Durante sus tres primeras temporadas, El Ministerio del Tiempo se dedicó a viajar por la historia de España y a imaginar cómo sería nuestro presente si ésta fuese alterada. Sin embargo, la serie de TVE terminó su tercera temporada en 2017 haciendo algo que nunca antes había hecho: viajar al futuro. Fue la única opción que Salvador (Jaime Blanch) y los suyos encontraron para conseguir que el villano Ureña (Luis Larrodera) entrara en razón y arreglara el desaguisado que había provocado al convertir el Ministerio en una agencia intertemporal de viajes llamada Carpe Diem. Esta lucrativa reconversión provocó, previa acción de la patrulla, la propagación de un virus que abocaba a España a su autodestrucción. Algo que el propio Ureña comprobó de primera mano cuando vio que el Madrid de 2019 sería bombardeado por la OTAN para evitar que el virus se propague a nivel mundial.
Vista en el momento de su emisión, aquella escena no dejaba de ser una profecía apocalíptica propia del cine de catástrofes. Pero hoy, sin embargo, funciona como un pronóstico que recuerda inevitablemente a nuestra realidad. Puede que El Ministerio del Tiempo fallara en numerosos aspectos (la OTAN no ha bombardeado España, el coronavirus ha llegado a nuestro país 2020), pero en lo principal, que un virus causaría el caos en nuestro país, dio en el clavo. Nada mal para una serie centrada en viajar por nuestro pasado y no por nuestro futuro.
Resulta curioso que el pronóstico más improbable de aquel episodio acabara teniendo un punto de realidad y el más factible resultara ser fallido al cabo de dos años y medio. Exactamente los que ha tardado El Ministerio del Tiempo en volver de entre los muertos y resucitar con una cuarta temporada que llega esta noche (22:40 horas) a La 1. Con las audiencias en la mano y las dudas de TVE sobre su continuidad, lo fácil era vaticinar que aquel Entre dos tiempos, emitido el 1 de noviembre de 2017, sería el último episodio de la historia de la serie. O en el mejor de los casos, el último bajo el paraguas de la cadena pública. Pero no ha sido así.
El Madrid de 1943, primer escenario de la temporada
916 días después, El Ministerio del Tiempo reabre sus puertas para demostrar que segundas etapas sí pueden ser buenas y contradecir aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Para ello, la serie creada por Pablo y Javier Olivares ha optado por volver igual que se fue: siendo fiel a sí misma. Tras una travesía marcada de altibajos y donde la Espada de Damocles siempre sobrevoló sobre ella a partir de la segunda temporada, no habría sido extraño que El Ministerio hubiese apostado por introducir cambios significativos o una vuelta a los orígenes con vistas a recuperar a aquellos seguidores que se fueron por el camino. Sin embargo, la serie empieza su cuarta temporada más cerca de la seriedad de la tercera que del humor de la primera. Una apuesta por el continuismo que, eso sí, incluye algunas novedades.
La primera que salta a la vista es que el Ministerio ya no está en el centro de Madrid sino en otra sede a las afueras de la capital. Aunque a este cambio no se le presta mucha atención (es de esperar que dé más juego en próximos episodios), sí sirve para que volvamos a ver juntos a Salvador, Irene, Ernesto, Pacino y Lola. También a un Alonso de Entrerríos que, fiel a su palabra, lleva dos años y medio retirado para disfrutar de su relación con Elena. Sin embargo, una nueva misión necesitará de su presencia. Y no una cualquiera. Salvador ha descubierto la existencia de un hombre, Eulogio Romero, que es exactamente igual que Julián y que vive en el Madrid de 1943.
Averiguar si Eulogio es realmente Julián, lo que llevaría a descubrir que el personaje de Rodolfo Sancho no murió en la Batalla de Teruel, será el objetivo de Irene, Alonso y Pacino en su viaje por el Madrid franquista, donde se encontrarán con otro inesperado cometido: salvar al propio Franco de un intento de asesinato. Una misión que hará que El Ministerio del Tiempo ponga sobre la mesa uno de sus debates más recurrentes: cambiar el rumbo de la Historia o dejarlo tal cual a pesar de las conocidas consecuencias.
Un regreso muy 'ministérico', aunque con algunos cambios
Esta disyuntiva es solo uno de los elementos marca de la casa que podemos apreciar en este regreso de El Ministerio. Y es que el primer episodio es muy reconocible dentro de los estándares en los que se ha movido la serie durante su primera etapa, con sus referencias pop, sus pequeñas dosis de humor, y sus cameos históricos más allá del principal (Franco, en este caso) incluidos. En líneas generales es como si estos dos años y medio no hubiesen pasado por ella. Si eras un ferviente ministérico todo apunta a que lo seguirás siendo, pero si eras de esos fans que le exigían cambios a la serie, este primer episodio no te va a dar todo lo que esperas.
Aun así, este capítulo inicial de 60 minutos (se agradece el recorte sobre los 70 habituales) planta algunas semillas que pueden resultar interesantes en futuros episodios. Para empezar, el desarrollo de este Julián que ahora dice llamarse Eulogio. Pero también la nueva situación de Pacino, Lola y Alonso. Han pasado dos años y medio desde la última vez que los vimos en acción, así que hay cosas en ellos que han cambiado y que les llevará a enfrentarse a nuevos debates y conflictos consigo mismos. De la importancia que los responsables de El Ministerio den a estas aristas dependerá que la serie se desmarque de su pasado o, en menor medida, enriquezca lo que apunta a ser esta cuarta temporada: una continuación natural de la tercera con el permiso de Julián Martínez. O Eulogio Romero, según cómo se mire.