Mallorca se convierte en la segunda mitad de junio en el epicentro de los viajes de fin de curso. Hordas de adolescentes acuden a decir adiós a sus 'yoes' y 'nosotros' del instituto para dar paso a la siguiente –en ese momento entre temida y esperada– etapa: la universitaria. Allí, los baños en el mar y la fiesta mantienen la mirada en un presente condenado a transformarse en un pasado que en cada persona tendrá un peso distinto. Quienes entonces lo eran todo podrán dejar de serlo, o serlo aún más. Habrá vínculos que se estrechen, rencillas que supuren, cicatrices que poco a poco sanen o se graben, amistades que se rompan, otras que permanezcan. Pase lo que pase, una huella permanecerá ahí para siempre, en lo más profundo, indeleble. Y si encima hay una muerte de por medio, aún más.
Alicante. Verano de 2022. Han pasado 24 años desde que Rita (Elena Anaya), Carmen (Belén Cuesta), Lena (Lorena López), Candela (Itziar Atienza) y Sole (Marta Etura) viajaron desde Elda a la isla para culminar su periodo escolar. En su caso, con un desenlace funesto sellado con un pacto de sangre. A ojos del resto de su pueblo, su compañera –que no demasiado amiga– Mati, desapareció, supuestamente para fugarse con un novio francés. Ellas son las protagonistas de Las largas sombras, la primera serie de Clara Roquet, directora de Libertad (2021) y coguionista de títulos como Galgos (2024), Creatura (2023) y 10.000 KM (2014), que llega a Disney+ este viernes 10 de mayo.
La ficción, que está basada la novela homónima de Elia Barceló, es un solvente, entretenido y agudo thriller. Su potente retrato lo completa Irene Escolar, en la piel de la agente Paula, la hermana menor de la joven que en teoría marchó a recorrer el mundo. Ella será quien reabra la investigación tras la aparición de los restos mortales de Mati en una gruta de Mallorca. El hallazgo coincide con el regreso a Elda de Rita, una ahora reputada directora de cine que ha perdido relación con el grupo, pero necesita volver para poner a la venta la casa de su fallecida madre.
Este reencuentro, en plenas fiestas locales, es la excusa perfecta para que el primer capítulo de la serie pueda dar unas primeras pinceladas de los personajes que no tardan en despertar el interés del espectador. Mujeres que, dos décadas después de terminar el colegio, parecen haber conseguido el éxito. Sea lo que sea eso Tienen trabajo, pareja e hijos. Pero una vez más, las apariencias son solo la punta de un iceberg que para ellas mantiene oculto bajo las profundidades de la conciencia un pacto que las ahoga con una fuerza cada vez más insoportable.
El dispar y complicado vínculo con el pasado es el eje que sustenta la intriga que genera la serie. También por la universalidad de las preguntas que se formulan los propios personajes. “Y tú, ¿cómo eras el instituto?”.
Realizar la inevitable regresión a la adolescencia para recordar quiénes fuimos, aporta al entretenido visionado una amalgama de emociones que irán, dependiendo de cada persona, desde la nostalgia al enfado, pasando por la morriña, la contradicción y un buen tonel de interrogantes. Como ocurre en la ficción, hay quienes, veinticinco años después, mantienen a su grupo de amigos del colegio intactos, quienes culminaron aquellos primeros amores con el matrimonio, los que fueron cercando el círculo y los que rompieron toda relación.
Ahora bien, nadie se escapa de, en un hipotético reencuentro, tener que enfrentarse al escrutinio del resto. El tiempo pasa para todo el mundo, pero nunca se digiere ni duele igual. Rita (Elena Anaya) es quien en el arranque parece llevarlo peor, por haberse convertido en 'la otra' dentro de su pueblo. Y por ello, en el primer y torpemente evitado primer contacto con la pandilla; no faltan el chisme, las conversaciones incómodas, el juicio y un poderoso cariño. Este es sin duda el gran punto fuerte de Las grandes sombras, que se acoge a los códigos del género para conseguir un producto que enganche sin necesariamente aportar nada novedoso, pero cumpliendo.
'Big Little Lies' a la española
Que el cartel de una serie lo copen los rostros de cinco mujeres, con rostros serios y firmes, acompañado del componente thriller, implica que, antes incluso de su estreno, ya hubiera quien comparara Las largas sombras con Big Little Lies. La ficción de HBO liderada por Reese Witherspoon y Nicole Kidman que seguía a otro grupo de mujeres –en su caso con mucho dinero y compartiendo el colegio al que acuden sus hijos como nexo– unidas por un asesinato. El del marido de uno de ellas.
Hace tiempo que el que el reparto de una ficción sea eminentemente femenino ha dejado de ser una novedad, pero esta realidad convive con equiparaciones como la aquí citada. He aquí una advertencia: no hay demasiado vínculo entre los universos propuestos por ambos títulos, más allá de mantener el ritmo y del hecho de acudir igualmente a los flashbacks como recurso narrativo.
En Las largas sombras, viaja atrás a través de dos formas. Por un lado, muestra los viajes al verano de 1998 en el que el viaje a Mallorca cambió la vida de las protagonistas para siempre. Y por otro, recurre a los vídeos que Rita (Elena Anaya) grabó con la cámara que sus padres le regalaron cuando cumplió 18 años. Las imágenes que filmó de sus amigas –y antiguo y conflictivo amor– son clave para aportar dinamismo a la serie y a la propia investigación de la muerte de Mati. Y, de paso, confiere a la ficción personalidad.
Temer el pasado
El otro gran dilema que sobrevuela la ficción es el nexo que establecemos con nuestros pasados. En especial con quienes fuimos cuando estábamos aprendiendo a ser conscientes de quiénes éramos, y cómo las relaciones que tuvimos entonces han podido determinar quienes somos ahora. ¿Qué fue de las matonas de clase? ¿Del temor a que tus padres descubrieran que te gustaran las chicas? ¿Del miedo a que el resto de tus amigas se enteraran de tus amoríos con alguien del propio grupo?
La serie muestra que los vínculos evolucionan, incluyendo mejorías que desencadenan en una autoconsciencia y actuación, en consonancia, más libre. Pero también sobre cómo las decisiones del pasado inmovilizan. Y qué pasa cuando no se habla, cuando lo que se optó por zanjar, pensando que sería la mejor idea, con silencio. Acaba traduciéndose en gritos internos que ahogan, sin necesidad de acabar inerte en el interior de una gruta. El día a día puede ser igual de asfixiante.