Cuando una idea exitosa se lleva al límite o la fábula de la gallina de los huevos de oro hecha serie
El 22 de septiembre de 1994 nació Friends. Lo que seguramente Marta Kauffman y David Crane no sabían entonces es que acababan de llevar a la pequeña pantalla la sitcom de las sitcoms. Y es que Chandler, Ross, Rachel, Monica, Phoebe y Joey pasarían a la historia como el grupo de amigos cuyas desventuras seguirían viendo en bucle una enorme audiencia durante muchos años después de su final.
Un desenlace que, por cierto, llegó 10 temporadas más tarde, cuando las vivencias de estos seis acabarían por derivar en lo absurdo; un batiburrillo de “todos nos liamos con todos” sin el más mínimo de los sentidos. Una carencia argumental que provocaría, aún gozando de una grata acogida, el fin de la exitosa comedia. Así que cerraron la serie...
...y volvieron con el spin-off de Joey. Con dos “cojines”, como diría Eleanor Shellstrop en The good place. Porque ya conocen el dicho, “si algo funciona, explótenlo hasta la saciedad” -¿era así, no?-. Al final las cadenas de televisión, sean en abierto o de pago, viven de su nivel de audiencia o suscriptores. Cuanto mayor sea este, mayores serán los beneficios. Y su mejor cebo para capturarlos es una buena parrilla de programación.
Por ello parece natural, casi una obligación moral, ofrecer más de “esto que sé que triunfará” que “algo nuevo y a ver qué pasa”. Sobre todo cuando el “esto” y el “algo nuevo” cuestan -cada vez más- dinero, ya que el espectador de hoy quiere ver cine del mañana en su televisor y no está dispuesto a conformarse con lo que echaron ayer.
Los clásicos siempre vuelven
¿Qué tienen en común Will & Grace, Embrujadas, Roseanne, Smallville, Sabrina cosas de bruja, Padres forzosos, Buffy la Cazavampiros, El príncipe de Bel-Air, Twin Peaks, Prison Break y Las chicas Gilmore? Que todas ellas fueron ficciones de éxito notable en televisión y que todas ellas han regresado al presente o están pendientes de hacerlo.
¿Qué vienen las 'vacas flacas'? ¿Que hay que hacer frente a la competencia? ¿Que queremos incrementar nuestros números? Tan sencillo como recuperar la fórmula 'mágica' de antaño, lavarle la cara y devolverla a antena bajo el sobrenombre de remake/reboot. A veces se gana -véase Las chicas Gilmore, Will & Grace, Madres forzosas e incluso Roseanne -tal ha sido su éxito que pese al pifio de Barr están dispuestos a seguir sin ella en un nuevo spin-off-; y otras se pierde -Hola, Prison Break-. Por su parte, el recorrido de otras como El príncipe de Bel-Air, Embrujadas, Buffy la Cazavampiros, EmbrujadasBuffy la CazavampirosSabrina cosas de bruja y un posible Smallville animado aún está por analizar. Que empiecen las apuestas.
El poder de las grandes marcas
Lo han visto en el cine con sagas multimillonarias como Harry Potter, Crepúsculo y Los Juegos del Hambre, donde la última película se divide en dos bajo el pretexto X que disfraza la realidad Y de “queremos seguir llenando nuestros bolsillos”. Lo mismo pasó -y sigue pasando- con James Bond, Star Wars, Fast & Furious, Indiana Jones y El señor de los anillos. Y ya no hablemos de las franquicias Marvel y DC porque la existencia de una servidora es limitada -y la de los superhéroes no-.
Esta forma tan abusiva de actuar es perfectamente lícita -de hecho, Fast & Furious ha resultado ser como el vino: mejora con los años-, y absolutamente válida, especialmente porque la posible decepción en pantalla grande dura a lo sumo dos horas y media... y no 60 como en televisión. Eso, si las aguanta. Aunque posiblemente así sea porque es la precuela de Juego de Tronos y la serie de El señor de los anillos de lo que estamos hablando. Dos grandes marcas que pivotan en ligas de élite. Donde el nombre ya hace la historia -aunque no debería- y simplemente las compra. Prueba de ello son los cinco -sí, cinco- guiones que HBO preparó de la obra de George Martin antes de decantarse, por el momento, por la citada precuela; o las también cinco temporadas que Amazon ha encargado de golpe de la de Tolkien.
¿Que por qué? Porque pueden. Al igual que con las series/películas que triunfaron en el pasado, las brutalmente exitosas del presente tienen a su público asegurado. Y este tiende a ser desmesuradamente generoso. Así que, ¿por qué no? ¿por el miedo a desmejorar el recuerdo original? ¿desgastar la masa madre? ¿hacer un sin sentido de todo que acabe por frustrar al acérrimo fan? Los riegos son muchos, pero si se hace bien... la gallina de los huevos de oro aún puede llevar a cabo su último -gran- esfuerzo.
“Hasta el infinito y más allá”
Al margen de los clásicos de renombre y los superventas de la actualidad, quedan aquellos proyectos internacionalmente bien acogidos cuya ambición está -en algunos casos lo estuvo- literalmente matándolos. Hablamos de una innecesaria novena temporada de The Walking Dead que ha terminado hasta por mermar la paciencia de su protagonista principal; de ese Homeland al que se le fue la chispa a partir de la cuarta entrega -y quienes la han visto saben por qué-; de las ciento y una versiones de CSI -¿Lo de Cyber era necesario?-; las dos temporadas más sin Steve Carell de The Office -Ojo, que NBC aún no se rinde...-; o la tercera entrega de Por 13 razones.
Luego están las 12 tandas de The Big Bang Theory, las 29 de Los Simpson o las 9 de Modern Family. A lo mejor el secreto está en su naturaleza sitcom pero lo que queda claro es que el espectador no se cansa de verlas. A este paso, a Luke Dunphy le saldrán canas antes de que el mockumentary de ABC llegue a su fin. Pero si el público lo consiente... ¿por qué parar? El negocio funciona así que, por favor, que no les frene la simplicidad narrativa y algunos extraños giros de guion.
Lo que está claro es que, como en cualquier otra empresa, prima la rentabilidad económica sobre la calidad argumental, que inevitablemente se va atrofiando al estirar una trama ya de por sí muy manida. Han podido verlo en Friends, en Dos hombres y medio -¿Ashton Kutcher?-, en The Walking Dead, Community y, sobre todo, en Perdidos -seis temporadas para otro sueño de Resines-. Entre decenas de ejemplos más, por supuesto.
Las rara avis: quienes supieron parar
Si bien es cierto que no se recuerdan demasiados casos de series de éxito que hayan decidido frenar a tiempo para dar un final digno a una historia que seguro podría seguir enganchando a la audiencia varias temporadas más, todavía no son una especie en extinción. El caso más reciente es el de The Americans, el drama de espionaje aclamado por la crítica que dijo adiós tras seis temporadas con un desenlace agridulce que encajaba perfectamente con su recorrido dramático.
Hubo otra sitcom, antes de The big bang theory, que solo tuvo cuatro entregas y supuso un éxito sin precedentes en la televisión de 2006. The IT Crowd ofreció en pantalla una remesa tras otra de humor inteligente sobre dos informáticos nerds y “un plagio de” que convenció al espectador hasta el último minuto. Pero ello no condujo a sus responsables a estirar sus locuras más allá de lo esperado -es cierto que hubo varios y tristes intentos de remake que al final se quedaron en eso, en intentos-.
Otra afortunada comedia con toques de soup opera es Jane the virgin, quien pondrá punto y final a su historia cinco temporadas después pese a su evidente éxito. Es verdad que las tramas de la ficción de The CW se salían de madre -exactamente desde el primerísimo episodio-. Pero Jane the virgin siempre ha sido, por encima de todo, una parodia a las telenovelas, por lo que cabía esperar vuelcos dramáticos de guion y situaciones de lo más disparatadas.
Caso aparte es el de Breaking Bad que, aunque tuvo un spin-off con Better Call Saul, la idea es tan diferente que casi parecen series de distinto universo. La aclamada ficción protagonizada por Bryan Cranston y Aaron Paul conquistó en audiencia, crítica y condecoraciones -llegando a ser calificada como “el mejor drama televisivo de todos los tiempos”-, y le otorgó el final que merecía cinco tandas llenas de suspense, acción y metanfetamina después.
Bonus: el controvertido final de House of Cards
Concluimos el presente artículo con un ejemplo de cierre ¿motivado por las circunstancias? Según Netflix, ya tenían previsto el desenlace del drama con la sexta entrega de House of Cards, pero merece la pena examinar primero lo que finalmente derivó en una última temporada centrada en Robin Wright:
Todo empezó cuando Anthony Rapp (Star Trek: Discovery) acusó a Kevin Spacey, el por entonces protagonista de House of Cards, de haberse sobrepasado en una fiesta a mitad de los ochenta cuando él solo tenía 14 años. Posiblemente no hubo entonces un momento menos apropiado que ese para hacer pública su homosexualidad, pero aún así Spacey lo aprovechó, recibiendo numerosas críticas en respuesta e iniciando así lo que pronto se convertiría en su descenso a los infiernos.
A partir de ahí, serían más las presuntas víctimas que se alzarían en contra del actor estadounidense, calificándole de agresor sexual incluso dentro de su propio equipo. Al parecer, la inapropiada conducta de Spacey era, además de un secreto a voces, algo habitual en el set de rodaje.
Tantas fueron las acusaciones que Netflix anunció en noviembre de 2017 el despido del artista de la ficción política que tantas buenas críticas y tan bien parecía haberle funcionado -si tenemos en cuenta que ya llevaban cinco entregas-. Así, House of Cards se quedaba sin su Frank Underwood -y la plataforma sin sus 39 millones de dólares-, por lo que era urgentemente necesario dar pronto con una solución.
Para ganar tiempo, la compañía de streaming optó por paralizar el rodaje de la sexta temporada indefinidamente. Un período que concentraría en reformular las tramas de una serie ya asentada entre su público, que no era poco. Tras mucho meditar, terminaron armando unos capítulos en torno a la homóloga femenina de Spacey en la serie: Robin Wright, un movimiento lógico. Sin embargo, también acortaron la entrega, compuesta solo por 8 de los 13 episodios habituales. Una elección que bien podría haber desencadenado la salida del actor y el nunca descartable posible veto al que los fans puedan someter a lo que queda de ficción por todo lo acontecido.