CRÍTICA

Cocodrilo de Black Mirror: un recuerdo largo y tedioso que no podrás borrar

“La finalidad del embustero consiste simplemente en agradar, deleitar, proporcionarnos un placer. Es la base misma de la sociedad civilizada”, dijo Oscar Wilde. Las tecnologías que ofrece Charlie Brooker en Black Mirror deleitan siempre en un principio y hacen creer a los que las poseen que no pueden vivir sin ellas o sin el placer que les proporcionan. Pero no son obligatorias, como tampoco lo es pagar 1.000 euros por el teléfono más caro del mercado o por un reloj que contesta automáticamente a los correos. Es solo un embuste que se ha tragado la sociedad civilizada.

Como en la vida, en la mayor parte de la serie de Netflix es el ser humano quien cae voluntariamente en la trampa.

Paga por vigilar los pensamientos de su hija a través de un microchip, como en Arkangel, o por clonar el ADN de sus compañeros acosadores y condenarlos a un suplicio virtual, como hace Bob Daly en USS Callister. Lo aterrador de Cocodrilo, el tercer episodio de esta cuarta temporada, es que el uso de su tecnología sí es obligatorio.

No nos referimos a la furgoneta automatizada de pizzas a domicilio (que podría dejar de ser producto de la imaginación de Brooker), sino a un lector de recuerdos que utilizan los poderes del Estado y las empresas privadas para obtener información de los ciudadanos. Da igual que la persona no quiera cascar su mente como un huevo y dejar al aire su intimidad o sus peores recuerdos, porque es “requisito legal”. Estaríamos ante la hipérbole de una sociedad ultravigilada como la que nos mostró The Night Of.

Ese cacharro bautizado como “corroborador” es, como dice uno de los personajes, un “extractor de memoria” y puede convertirnos en el testigo accidental de una situación comprometida. Ni siquiera es necesario que sea un crimen.

Así comienza la debacle en Cocodrilo: un carrusel de violencia que solo parará hasta alcanzar la cúspide de la perversión humana. Y a partir de aquí, SPOILERS.

Dice Charlie Brooker que en Black Mirror la tecnología nunca es la villana de la película, pero eso no la hace menos pesimista. En definitiva, él y sus guionistas dan un gran poder a un individuo y éste demuestra su debilidad moral usándolo de forma indebida. Pero no es un problema inherente a la tecnología.

En Cocodrilo no ocurre ni un caso ni el otro, porque la maldad humana emerge de forma orgánica con una intervención mínima del “corroborador”.

En Islandia, una joven pareja formada por Mia (Andrea Riseborough) y Rob regresa de fiesta conduciendo por una carretera congelada con todos los excesos a flor de piel. Cuando Rob atropella a un ciclista, Mia le ruega que llamen a la policía, pero él la convence para deshacerse del cuerpo desmembrado y no pagar los platos rotos por un accidente. Hacen desaparecer al hombre en el fondo de un fiordo, pero la culpa siempre sale a flote.

Años más tarde, la frágil Mia se ha convertido en una arquitecta de éxito, poderosa empresaria y madre de familia. Las drogas, el alcohol, Rob y los bailes bañados en sudor parecen haber desaparecido de su vida. Hasta que, durante una conferencia en Reikiavik, su ex amigo aparece como el fantasma de las navidades pasadas y le dice que va a confesar en comisaría lo que ambos hicieron en su juventud. Ella no consiente en sacrificar su triunfante carrera por una mala idea y, una conversación y una botella rota más tarde, consigue callar a Rob para siempre.

Ya sabemos cómo va a terminar el episodio para Mia, lo que ocurre es que, como en el mismo género nordic noir, los caminos hasta la derrota serán inexcrutables. Y es aquí donde el “corroborador” entra en acción.

No lo hace de forma directa, sino con un giro de guion bastante brillante, pero muy lento en desarrollo. Mientras piensa en deshacerse del cuerpo de Rob, Mia mira por la ventana de su hotel con tal mala suerte que presencia cómo un carro repartidor de pizzas atropella a un viandante. Será entonces cuando Shazia, la investigadora de una empresa de seguros, vaya testigo por testigo usando su exprimidor de recuerdos para dar con alguien que le permita testificar en contra de la empresa de pizzas. Y esa, por desgracia para ella y para toda su familia, será Mia.

Las lágrimas de la 'cocodrila'

Además de por su agónico ritmo, Cocodrilo es uno de los episodios peor valorados de la cuarta temporada por su representación de la violencia desmedida. Black Mirror es capaz de bucear por la condición humana sin perder el norte, aunque mostrando sus peores rincones. La preocupación parental llevada al extremo, la rabia e impotencia de una víctima de bullying descontrolada o, en este caso, la desesperación por mantener nuestra dignidad pública intacta.

El problema con el tercer episodio es que sí que pierde un poco el norte. Mia no puede escapar de Shazia ni del “corroborador”. Es eso o enfrentarse a la policía, que usará los mismos medios y la meterá sin mediar palabra en una celda. Estimulando su memoria, Shazia ve en su pequeña pantalla cómo su testigo asesinó a un hombre a sangre fría en la noche del atropello. Mia, entonces, tiene dos opciones: o asustar lo suficiente a Shazia para que no cuente jamás lo que ha visto en su aparato, o terminar con ella y no arriesgarse a ser delatada. Con su frialdad nórdica, elige la segunda.

No contenta con esto, descubre que el marido de Shazia sabe todos los detalles del caso, incluido su nombre y su domicilio. ¿Qué hará entonces? Justo lo que estamos imaginando. Lo que se nos escapa es que, tras reventar el cráneo de la investigadora con un ladrillo y el de su esposo con un martillo, se ha quedado sin un escrúpulo restante para dejar con vida a un bebé ciego. ¿Demasiado? Por mucho que nos moleste, era la decisión esperable en este descenso al infierno de la protagonista.

Como dice Charlie Brooker, lo que de verdad conmociona al público es que la asesina sanguinaria se trate de una mujer. Rubia, delgada, con estudios y que llora cada vez que comete un crimen, Mia juega con nuestros estereotipos y nos enfrenta a una visión del mundo totalmente condicionada por el racismo y el clasismo. Eso no exime a Cocodrilo de sus fallos de planteamiento, de su deus ex machina en forma de conejillo de indias o de su imparcialidad con la peligrosa tecnología que plantea.

Porque, entonces, ¿es favorable que el Estado controle nuestros recuerdos para atrapar a asesinos? ¿O es solo una forma de que nos asesinemos los unos a los otros? Black Mirror nunca ha sido cobarde al tomar un bando y, en esta ocasión, ha fallado en identificar al otro gran villano de la película.