A simple vista, promocionar el regreso de una comedia bajo el eslogan “Más excepcional, más alocada y más sinvergüenza” suena a recurso fácil de última hora, a plantilla estándar de palabras intercambiables guardada en una carpeta del escritorio. Pero en el caso de By Ana Milán, ese mismo eslogan cobra un significado diferente. Con él es como si la serie de ATRESplayer Premium se diagnosticara a sí misma y prometiera aquello de lo que pudo carecer durante su primera temporada.
Porque ser “más alocada” y “más sinvergüenza”, y de paso “más espontánea”, era precisamente lo que pedía a gritos una tanda inicial de episodios que llegó al catálogo de la plataforma apenas unos meses después de que Ana Milán triunfara durante el confinamiento con las historias que contaba a través de Instagram. Las prisas por trasladar un fenómeno de internet a la televisión para que lo segundo no perdiera vigencia tras el tirón de lo primero dieron como resultado un producto con buena base, pero que pecaba de estar poco pulido. Dicho de otra forma, la primera temporada de By Ana Milán parecía el primer borrador de una idea que escondía un mayor potencial. Faltaba darle una vuelta, pero no había tiempo para ello.
Así las cosas, los ocho primeros capítulos contaban con imágenes potentes -como esa del primer capítulo con Ana Milán vestida de novia y guantes de cocina en la que pedía ser Lady Gaga en su próxima vida-, pero en su mayoría anecdóticas ante un conjunto marcado por la falta de fuerza y naturalidad. Vamos, que pasaban muchas cosas pero casi ninguna dejaba huella más allá de la reflexión que lo envolvía todo: cuando pierdes aquello que te da estabilidad, tu vida corre el riesgo de convertirse en un caos.
La segunda temporada sigue el camino marcado por la primera
Y si bien ese caos no resultó ser todo lo divertido que prometía, el certero diagnóstico vital quedó ahí. Igual que ocurre en el primer episodio de esta segunda temporada, que nos muestra a una Ana Milán en escenarios conocidos para el común de los mortales y con los que es fácil sentirse identificado. Por ejemplo, la vemos descubriendo que la nueva pareja de su mejor amigo es irritante, echando miradas furtivas cuando esa persona que le cae mal le llama con un diminutivo y, sobre todo, volcándose en el trabajo para olvidar un problema mayor y acabar pagando las consecuencias de ello.
Con respecto a esto último, Ana Milán decide volcarse en su trabajo como actriz para olvidar su ruptura con Mario (Israel Elejalde). Y lo hace tanto que acaba desmayándose en el rodaje de una película con una metralleta en la mano. ¿El resultado? Se despierta con un ojo desviado y tiene que pasar los días con un parche puesto. A partir de aquí, Ana afronta una nueva realidad sin trabajo aparente en el horizonte, pero con el apoyo incondicional de su grupo de amigos, a los que esta segunda temporada parece querer dar una mayor entidad. Así se ve en las intervenciones de Rafa (notable Jorge Usón), de lo más destacado de este primer episodio, o en la voluntad de dar a Rebeca (Pilar Bergés) y a Adolfo (Marcelo Converti) más espacio propio en las historias de esta segunda tanda, de nuevo autoconclusivas.
Aun así, por ahora lo que nos encontramos no son más que eso: aparentes deseos y voluntades. Sutiles propósitos de enmienda dentro de una serie que, a falta de ver cómo evoluciona, sigue transitando en el arranque de su segunda temporada por el mismo camino que marcó la primera. Uno con mejores intenciones que resultados y que tanto la serie como su protagonista recorren de la mano en busca de esa fórmula que permita a ambas soltarse la melena, volverse “más alocadas” y dejar atrás sus problemas. De momento, la meta sigue estando demasiado lejos.