La premisa, sin duda, engancha: los romanos, inmersos en su cruzada, se enzarzan a la conquista de la Gran Bretaña antigua. Pero sus habitantes, un grupo de druidas con poderes sobrenaturales y una comunidad de mujeres guerreras, dejarán a un lado sus diferencias y se unirán para defender lo que consideran suyo por derecho, esperando expulsar así a las fuerzas del emperador.
Así es descrita Britannia, una suerte de Juego de Tronos europeo sin dragones pero donde tienen cabida invocaciones demoníacas. Y aunque tras visionar los tres primeros capítulos se advierte, efectivamente, la presencia de altas dosis de violencia -algunas escenas lo suficientemente desgarradoras como para apartar la vista-, sangre, algo de sexo salvaje y múltiples ligas internas en un juego difusamente trazado... no se acerca al Poniente que la serie trató de construir con su tráiler en la mente del potencial gran público.
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Para empezar, el primer episodio de Britannia está descontextualizado. Es habitual que los comienzos de muchas series, y más las de corte histórico y reparto coral como esta, sean algo lentas al principio pues consisten en presentar un lugar, un momento y a unos personajes. Sin embargo, el modo de hilvanar tal cantidad de información da lugar en esta ocasión a un árbol de tramas desconcertante con unos sujetos de la acción pobremente conectados en mitad de un caos aparente.
El espectador se pierde. No solo no deduce qué personajes guardan más peso que otros, sino que la amplia oferta de argumentos lanzada a bocajarro provoca que no se concentre realmente en ninguno de ellos. Y aunque el primer episodio peca de presentar un amplio abanico de advertencias, carece irónicamente y al mismo tiempo de falta de conocimiento: la ausencia de pequeños datos en ciertos momentos vuelve ardua la tarea de entender algunas situaciones.
Por otra parte, Britannia sí exhibe cierta revolución feminista. Aunque los hombres siguen siendo quienes figuradamente luchan entre sí por mantener el control del lugar, son ellas las que demuestran saber mover las piezas del tablero de una guerra declarada: “Soy Roma. Y por donde piso es Roma”, recordará de manera poco ortodoxa aunque efectiva el general Aulus Plautius (David Morrissey). El máximo exponente del empoderamiento femenino lo tenemos en la hija del rey de esa Gran Bretaña medieval, Kerra, encarnada por la veterana Kelly Reilly. Pero no es el único ejemplo, pues la joven Cait (Eleanor Worthington Cox) apunta a convertirse en una Arya Stark de campeonato. Ah, y la reina Antedia (Zoë Wanamaker) seguro que provocará más de un quebradero de cabeza.
En relación con el reparto, la serie puede presumir en cámara de un variopinto grupo de actores que, a pesar de la vorágine dramática, tienen claras las motivaciones de sus personajes y dan lugar a una actuación ejemplar, correctamente medida y representativa de las situaciones que se ven obligados a vivir. A ellos sí se les cree. El trabajo de caracterización de cada cual es, por otro lado, de lo más destacable. Un componente más que transforma Britannia en una serie muy visual... lo cual está bien, pero no siempre es bueno.
Estética psicotrópica que confiere modernidad a la historia
Merece comenzar a ver Britannia aunque solo sea por su cabecera. El equipo gráfico ha hecho un excelente trabajo en esta ocasión. Bajo la no-uniformidad del estilo punk de finales de los 70 converge un colorido opening de imágenes vistosas donde lo importante no es el mensaje, sino el diseño.
Probablemente la elección de este tipo de presentación recaiga en la importancia de los druidas en la serie y en sus ritos religioso-fantásticos, de gran predominio en la historia, si se tienen en cuenta los componentes psicotrópico-alucinógenos con los que tienta a la vista. Además, la elección dota de cierta novedad a la ficción y se yergue como un elemento transgresor que hace creer a la masa que no se encuentra frente a una serie medieva cualquiera.
Probablemente producto de esa transcendencia por la forma sobre el contenido, se lleva a cabo un abusivo empleo del efecto distorsión sobre el plano -en muchas ocasiones parte de la imagen se difumina-. Se trata de una técnica en boga últimamente cuyo objetivo, en principio, es la de mostrar alteración en el personaje, ya sea por ansiedad, estado de inconsciencia, confusión o embriaguez. No obstante, su utilización excesiva hasta en situaciones que no lo ameritan hace que pierda su sentido y pase a ser un ingrediente espectacular más para enseñar al público lo “moderno” que se es, llegando a producir hastío.
Una herramienta bien destinada es, no obstante, el manejo de la música para generar tensión, acompañar a los personajes y proporcionar cierto ritmo a la historia. Marca el clímax de la misma y avanza un prometedor inicio del próximo episodio. Junto a ella, las imágenes, visualmente vistosas, de las que hace gala Britannia la convierten en el perfecto envoltorio de una serie con, por el momento, tareas pendientes.