Todas las finales llevan implícita la nostalgia de poner el broche de oro a meses de trabajo. En el caso de la octava edición de Masterchef, más si cabe después de haber hecho frente a la crisis sanitaria por el coronavirus. Los concursantes se confinaron juntos, y retomaron el rodaje una vez lo permitieron las medidas de seguridad.
Las consecuencias de la pandemia han afectado también a los jueces y Pepe Rodríguez ha compartido su propia experiencia con los finalistas. El programa ha elegido su restaurante, El Bohío, como anfitrión del examen, convirtiendo a Luna, Alberto e Iván en los primeros en encender sus fogones cuatro meses después.
“Se me cae el alma a los pies”, ha reconocido el chef al entrar. “Masterchef, ha recordado también, sobre cómo antes de entrar a formar parte del jurado del talent culinario de La 1, ”la vida estaba complicada, estaba al límite“. ”Ocho años después y dieciocho ediciones puedo decir con orgullo que he tenido la gran suerte de transformar El Bohío en el restaurante que había soñado“.
Rodríguez ha dedicado unas palabras a sus compañeros de profesión, siendo consciente de que queda tiempo para que los hosteleros puedan retomar su actividad previa a la crisis sanitaria. Por último, ha agradecido la oportunidad brindada por el concurso, asegurando y aplaudiendo que “Masterchef nos ha permitido seguir cocinando sueños en mitad de una pandemia”.