Crítica

'Todos mienten', un efectivo thriller que no se corta al sacar a la luz todas nuestras miserias

Juan Diego Botto e Irene Arcos, en 'Todos mienten'

Laura García Higueras

“Los padres creemos saber más que nuestros hijos, pero no tenéis que satisfacer a nadie más que a vosotros mismos. No os mintáis. Sed fiel a lo que sentís”. Macarena (Irene Arcos) es así de rotunda con sus alumnos de bachillerato al alentarles sobre cómo deben enfrentarse a su futuro, sus dudas sobre qué estudiar, qué camino seguir y qué decisiones tomar. Su clase la escucha cómplice, entusiasmada incluso y sorprendida con sus declaraciones. Pero apenas unos segundos después, todo cambia. Un vídeo de la profesora acostándose con uno de los alumnos se viraliza en todos los teléfonos móviles del instituto. Explota la bomba.

Así es el arranque de Todos mienten, la nueva serie de Pau Freixas (Pulseras rojas, Sé quien eres) de estreno este viernes 28 de enero en Movistar Plus+. Una ficción de seis episodios que la plataforma ha decidido con acierto lanzar de una vez. Su ritmo, intriga, tono y enredos hace que se presten a verlos -y disfrutarlos- del tirón.

Como su propio título indica, las mentiras son las protagonistas de esta coproducción con Filmax. Un potente thriller cuyo guion brilla por su atino a la hora de intercalar sus numerosos saltos temporales. Además, su realización cuidada y ambiciosa no se ha limitado a armar capítulos complacientes pese a que ocurren dentro de una única urbanización de lujo; sino que han tratado de ir más allá para ofrecer al espectador secuencias de nivel, como el ensayo general de una actuación del colegio con la que declara todas sus intenciones en el inicio de la ficción.

Su reparto coral, que completan Juan Diego Botto, Natalia Verbeke, Eva Santolaria (también analista de guion), Leonardo Sbaraglia, Ernesto Alterio y Amaia Salamanca; es otro de sus grandes alicientes; así como la reflexión de fondo sobre cómo aunque hayas cumplido con el supuesto plan establecido -tener trabajo, casarte, tener hijos, comprarte una casa y coche-, puedes llegar a un punto en el que sientas que “no tengo ni puta idea de lo que quiero” e incluso necesites “mandarlo todo a la mierda”.

Sin 'buenos' y 'malos', igualados por las mentiras

Todos mienten es muy dinámica y consigue presentar a sus personajes y la relación entre ellos (amigos, parejas, exparejas, amantes, hermanos) lo suficientemente pronto como para dejar entrar al espectador en la historia y disfrutar de los amoríos, despechos, conflictos, sospechas, engaños y procesos de crecimiento personal -no todo es salseo-. Y precisamente es en ese equilibrio donde tanto gana la serie.

Macarena parece en primera instancia la gran villana de la ficción, es acusada de abuso sexual y sufre también el doble rasero de ser mujer a la hora de ser juzgada. Sin embargo, a medida que avanza la ficción, vemos que no. Todos mienten no divide entre buenos y malos; ya que nadie se libra de cometer errores, tener miedo y mentir. Las mentiras, esos 'secretos' que guardamos y que no siempre salen a la luz, nos igualan.

Ella empieza siendo la más señalada pero las tornas cambian para dejar que exista una valiosa evolución personal. Su proceso deja entrever lo injusto y peligroso que es que necesitemos que ocurra un verdadero tsunami -ya sea una infidelidad, que tu hijo se haya acostado con tu mejor amiga o que alguien sea asesinado- para reaccionar, replantearse, pensarse y cambiarse.

Un proceso que siguen ellas...pero también ellos. Una inteligentísima escena en la que los cuatro 'maridos' juegan al pádel a pesar de la que “está cayendo”, ejemplifica a la perfección lo atados que están y su incapacidad para comunicarse, apoyarse y desahogarse.

De hecho, hay uno que reconoce a su pareja, tras haberse prácticamente arruinado: “Te había prometido un estilo de vida, tú creíste en mi la primera y tenía que demostrártelo”. La presión impuesta por el patriarcado deriva en en todo caso en sufrimiento, autoengaño e inseguridades que nos acaban obligando a olvidarnos de lo verdaderamente importante: nosotros mismos. Plantearnos cómo estamos no es, nunca, una prioridad. Y eso tiene unas consecuencias.

Contra el paternalismo condescendiente

Los protagonistas de Todos mienten son adultos entre 40 y 50 años, pero su contrapunto de jóvenes adolescentes, liderados por sus propios hijos, nivelan la balanza para dar cabida a la reflexión sobre cómo el paternalismo y la condescendencia actúan como dinamita para generar distancia, desconfianza y desapego. Una actitud que no tiene por qué pasar por la mala intención, pero que afecta a las relaciones entre padres y retoños, pudiendo llegar al extremo de erradicarlas.

La opinión de los jóvenes sobre el mundo, sus propios problemas y su percepción de los adultos es igual de válida. Y, como mínimo, merece ser tenida en cuenta. “Las parejas se matan de aburrimiento y todo por la patética visión romántica del amor. Demasiadas expectativas”, espeta una hija a su madre dándole una lección sobre cómo está incluso entendiendo mejor que ella lo que está ocurriendo a su alrededor. Otra es infinitamente más coherente al reconocer lo complicado que es para personas con lo que llamaríamos “la vida hecha”, decidir poner punto y final a sus relaciones, afrontar que llevan años sin querer a sus parejas y que puede que no les merezcan la pena.

Todos mienten es una serie muy rica por lo en serio que se toma todos estos asuntos y la profundidad que esconde bajo su telón de thriller. Género al que, por encima de todo, se adscribe con gran soltura; combinándolo con dosis de drama, madurez humor y un cautivador punto de picardía.

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