de quién nos rodeamos y qué pintamos en el mundo. Cada día era trascendental, cada plan tenía potencial de marcar un antes y un después en nuestras vidas; y no solamente el que acogiera nuestro primer beso.

La serie habla de esto. De cómo un test de la revista Pop o la Bravo -aquí buscado directamente en internet- pensábamos que era una fuente de fiar. Y en medio de todo este cóctel, asistimos a cómo un joven trata de descubrir su identidad sexual. Un camino en el que sí, aparecen piedras, pero no muestra un relato fatalista. Asistimos al enamoramiento desde la primera fila, y se agradece porque consigue que te conectes profundamente con ese sentimiento, sensación e ilusión.

Los personajes no viven aislados de su entorno. Vemos a padres y madres que están ahí para sus hijos, como pueden y también aprendiendo. A profesores que no viven ajenos a la realidad de sus alumnos, que protegen y se preocupan por ellos sin tratarles únicamente como si fueran generadores de buenas o malas notas. Al contrario, se ve su implicación en cuanto al desarrollo personal, ya sea el tutor o la entrenadora de rugby. “Cuando tenía tu edad pensaba que lo mejor era esconderme. No dejas que nadie te haga desaparecer”, recomienda en uno de los episodios el maestro de arte a Charlie.

Otro de los grandes aciertos de la ficción es su forma. Tanto por haber optado porque sus ocho capítulos tengan una duración de media hora; como por los recursos gráficos que emplea y le aportan frescura. Vemos pantallas partidas y dibujos que ayudan a visualizar esa sensación de “mariposas en el estómago”, que no deja de ser una metáfora sobre el inicio del enamoramiento muy bien elegida.

Heartstopper, como su propio título indica, va directa al corazón desde que empieza. Es divertida, realista, tierna y sana. Aporta referentes positivos y un retrato de la adolescencia que ayuda a sentirse mejor con uno mismo. Que conecta con una de sus mejores partes, ya que no todo cuando tienes 15-16 años pasaba por estar sufriendo constantemente. Mostrar que las dudas forman inherentemente parte de esta edad es una forma de reconciliar y permitir que las generaciones por llegar cuenten ejemplos en la ficción en los que verse reflejados. En contra de lo aspiracional, aterriza en el barro para señalar lo bonito, sin idealizar, que es aprender a conocerse y a querer.

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