'1992', la oportunidad perdida de Álex de la Iglesia en Netflix con una serie sobre la Expo que lo tenía todo para triunfar
A falta de pocos días para que 2024 llegue a su fin, Netflix nos trae este viernes 13 de diciembre uno de los productos más esperados del año. De la mano de Álex de la Iglesia, la plataforma de pago nos traslada hasta ese 1992 que da título a su primera serie con el cineasta bilbaíno, que vuelve a apostar por la ficción televisiva tras su interrumpida 30 monedas en Max. Y lo hace para reescribir la Expo de Sevilla a través de un thriller de seis episodios que tenía todos los ingredientes para trascender pero que se ha terminado quedando en una idea a medio gas por la falta de mimo que destila el proyecto, en fondo y forma.
Éramos muchos los que, al anunciarse la premisa de esta serie, y saber que su artífice era Álex de la Iglesia, teníamos demasiadas esperanzas depositadas en ella. Pocos mejor que el director de clásicos como La comunidad o El día de la bestia para retratar aquel hito que marcó un antes y un después en la historia de España, y del que podía descubrirnos una 'cara B' en forma de 'fábula' costumbrista que combinara, como habitúa en su filmografía, el terror y la comedia de la mejor de las maneras para contar un relato atractivo que mezclase fantasía y realidad.
Y es que De la Iglesia, y su inseparable Jorge Guerricaechevarría, toman como punto de partida la muerte de un hombre en una misteriosa explosión y la investigación que decide emprender su mujer, Amparo (Marián Álvarez), al descubrir junto al cadáver del empresario que falleció junto a su esposo un muñeco de Curro, la mítica mascota de la Expo del 92. Una figura que vuelve a aparecer en crímenes posteriores que son perpetrados de forma similar, lo que convence a la protagonista a ahondar en lo ocurrido con ayuda de Richi (Fernando Valdivielso), un expolicía alcohólico que trabaja ahora como vigilante de seguridad de un centro comercial.
A partir de ahí, con los mimbres del slasher tradicional, 1992 toma a la pareja protagonista como vehículo conductor para descubrir junto al espectador el motivo por el que alguien se ha apoderado de la imagen de un icono tan emblemático y entrañable como Curro para acometer varios asesinatos con el fuego siempre como protagonista. Un planteamiento interesante, con el contexto nostálgico de la Expo de Sevilla como su mayor aliciente, que invita al público a ir uniendo junto a los personajes todas las piezas del puzzle.
Una idea brillante y con vocación de trascender...
Como decíamos, Álex de la Iglesia ha sido inteligente a la hora de subirse al tren de la nostalgia y ambientar su nueva serie en el contexto de un evento que nos marcó a todos, tanto en lo personal como en lo colectivo como país. Y es que aquella Expo de Sevilla de 1992 supuso, junto a los Juegos Olímpicos de Barcelona de ese mismo año, la apertura definitiva de España al mundo, dejando atrás la Transición y los tiempos de oscuridad para emprender al fin un camino hacia la modernidad y el desarrollo. La ficción refleja atinadamente la ambición de aquella España que intentaba (a su modo) madurar política, económica y socialmente. Y nada mejor que dos acontecimientos internacionales de ese calibre para demostrar al resto del planeta que estábamos a la altura de las circunstancias.
La Expo propició una faraónica inversión en infraestructuras, empezando por la histórica creación del AVE, con una primera línea que unía la capital del país con Sevilla en apenas un par de horas. También se amplió el aeropuerto de San Pablo, se construyeron carreteras que hicieron ganar a Andalucía 1.000 kilómetros de vías de alta capacidad y se instalaron varios puentes por Sevilla que articularon la movilidad en la ciudad. Además, se recuperó la hasta entonces abandonada isla de la Cartuja, reaprovechando unas 250 hectáreas para construir allí los diferentes pabellones en los que se celebraría la muestra.
Álex de la Iglesia coloca en esos terrenos el epicentro de su nuevo thriller y confronta el esplendor del actual Parque Científico y Tecnológico de Sevilla -que acoge hoy en día a unas 550 empresas- con la decadencia (exagerada para la ficción) de lo que queda de aquellas instalaciones de la Expo, convertida en la serie en una especie de esperpéntico parque de atracciones en ruinas en el que su principal villano tiene su 'centro de operaciones'. El cineasta desarrolla así un contraste entre pasado y presente (plasmado también en la fotografía de ambos tiempos narrativos) para hacer de esta una de sus obras con una crítica social más explícita y realista.
Así pues, poniendo el foco en la corrupción empresarial y política, el director se encomienda al viejo refrán “de aquellos polvos, estos lodos” para dar explicación a ciertas conductas, dinámicas y malas artes que arrastramos desde aquel tiempo de bonanza en el que algunos empezaron a perderse en sus delirios de grandeza. Sólo así se explica, por tanto, la decisión del creador de traer al presente la principal línea argumental de una historia que, probablemente, hubiese tenido un mayor impacto llevándola directamente a aquel 1992 que desafortunadamente sólo se deja ver en forma de contados flashbacks.
Otro aspecto con el que el proyecto de Netflix contaba a favor es con la potentísima iconografía del evento, como sucedía también en la mítica Nadie conoce a nadie de Mateo Gil, el recordado thriller de Eduardo Noriega y Jordi Mollá en medio de la Semana Santa sevillana, marcada esta vez por esa figura de Curro tan presente aún hoy en el imaginario colectivo. Cuenta De la Iglesia a verTele que, precisamente, el germen de la serie se remonta a la viralización hace unos años en Twitter de la imagen de un grupo de Curros “comidos por el tiempo” que aparecían apilados en un almacén. “Esa especie de contradicción me hizo tomar conciencia de que había pasado tanto tiempo”, declara el vasco a la hora de explicar el alumbramiento en su cabeza de esta ficción.
El director se refiere así, muy probablemente, a una de las fotografías del maravilloso reportaje que en 2017 publicó la ya extinta revista Vice y que causó una gran fascinación entre los internautas al adentrarse en lo que llamaron un “cementerio de Curros”. Realmente se trataba de una tienda de antigüedades sevillana que, tras rescatarlos del abandono, decidió conservarlos al aire libre hasta que algún coleccionista quisiera llevárselos. Aquellas instantáneas, aterradoras por sí mismas, dieron la idea a De la Iglesia de recuperar a la querida mascota diseñada por Heinz Edelmann -ilustrador también del Yellow Submarine de Los Beatles- para resignificarla y convertirla en una especie de psycho killer que cambiará de algún modo para los espectadores, en un ejercicio de lo más divertido, el concepto que tenían del carismático pájaro de pico y cresta multicolor.
Esta maniobra, sumada a la de intentar dar explicación a dos misteriosos sucesos -reales aunque muchos no lo recuerden- que ocurrieron meses antes de la inauguración de la Expo y que llegaron a hacer planear la sombra del gafe sobre la muestra -el del incomprensible hundimiento en noviembre de 1991 de una réplica de la histórica Nao Victoria a los 20 minutos de ser botado en el pueblo onubense de Isla Cristina y el del incendio en extrañas circunstancias en febrero de 1992 que destruyó el Pabellón de los Descubrimientos, el edificio más esperado de la exposición- se erigen como principales bondades de la serie. Porque la ficción, para bien, encuentra su mayor virtud en una brillante idea que, para mal, acaba convirtiéndose lamentablemente en una gran oportunidad perdida. Lo explicamos.
La oportunidad perdida de hacer una serie memorable
Todas estas grandes expectativas que comentábamos empiezan a desinflarse según avanzan los primeros capítulos y uno empieza a darse cuenta de que se encuentra ante un producto audiovisual que destila cierta desgana en su desarrollo. En el apartado técnico, llama la atención, para empezar, la extraña fotografía que la ficción plantea en su línea temporal del presente, especialmente en un Madrid constantemente lluvioso que choca a los conocedores del seco clima de la capital y que molesta por su aparente intento de proporcionar un golpe de efecto visual a esas escenas que se torna de algún modo gratuito.
Sorprende además el abuso de efectos especiales para recrear esas llamaradas que consumen a las víctimas del Curro asesino de este 1992 y que se perciben en varias ocasiones como demasiado inverosímiles. También el empleo de un montaje apresurado que, si bien dota a los seis episodios de la serie de un gran ritmo y, por tanto, de un fácil consumo, propicia una ristra de errores inexplicables para una producción de este presupuesto y calibre. En concreto, fallos de sincronía en secuencias de diálogos en los que la imagen plano-contraplano de sus interlocutores no casa con el sonido de sus voces.
Por otro lado, esa genial premisa embrionaria del proyecto se derrumba en el desarrollo de un guion que termina siendo previsible y con detalles del todo incoherentes. Porque ese 'más es más' por el que suele apostar De la Iglesia, esa predilección desprejuiciada del cineasta por los excesos, no ampara esta vez ciertas decisiones que provocan, por lo absurdo, escenas involuntariamente cómicas o sonrojantes. Tampoco el texto ayuda en muchos momentos a los actores, con un Fernando Valdivielso y Marian Álvarez correctos, a sacar todo su potencial interpretativo ante las cámaras.
En definitiva, 1992 llega a Netflix al menos como una ficción de disfrute ligero, oportuna para nostálgicos sin demasiadas exigencias dispuestos a darse un paseo por algunos escenarios de aquella Sevilla de la Expo. Sin embargo, será decepcionante para aquellos que la esperaban con entusiasmo, conscientes de que tenía todos los ingredientes para convertirse en una ficción trascendental y memorable.