Charlie Brooker explicó que, si la cuarta temporada fuera un disco, Cabeza de metal sería una canción punk de 2 minutos. El capítulo es uno de los peores valorados en IMDB y Filmaffinity, incluso por debajo del tedioso Cocodrilo. No ha gustado demasiado a los fans de la serie, acostumbrados a tramas complejas y existenciales que cuestionan pulsiones oscuras. Es la entrega que Black Mirror se merece, pero no la que necesita.
En Cabeza de metal no hay cabida para giros sorprendentes ni diálogos extensos. De hecho, ni siquiera existe contexto ni explicación de lo que presenta. Pero a veces no es necesario preguntarse cómo ni por qué, sino, al igual que en las grandes películas de terror (como Alien o Psicosis), insinuar más que mostrar. Al no tener respuestas a esas preguntas, es ahí donde nace el miedo.
“Quería hacer algo visceral e implacable desde el inicio”, mencionó su creador. Al igual que en películas como The Road no sabemos por qué está acabando el mundo, en este episodio tampoco tenemos idea de por qué los perros robots han conquistado el planeta y ahora se dedican a cazar supervivientes humanos. Lo importante es la travesía, en uno hacia la libertad y en otro hacia la escapatoria, y no los motivos que llevan a iniciarla.
La idea para el episodio, como Brooker explicó a Entertainment Weekly, surgió tras ver los robots construidos por la empresa Boston Dynamics. Son tan realistas que pueden levantarse tras una caída, caminar como animales reales, o incluso dar saltos mortales hacia atrás. Tan realistas que, sin quererlo, son aterradores. Es lo que algunos investigadores llaman el valle inquietante, cuando los autómatas parecen tan humanos que provocan una respuesta emocional negativa.
El encargado de dirigirlo es David Slade, ya curtido en lo que a explorar lóbregas aguas se refiere. Dejó constancia de ello en la serie de Hannibal, donde acompañado de Mads Mikkelsen nos descubrió la perturbadora mente que caracteriza a su personaje. En sus escenas, ni la música clásica servía como filtro para una tensión que hereda este Cabeza de metal.
Pero como el mismo Hannibal diría, para explorar sus virtudes y defectos es necesario introducirse en sus entrañas. Por eso, a partir de aquí, alerta por SPOILERS.
Como un ratón en una caja de zapatos
La única información que ofrece el episodio está condensada en los primeros minutos. Solo sabemos que alguien llamado Jack se encuentra mal y que un grupo de tres personas conduce hacia un gran almacén para conseguir algo. Al entrar en la cueva, despiertan al dragón.
No es un monstruo cualquiera, sino un perro robótico lleno de trucos con un solo objetivo: matar a los intrusos. Es entonces cuando empieza la busca y captura de la única superviviente, Bella (Maxine Peake), que de pronto se convierte en la protagonista del relato.
Tampoco necesitamos un elenco mayor, porque esta es una historia sobre el temor de enfrentarse al terror en soledad. De nada sirve que la actriz grite, desespere o intente pedir ayuda por el walkie talkie. El perro robot siempre la encuentra. No hay comentarios satíricos de Brooker, como en Waldo, ni una advertencia sobre las nuevas tecnologías, como en Arkangel, tan solo la clásica versión de máquina versus humano presente en filmes añejos como Terminator. Y esa, es una de sus virtudes.
“Quería hacer una historia donde casi no hubiera diálogo”, señaló Brooker en la entrevista de Entertainment Weekly. Al igual que en la última película de Mad Max, las líneas de conversación quedan relegadas a un segundo plano y son sustituidas por acción. Porque, aunque no lo parezca, la parte visual de este formato audiovisual también tiene mucho que decir. A veces, incluso más.
Para potenciar ese apartado, David Slade decidió escoger, con mucho acierto, grabar el episodio en blanco y negro. “Quería que todo en este mundo pareciera opresivo, que los cielos y los vehículos y la arquitectura se grabara en metal. Todo tenía que sentirse pesado”, indica el propio director en Twitter.
Blanco y negro, muerte y esperanza. Los colores monocromáticos sirven para enfatizar el miedo que genera el perro robótico, que contrasta amenazante sobre otros objetos del escenario. El director juega con la luz y la oscuridad incluso cuando Bella ciega al “animal” tirándole una lata de pintura. Sin embargo, gana la ausencia de color.
Cuando la sencillez se transforma en virtud
Pero, ¿qué nos quiere decir Brooker con el episodio? Al no ofrecer una respuesta clara, cualquier interpretación puede ser válida. La primera imagen de los perros robóticos, descansando en una gran llanura, puede recordar a los bisontes americanos cazados y extinguidos durante el siglo XIX. Asesinar a estos animales se convirtió en una atracción para todos los viajeros que cruzaban el Medio Oeste en tren.
El rol se invierte en Cabeza de metal y el cazador pasa a ser el cazado: ahora los humanos son los que están al borde de la desaparición. También podría contemplarse como una metáfora del ciberacoso, en la que ese troll de Twitter adquiere forma de animal metalizado. Y como ocurre en las redes sociales, la persecución es incansable. Solo basta un tuit inadecuado para que miles de perros robóticos se abalancen sin piedad contra la víctima. Quizá, esta sea la versión más probable.
Charlie Brooker confesó a Entertainment Weekly que tenía pensado otro final: “En mi primer borrador mostramos un operador humano controlando el perro robot”. Mientras Bella está subida en el árbol, este usuario contemplaría su agonía desde la ventana al mismo tiempo que da un baño a sus hijos. A pesar de ello, según el creador, la conclusión “parecía superflua” y decidieron optar por “una historia más simple”.
En el último plano del capítulo muestran lo que en realidad buscaban aquellos tres aventureros. No eran medicinas, sino ositos de peluche para un niño enfermo que, curiosamente, también sirven como referencia al capítulo titulado Oso blanco. Es el único momento de calor en un episodio tan frío como el metal: en una sociedad marcada por la extinción de la raza humana y la brutalidad, incluso ahí, todavía queda hueco para mostrar algo de cariño.