La cocina puede ser el lugar más cálido de la casa y no solo por los fogones. Mientras se prepara la comida y se trajina con las ollas, se tararea, se escucha la radio y se habla con cercanía. Elena Santonja sabía el ambiente que se genera entre ollas y lo supo utilizar para sacar el lado más relajado de los famosos que invitaba a su programa. Con las manos en la masa fue primer espacio de cocina que se emitió en la TVE y nunca se ha vuelto a hacer algo así.
Por sus 335 episodios -que se emitieron desde 1984 a 1991- pasaron cantantes, actores, escritores, cocineros y hasta un ama de casa de Granada, Loreto Cardenete. Su hijo pequeño -tenía nueve- escribió al programa para que la invitasen: además de cocinar bien, había escrito su propio recetario que recogía las recetas aprendidas por tradición oral.
Con la naturalidad que la caracterizaba, Santonja soltó que: “Hoy en día se publican a la semana dos libros de cocina, lo cual es un disparate [aunque ella misma sacó cuatro entre 1987 y 1998]”, instando a las editoriales a fijarse más en trabajos como del de Cardenete y menos en otras moderneces. En 2019, más de una empresa con poder habría puesto el grito en el cielo ante tal declaración en la televisión.
Esa frescura era una de las claves del encanto de Santonja, que además de presentar también escribía los guiones junto a Álvaro Lion-Depetre. “Con Elena era fácil, porque era la perfecta presentadora: bailaba, cantaba, era buena actriz, extraordinariamente culta, cinéfila, micóloga, entomóloga, magnífica pintora además. Ya digo que nos divertimos”, recordó su compañero cuando ella murió en octubre de 2016.
Hay un famoso en mi cocina
Quienes ya fuesen televidentes allá por los 80, posiblemente recuerden más la sintonía de su apertura que el propio programa. Escrita por el dúo Vainica Doble -integrado por Carmen Santonja (hermana de Elena) y Gloria Van Aerssen- y cantada por Van Aerssen y Joaquín Sabina, tiene un puesto más que relevante en el imaginario colectivo del país (o, al menos, en el de los que ahora tienen más de 35 años).
“Siempre que vuelves a casa/ me pillas en la cocina/ embadurnada de harina/ con las manos en la masa”, es la frase que abre una cadena de nombres de platos tradicionales de la gastronomía española como bacalao al pil-pil, bonito con tomate o lacón con grelos. Algunos platos quizás no eran tan conocidos fuera de su lugar de origen como el cochifrito (Segovia) o el morteruelo (Castilla-La Mancha) pero precisamente ese era uno de los objetivos del programa: acercar la cocina tradicional al público.
La estructura del programa era básica pero eficaz. Santonja recibía a un personaje conocido en la cocina del plató y juntos preparaban dos recetas. Generalmente, estaban relacionadas con el lugar de origen de la persona o su vida, aunque no todos sabían del todo qué estaban haciendo. Uno de los ejemplos más claros es el de Joaquín Sabina, que dejó claro que no tenía ni idea de preparar unos callos a la madrileña por más que Santonja intentase ayudarle.
El caso contrario es el de un joven Víctor Manuel que, rebosante de asturianía, cocinó unas fabes con chirlas y unas cebollas rellenas además de escanciar sidra y preparar un paté de cabrales en cuatro minutos. Pese a las tentativas de la anfitriona de intervenir en la preparación de los platos, el cantante impuso sus modos de cocinillas experimentado. Acabaron celebrando con unos culines de sidra, sin rencores.
Muchos y muchas de las que se pusieron ante los fogones de aquella cocina simulada -que se fue modernizando con el tiempo aunque nunca perdió su estilo costumbrista- pertenecían al círculo de amistades de Santonja. Chus Lampreave, amiga desde la Academia de Bellas Artes de San Fernando; Verónica Forqué, hija de Carmen Vázquez-Vigo y José María Forqué o Fernando Fernán Gómez, el actor con el que prepara “lentejas sin nada”.
Es inevitable recordar a Pedro Almodóvar, en plena escalada al éxito mundial, cocinando una caldereta de cordero según la receta de su madre. Tuvo miedo del aceite que salpicaba al freír la carne, llamó a su madre (supuestamente) para consultarle sobre cuándo tenían que echar el ajo, comentó las curiosidades del canibalismo y hasta planteó el argumento de una película sobre la guerra de Vietnam que rodaría en Alicante. Apareció hasta una pata de jamón como la que Carmen Maura usó para librarse de su marido en Qué he hecho yo para merecer esto.
Sara Montiel mantuvo su porte de diva del cine mientras cocinaba unas gachas manchegas con sus torreznos y su harina de titos, que después se comió rebañando de la sartén como manda la tradición. Allí contó cómo llegó a Madrid desde Campo de Criptana para ganar dinero en el mundo del espectáculo, que su primer beso en el cine fue con Fernán Gómez y que a Gary Cooper le encantaban los taquitos mexicanos. El Gran Wyoming acudió con El Reverendo y contra todos los pronósticos preparó un marmitako de bonito con pericia.
Pero por allí no solo pasaron integrantes de la farándula del momento, sino que también cocinaron nombres relevantes del gremio gastronómico como la famosa Simone Ortega, la profesora y estudiosa Clara María González de Amezúa o los cocineros Ramón Ramírez o Luis Irizar (el primer invitado). Porque otro de los objetivos de Con las manos en la masa era la divulgación de la cultura gastronómica.
Entre bromas y preguntas personales, Santonja explicaba datos de historia gastronómica, como que los pimientos llegaron a España después del “descubrimiento” de América y soltaba referencias a autores y expertos en el tema. Los episodios eran como clases magistrales de gastronomía tratada como un aspecto más de la cultura (pop) como la música o el cine.
Los achaques de la vejez
El visionado del programa con la perspectiva del paso del tiempo -hace 35 años de la emisión de su primer episodio- provoca sensaciones encontradas. El ritmo de la televisión ha cambiado mucho en tres décadas y los episodios pueden parecer ahora interminables aunque solo duren 20 minutos. Los decorados están a años luz de los que rodean a los hermanos Torres y los gráficos son la pesadilla de cualquier diseñador.
También hay trazas de machismo aún normales en la época incluso en programas dirigidos por gente como Santonja. Por ejemplo, el actor Álvaro de Luna aprende a cocinar porque se ha quedado solo en casa - “de Rodríguez”- y no sabe ni cómo funciona una sartén. Al final del episodio, se desvela que lo que quiere es prepararle la cena a su amante.
También se ha calificado de machista la canción de “las vainicas” y Sabina, por el diálogo que mantiene el marido que llega hambriento a casa y la mujer que le hace la comida ante sus exigencias. Puede verse como tal o como una denuncia de la situación habitual de las amas de casa que tienen que cumplir los deseos culinarios -y de lo que sea- de sus esposos aunque hayan hecho cursos para “cordon bleu”.
Más difícil de disculpar es el clasismo evidente de En la cocina con Elena, programa que siguió a Con las manos en la masa, donde ella representaba a una señora que lidiaba con su criada mientras cocinaba. El espíritu estaba más cerca de Escenas de matrimonio que del anterior. No duró más que unos meses aunque el final vino por otro problema.
Santonja y Lion-Depetre se negaron a publicitar los productos de la sociedad Alimentos de España, que patrocinaba el programa, sin cobrar. Según declaró ella a El País en aquel momento: “Es un uso de mi imagen, que tiene fama y prestigio, para que TVE se embolse el dinero de la publicidad”. Un año después, una sentencia obligó a indemnizar con 10 millones pesetas a Elena Santonja y casi 9 a Álvaro Lion-Depetre por despido improcedente. Karlos Arguiñano se convirtió después en el cocinero oficial del canal.
Sin embargo, las críticas pierden contra los elogios. Con las manos en la masa fue un ejercicio de divulgación cultural a través del entretenimiento que marcó un precedente que no se ha podido igualar. Aunque la oferta de telecocina en la parrilla televisiva sea abundante y los sucesores de Santonja tengan su propio mérito, algo se quedó en los fogones de aquel plató ochentero.
Quizás con los años el concepto se haya quedado obsoleto o puede que la cocina tradicional haya perdido el interés del público, pero a nadie le amargan unas migas con chocolate. Y que Chus Lampreave te explique que un garbanzo es bueno si “tiene cara de vieja y culo de moza” (y después reconozca el rostro de Orson Welles en uno) es pura magia televisiva.