Aunque a muchos pueda pillar por sorpresa una serie tan de género como Carnival Row en el panorama actual, lo cierto es que el proyecto llevaba pululando por despachos y manos interesadas más de diez años.
En 2005, Travis Beacham empezó a mover un guion de largometraje llamado The Killing on Carnival Row, que debido a su imaginario y su particular aproximación al fantástico desde el terror y el procedimental, estuvo entonces asociado a realizadores de culto como Neil Jordan -Entrevista con el vampiro y Byzantium-, o Tarsem Singh -The Fall: el sueño de Alexandría o Immortals-. Sin embargo, la idea no acabó de cuajar y el proyecto acumuló polvo en las estanterías de varias productoras hasta que pareció resucitar en 2015, de la mano de Legendary Pictures.
Travis Beacham había firmado los guiones de dos éxitos de Legendary como Furia de Titanes -casi 500 millones de dólares en taquilla-, y Pacific Rim - más de 400 millones-. Así que la compañía le dio un voto de confianza para ampliar el universo de su proyecto fetiche, convirtiéndolo en otra cosa: una serie que podría distribuir Amazon. Carnival Row tomaba forma y lo hacía de la mano de insigne Guillermo del Toro, con quien Beacham había trabajado en las magnífica película de robots gigantes, que en principio iba a dirigir el piloto.
Dos años después resultó ser que el director de El laberinto del fauno se había bajado del carro, pero se habían subido Orlando Bloom y Cara Delevigne. Y ejercería de showrunner nada menos que René Echevarria, productor de Los 4.400, Castle, Médium o Terra Nova.
Ahora, por fin, llega a nuestras pantallas la gran apuesta de Amazon Prime Video para esta temporada. Y a la luz de los acontecimientos es difícil disimular la satisfacción de ver con vida un proyecto que empezaba a estar maldito.
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Asesinatos en serie, hadas y dioses oscuros
Carnival Row es el nombre de uno de los barrios más conflictivos de Burge, ciudad neo-victoriana en la que conviven hadas, faunos, centauros y humanos. O mejor dicho, en la que intentan convivir: las clases pudientes de la ciudad, en su mayoría humanas, quieren expulsar del lugar al resto de criaturas y tienen a la policía como brazo armado de sus intereses.
En este organismo trabaja el inspector Rycroft Philostrate -un Orlando Bloom cómodo en el papel de tipo duro atormentado-, que se encuentra investigando el asesinato de una bailarina cuando se reencuentra con una vieja conocida: Vignette Stonemoss -agresiva e intensa Cara Delevigne-, un hada que intenta buscarse la vida a pesar de ser repudiada socialmente. Es una refugiada, huyo de su país para escapar del exterminio de criaturas no-humanas que allí acontecía. Cuando el brutal crímen se repita, ambos se verán involucrados en una trama en la que los prejuicios, el poder y la corrupción tienen más que ver de lo que ninguno desearía.
La serie de Travis Beacham y René Echevarria combina de forma afortunada casi todos sus ingredientes, en un equilibrio cuya efectividad parece estar puesta a prueba a cada segundo. Una calculadísima dosis de terror y gore -no se escatima aquí en cadáveres horribles-, junto con un desarrollo de arquitectura de procedimental, una subtrama romántica y una fácil pero absolutamente relevante lectura política forman el ADN de Carnival Row. Y lo sorprendente es que funciona.
Si bien es cierto que todos los elementos que conforman su particular universo están más que planteados y desarrollados, lanzados de forma azarosa. Beacham y Echevarría no pierden un solo minuto en presentar este universo ni los conflictos que en él suceden. Tampoco en atemperar el tono lúgubre sobre el romántico, ni en potenciar una subtrama sobre otra, ni siquiera en combinarlas con sensibilidad y templanza.
Carnival Row es puro caos desde su inicio. Pero, curiosamente, en este caótico y dispar tono se mueve con garbo y se diría que con intención de sorprender. Pues no se transmite al espectador disonancia alguna: todo está donde debe estar.
Especialmente sus dos protagonistas, de fortuna regular a su paso por la gran pantalla, que encuentran en Carnival Row dos papeles que se adhieren perfectamente al embrollo de la ficción propuesta. Cara Delevigne, que no terminaba de encontrar el equilibrio entre histrionismo y fortaleza en sus personajes de Escuadrón Suicida o Valerian y la ciudad de los mil planetas, interpreta aquí a un personaje lleno de fuerza e ira contenida y bien medida. Mientras que Orlando Bloom, que más allá de sus roles en las franquicias de Piratas del Caribe y El señor de los anillos, ya se encontraba protagonizando películas de acción chinas de poco fuste, da empaque a este digno inspector.
El odio no entiende de fantasía
Aunque es habitual la confusión, el oscurantismo no hace referencia a la ausencia de luz ni a la temática propia de una tradición literaria o pictórica de carácter tenebroso. El oscurantismo es la oposición sistemática a la difusión de la cultura, o la defensa de ideas y actitudes irracionales o retrógradas.
La pareja formada por los dos protagonistas combaten la oscuridad asociada a los asesinatos que manchan de sangre las calles de Carnival Row. Y la ficción juega bien tanto su carta de thriller con sectas como la de una tímida aproximación lovecraftiana al terror.
Pero en última instancia, más que combatir la oscuridad, Vignette y Rycroft luchan contra el oscurantismo de la época que les ha tocado vivir. En un mundo asolado por la guerra, Burge se ha convertido en el refugio de muchas especies mágicas... que no son bienvenidas a ojos de los humanos.
El discurso sobre el miedo al diferente de Carnival Row constituye una evidente y poco sutil metáfora sobre la inmigración y el racismo presente en los Estados Unidos actual. Pero su falta de tacto, justamente, dota de un sentimiento de urgencia a la propuesta que resulta del todo acertado.
Travis Beacham ya utilizó robots gigantes pegándose contra kaijus gigantes para narrar la superación de un trauma y la necesidad de conectar con los demás en Pacific Rim. La fantasía y la ciencia ficción siempre han sido géneros aptos para la construcción de discurso políticos.
En su nueva serie, sus protagonistas tendrán que aprender a tender puentes entre ellos para combatir el racismo y el especismo -en muchas ocasiones narrativamente vinculado a una cuestión de clase-, del mundo que les rodea.
Y lo cierto es que no cuesta imaginarse una ficción como esta ambientada en un mundo como el nuestro, sin una pizca de magia pero con la misma falta de empatía entre seres humanos. La misma cerrazón mental e ideológica. Una que conviene combatir aunque sea con sangrientos y épicos cuentos de hadas como el que propone Carnival Row.