“Boss”, cuando Kelsey Grammer dejó de ser Frasier
Canal Plus ha estrenado la serie del actor, que pasa de afable psiquiatra a violento alcalde. La cadena emitirá del tirón la ficción, con una primera temporada “arrolladora” de “apoteósico final” y una segunda muy inferior y que “estira el cliché”
Si el año pasado hubo una serie cuya temporada se puede considerar redonda (tras Homeland evidentemente) esa es Boss. En sus 8 capítulos hacía valer el dicho “lo bueno si breve, dos veces bueno” con una primera entrega arrolladora (dirigida por Gus Van Sant) que presenta una trama que va creciendo y sobre todo sorprendiendo a lo largo de los siete episodios restantes, desembocando en un apoteósico final de temporada con un “cliffhanger” inmejorable.
La clave principal de esta serie es su Boss, Kelsey Grammer. En cuestión de minutos erradica de nuestra mente al refinado psiquiatra Frasier Crane reemplazándolo con Tom Kane, el corrupto y violento alcalde de Chicago al que diagnostican una enfermedad neurológica degenerativa que oculta para no mostrarse débil ante sus enemigos. Si en el cine se suele decir que hay películas hechas para que su protagonista se lleve el Oscar, en este caso sucede lo mismo. Boss se adapta como un traje hecho a medida para Grammer, creando múltiples momentos diseñados para su lucimiento (esos ataques de ira con su tremenda voz hacen que te estremezcas en el sofá). Todo ello desembocó en el merecidísimo Globo de Oro al mejor actor de serie de televisión que se llevó en 2011.
El resto del reparto es también espectacular, tanto los rivales como los aliados del alcalde. Sin embargo, quiero hacer dos puntualizaciones. En primer lugar, Kathleen Robertson, que en la serie interpreta a Kitty (la asistente de Tom Kane), quizá no sea recordada por sus capacidades interpretativas, pero seguro que lo será por las escenas de alto contenido sexual que protagoniza, superando en temperatura a su “compañera de cadena” Spartacus. Es imposible verlas y no sentir ganas de tener relaciones en una oficina; en segundo lugar hay que hablar del peor personaje de la ficción de Starz, Emma Kane, la hija del alcalde. Su nulo aporte provoca los únicos momentos en los que se ralentiza el desarrollo de la trama, haciendo que el espectador desee su muerte. Sin embargo (y sin spoilear) su presencia en la serie acaba contribuyendo a uno de los mejores giros argumentales que se producen.
Otro de los aspectos que será recordado de Boss son esos primerísimos primeros planos que aparecen en los momentos de tensión y que potencian las interpretaciones de sus protagonistas.
La que no será recordada es la segunda temporada de la serie, la cual podría haberse titulado Boss: estirando el chicle. Los diez nuevos capítulos repiten la fórmula de la primera sin aportar nada nuevo. Las tramas son otras, pero la estructura es la misma, “todos contra el alcalde y a ver cómo sale de ésta”, generando una peligrosa sensación de “deja vú”, de “esto ya lo he visto”. Incluso las escenas de sexo de Kitty parecen insertadas de manera gratuita, sin sentido, pasando su promiscuidad de ser excitante a absurda. Además las tramas de la mayoría de personajes secundarios pierden fuelle. Más que una segunda temporada, nos encontramos ante una mediocre secuela.
Por todo esto bajaron las audiencias y la serie ha sido cancelada, desapareciendo la posibilidad de una tercera temporada, pero dejando en el aire la posibilidad de una “película” de dos horas para cerrar tramas. Ahora que Canal + ha estrenado este fin de semana la serie y va a emitir del tirón las dos temporadas, mi consejo es el siguiente: tras disfrutar la primera, ver el primer capítulo de la segunda (en el que se soluciona el “cliffhanger”) y parar ahí, como si no hubiera más episodios, quedándonos con un excelente sabor de boca. Que hay muchas series en las que merece más la pena invertir nuestro tiempo o incluso probar prácticas más extremas como abrir un libro.
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