'Mr. Robot' 2x07 Review: las disculpas de Sam Esmail
Por Marta AiloutiMarta Ailouti
El problema de tener un narrador como Elliot Alderson es que no se sabe muy bien si se puede confiar del todo en él. La confianza es una parte imprescindible de la narración. Y, como cualquier relación, para que esto, el vínculo espectador-espectáculo, funcione, vamos a tener que tenerla. Sin ella todo lo demás no cobra sentido. Del mismo modo que sabemos que nada es real en la serie (ni los decorados, ni los personajes, ni las tramas) pero aceptamos que lo es dentro de la ficción.
Así las cosas, de confianza, precisamente, trata este episodio. Un apretón de manos, un acuerdo no escrito, entre nosotros y ‘Mr. Robot’, que, ahora que es oficial, podría alargarse toda una tercera temporada. La pregunta que surge entonces es… ¿será mejor dar la mano o quitarla definitivamente?
¡CUIDADO SPOILERS!
El control es una ilusión
No será porque no nos lo habían advertido. El control es solo una mera ilusión. Alguno de vosotros, de hecho, también lo habíais imaginado. Es cierto. Al menos, circulaba por ahí cierta loca teoría de que Elliot, en realidad, estaba interno en un psiquiátrico. Bien, tal vez no en un hospital mental –son matices– pero sí en la cárcel. Las razones de cómo ha llegado hasta ahí aún las desconocemos, aunque es probable que tenga más que ver con Krista y su expareja que con ningún otro de sus posibles e innumerables delitos. Sea como sea, el golpe de efecto nos ha dejado a algunos, los más ilusos, un poco noqueados y digiriendo aún algunas de las piezas de esta segunda temporada.
Y es que esta vuelta de tuerca, muy a lo Henry James, más que justificada por la coherencia narrativa de la serie y particularmente de su protagonista, culmina en aproximadamente los últimos diez minutos del capítulo, con una secuencia que aborda el fantástico montaje de Mr. Robot/Elliot y alguna importante revelación, además de contundente escena, como la posible vinculación de Leon, que es una sorpresa en sí mismo, con Whiterose.
¿Y dónde deja a Ray todo esto? Su siniestro personaje, tan inquietantemente sensato a veces –de lo mejor de esta segunda temporada, sin duda–, es posible que fuera un funcionario de prisiones o que, al menos, contara con el favor de alguno. Sea como sea, su trama se deshace deprisa, demasiado fácil tal vez. Un recurso que la ficción explota a menudo. Los argumentos complejos, como la revolución de Fsociety, suceden de espaldas al espectáculo.
Una confesión con palomitas
Ahora bien, necesitamos confiar en Elliot. El engaño, este truco que Sam Esmail convierte en magia en sus últimos minutos con una maravillosa ejecución, en verdad no es tal. Que el hacker esté entre rejas no cambia, sustancialmente, nada. Todo ha ocurrido y todo encaja con su/nuestra nueva realidad: los espacios, sus rutinas, el régimen de horarios, las visitas o las sesiones con Krista. Incluso explica que su madre, uno de esos ases en la manga que no descarto que la serie utilice en un futuro, tuviera ese segundo plano, casi tercero, que yo asocié a los delirios del informático.
El final del episodio, además, es toda una declaración de intenciones por parte de su director, que pide perdón, en la piel de Elliot, mientras promete que esta será la última vez que nos oculte algo. La cosa es… ¿Podremos fiarnos de Mr. Robot entonces? Ambos, su alter ego y él, han sellado la paz con un apretón de manos –¿soy la única que esperaba algo más de este enfrentamiento?– que se traduce en una confesión con palomitas incluidas.
No sé si la que queríamos o la que esperábamos. Por lo pronto, sabemos que el que fuera el niño bonito de Ecorp ha recibido un balazo, lo que no tiene por qué significar su muerte. O eso esperamos algunos, muy al contrario que la “dulce” Joanna que, en lo que tal vez sea solo una estrategia desesperada por llamar la atención de Tyrell, ha solicitado su divorcio.
El cóctel de gambas
De intenciones ocultas, también, está la otra gran protagonista de esta historia, Angela Moss. Aunque como bien señala la agente DiPierro, sea lo que sea, ella no es. Su escena es una escena a tres, con Darlene de cuerpo ausente, que termina, como aquella de Mr. Robot y Elliot, en tablas, aunque con alguna ficha de más para Dom que se ha quedado con la mosca detrás de la oreja.
Qué se esconde detrás del deseo de Angela de formar parte del Departamento de Control de Riesgos es algo que se me escapa. Es posible, como acepta, que su objetivo no sea otro que luchar contra E-Corp desde dentro, pero mentiría si no reconociera que parece especialmente confusa cuando se trata de tener acceso al poder.
Sus métodos no son, desde luego, los más éticos. Desde la más absoluta calma, eso sí, y hasta el más soberbio de los “no”, aunque eso signifique ponerse en contra de su propio padre, Angela es capaz de arrasar con todo en su particular partida de ajedrez con Phillip Price –que como el amante de Joanna cumple años ese mismo día– y, por ende, con el resto del conglomerado.
No parece casualidad que su movimiento lateral acabe, precisamente, con un cóctel de marisco –guiño al capítulo siete de la primera temporada–, como aquel que comió Terry Colby mientras decidía, en una reunión, el destino de la señora Moss, entre otros. ¿O acaso realmente esperaba poder estar allí sin ser una más ni mancharse las manos?
Próximamente
Sea como sea, con Elliot, aparentemente con el pie casi fuera de la cárcel –o al menos es lo que insinúa Krista–, el FBI hackeado, Fsociety algo disperso y Angela que ya ha atado cabos, en su recta final solo nos queda la palabra de su protagonista de terminar lo que empezó con Evil Corp. Por supuesto que yo me apunto, apretón de manos incluido, ¿y vosotros? Como siempre, me despido con el tráiler del próximo capítulo:
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Por Marta AiloutiMarta Ailouti
El problema de tener un narrador como Elliot Alderson es que no se sabe muy bien si se puede confiar del todo en él. La confianza es una parte imprescindible de la narración. Y, como cualquier relación, para que esto, el vínculo espectador-espectáculo, funcione, vamos a tener que tenerla. Sin ella todo lo demás no cobra sentido. Del mismo modo que sabemos que nada es real en la serie (ni los decorados, ni los personajes, ni las tramas) pero aceptamos que lo es dentro de la ficción.