Crítica
'La casa de papel: Corea' suma la geopolítica local a la (casi) misma historia
A nivel global es más que probable que los análisis de La casa de papel: Corea, la nueva serie que se estrena este viernes en Netflix como adaptación coreana del mayor éxito de la historia de la ficción española, puedan tener tres puntos de partida diferentes.
En España, que es lo que nos toca, se hace inevitable incidir en el hecho de que una serie española que nació en Atresmedia y se vio en abierto en Antena 3 haya alcanzado tal éxito y popularidad a nivel mundial gracias a Netflix que haya terminado siendo adaptada en un mercado tan diferente como el asiático, y a manos de la plataforma de streaming más universal. Su creador, Álex Pina, está también detrás de este remake coreano como productor ejecutivo.
En Corea, más concretamente y por motivos obvios en Corea del Sur, esta adaptación seguramente dará que hablar por la importancia de la geopolítica que se incorpora a su trama. Si La casa de papel original, rebautizada en inglés como Money Heist, dio la vuelta al mundo y se convirtió en el segundo mayor éxito de Netflix sólo por detrás de El juego del calamar, fue principalmente porque toda su trama y sus personajes tienen un carácter global, sin grandes características locales.
Sin embargo, La casa de papel: Corea no sólo lleva en su nombre esa concreción más nacional. Es una serie con más clave local, que por sus personajes y las situaciones que representa se dirige especialmente a los fans coreanos y en general asiáticos, aunque pueda ser comprendida por todos los demás espectadores. No en vano, se ambienta en un contexto en el que las dos Coreas están preparando su reunificación, para lo que han creado una Zona Económica Común (ZEC) y creado una casa de la moneda conjunta para imprimir su nueva divisa... que como es de esperar, se convierte en el objetivo de la banda.
Corea del Norte y Corea del Sur
Ese contexto político, geográfico, económico y social impregna toda la serie. Lo hace desde su propia careta de entrada, originalmente adaptada de la versión original española también para reflejar esa importancia que aquí adquiere lo local. La reunificación sirve de excusa para plantear una confrontación entre Corea del Norte y Corea del Sur, entre sus ciudadanos y sus distintos caracteres por la diferencia de régimen en el que se han criado, de Pyongyang a Seúl. Así da cabida a interesantes enfrentamientos y reflexiones sobre el capitalismo, el comunismo, el sexismo o la pobreza -y cómo de ella se derivan problemáticas actuales como las redes de prostitución y abusos o las mafias en torno a préstamos abusivos-. En realidad, ese punto diferencial le aporta una frescura que se convierte en su principal acierto respecto a la versión original.
Desde su primera escena, con un guiño al gran fenómeno musical coreano de k-pop BTS (que acaba de anunciar su separación temporal), La casa de papel: Corea no esconde el querer estar hecha para los coreanos. Implanta su propia estética, marcadamente asiática con momentos que recuerdan incluso al manga y un cuidado gusto por el juego de luces de contraste entre azul y rojo que tanto evoca a las coloridas calles de Seúl iluminadas por los neones.
Este remake coreano va más al grano y es más directo que la versión original española. Desde el principio se plantea como una ficción menos profunda y más efectista, precisamente como acabó siendo La casa de papel en su trayectoria en Netflix, ya lejos de Antena 3. Incluye diferencias al hablar de los pasados de sus personajes, y también a la hora de establecer sus distintas relaciones entre ellos y fuera de la línea de acción. Incluso se atreve a jugar con el gran símbolo de la serie, la máscara de Dalí, no sólo cambiándola por máscaras tradicionales coreanas de Hahoe (otro apunte local), sino “renunciando” a ella en un momento de la trama que no spoilearemos. Así que sí, la adaptación incluye cambios en aspectos del carácter de los personajes, y también en los guiones de la trama.
Cambia, pero sin atreverse
Pero lo cierto es que esos cambios pueden ser insuficientes. La ambigüedad de ser una adaptación es que permite calcar y repetir cosas de la versión original, porque es una adaptación; y también cambiar cosas de esa versión original, porque es una adaptación. Quizás La casa de papel: Corea peca de seguir demasiado la misma historia que la española. Especialmente al principio, donde la historia y la presentación es muy fiel a la original.
Los nombres de los personajes son los mismos, con Yoo Ji-Tae (Oldboy) como El Profesor, Park Hae-Soo (El juego del calamar) como Berlín, y sus propios Río, Denver, Moscú, Helsinki, Oslo, Nairobi y Tokyo -esta última, con necesaria explicación de por qué elige una ciudad tan “cercana” a Corea-. También se repiten imágenes icónicas, como la de Denver sobre el montón de dinero o la propia risa característica del personaje que interpretó originalmente Jaime Lorente. Repeticiones no adaptadas que, a nivel general, dejan con la sensación de en muchas ocasiones estar viendo lo mismo: no cambia la trama ni la historia, pero sí se adapta el envoltorio a Corea.
El proceso de comparación que desata una adaptación es innegable. Y quizás siendo la original española, en nuestro caso resulta especialmente cruel: los personajes parecen menos carismáticos (sobre todo El Profesor, Tokio, Berlín y Denver; se salvan Nairobi, la inspectora de policía y su “Arturito”), la historia parece siempre la misma, y hasta los cambios que incluye y le permiten establecer su propia línea parecen ser más bien un ejercicio de imaginación para mostrar “cómo habría sido La casa de papel si...”.
El tercer punto de partida, además del de en España y en Corea, sería precisamente el referido al resto del mundo. Y como resumen a todo lo explicado, se queda la gran duda de si este remake coreano puede quedarse un poco “a medias”. Seguro que La casa de papel: Corea servirá a Netflix para mantener viva su marca y preparar la llegada de Berlín, el spin-off protagonizado por Pedro Alonso. Pero la sombra de la versión original es muy alargada, su éxito ha hecho que prácticamente todo el mundo la haya visto, y este remake no se despega con demasiada convicción y atrevimiento de ella.