'Chernobyl': la serie que nos ha enseñado por qué cada mentira es una deuda con la verdad
Ya avisamos. Mientras todos miraban Juego de tronos, HBO emitía otra serie que tenía todas las papeletas para convertirse en la mejor del año: Chernobyl, que narra de forma majestuosa el desastre nuclear en Ucrania que paralizó medio mundo en 1986. Ya ha llegado a su fin, y aunque cinco episodios pueden saber a poco, en realidad no necesita más. Han sido suficientes para crear un producto redondo en el que no sobra ni un minuto en pantalla.
Chernobyl es hoy día lo que en su momento fueron otros productos como Hermanos de sangre o la primera temporada de True Detective: grandes producciones llevadas a la pequeña pantalla con valor por sí solas, independientemente de que luego exista o no continuación. Lo que prevalece en este caso no es la lógica habitual del showrunner de turno donde los hilos narrativos se confeccionan cada temporada con vistas a la siguiente. Aquí lo que prima es una historia con un punto final claro. Y esto no es garante de que el producto vaya a ser mejor (hay ejemplos fatídicos, como la segunda hornada de la mencionada True Detective), pero cuando acaba siendo sobresaliente la sensación es inigualable. En este caso, es justo lo que ha ocurrido.
La serie Chernobyl funciona como una campana de Gauss invertida: plantea las bases en los dos primeros episodios, alcanza el clímax en los siguientes y aterriza en el último. De hecho, la clausura es básicamente el juicio celebrado por la Unión Soviética en julio de 1987 para poner nombre y apellidos a los responsables de la catástrofe. Todo es más fácil cuando hay un villano al que señalar. En este caso era el ingeniero jefe Anatoli Diátlov, pero como acabaremos descubriendo este no es el único culpable de lanzar a la atmósfera el equivalente a 500 bombas de Hiroshima.
En un primer momento el Partido Comunista de la URSS se negó a reconocer el incidente y, como consecuencia, a evacuar a todos los ciudadanos cercanos a Chernóbil que después murieron por altas dosis de radiación. ¿El motivo? Un periodo como la Guerra Fría en el que demostrar el poderío del bloque soviético era incluso más fundamental que las vidas humanas.
Pero la falta de responsabilidades políticas no solo estuvo presente a posteriori, con la ocultación y tardía reacción, también a priori. Valeri Legásov (Jared Harris en la serie) reveló ante la comunidad de científicos la causa clave de este incidente: un fallo de diseño en los reactores, causado simplemente por utilizar materiales de baja calidad para abaratar costes, provocaba que el botón de emergencia para apagar las turbinas fuera inútil. Todo lo contrario: al presionarlo y pararse acabó convirtiéndose en una bomba nuclear.
A pesar de todo, la KGB coaccionó a Legásov para que no difundiera el problema. Incluso después de reconocer las consecuencias la prioridad fue seguir aparentando que la URSS no había provocado el mayor desastre medioambiental de la historia por haberse ahorrado dinero en protocolos, en materiales y en formar a profesionales a la altura.
No es gratuito que el recuento oficial de víctimas, sin modificar desde 1987, sea de 31 personas. Nunca conoceremos el verdadero coste humanitario de Chernóbil, pero la horquilla es bastante amplia: entre 4.000 y 93.000 muertes. Mikhail Gorvachov, que presidió la Unión Soviética hasta su disolución en 1991, no lo reconoció levemente hasta años después. “Puede que el desastre nuclear de Chernóbil fuera la auténtica caída de la Unión Soviética”, escribió en 2006.
¿Cuál es el precio de las mentiras?
Chernobyl es una serie centrada en denunciar las irregularidades de los soviéticos, pero no lo hace camuflada de propaganda norteamericana. No cae en “el peligro son los rusos”, básicamente porque quienes sufrieron y se sacrificaron fueron camaradas de dentro del partido. Sin los mineros que evitaron la fusión del núcleo, sin los 'biorobots' [trabajadores de carne y hueso] que limpiaron el tejado de grafito y sin las presiones al poder desde dentro del poder el desastre habría sido mucho mayor.
Las últimas palabras del discurso de Legásov durante el juicio son una buena muestra de ello. “Cada mentira que contamos es una deuda con la verdad. Más tarde o más temprano hay que pagarla. Y así explota el núcleo de un reactor RBMK: por las mentiras”, dijo el científico antes de que la KGB le condenara a tener una vida en las sombras. Como comprobamos al comienzo de la miniserie, este terminó ahorcándose en su domicilio el 27 de abril de 1988, justo dos años después del incidente.
Lo que hace Chernobyl es poner el dedo en la llaga de las falacias políticas, un mensaje que trasciende toda frontera. Es Donald Trump poniendo en duda el calentamiento global por la presencia de una ola de frío, es Abascal vinculando la violencia machista con los inmigrantes o Pablo Casado diciendo que la solución para financiar las pensiones es pensar “en cómo tener más niños y no en cómo los abortamos”.
Esta miniserie es una llamada de atención hacia todos esos líderes que mienten sin pudor y que anteponen el poder a la ciudadanía. Obviamente Chernóbil es un caso extremo, pero sirve de advertencia en dos direcciones: a los políticos y a nosotros mismos, que somos los encargados de elegir a nuestros representantes. Las mentiras tienen consecuencias, al igual que los votos.
“A la verdad le da igual lo que queramos. Le da igual nuestro gobierno, nuestra ideología y nuestra religión. Esperará eternamente. Y este, al final, es el regalo de Chernóbil. Antes temía el precio de la verdad, ahora solo pregunto: ¿cuál es el precio de las mentiras”, se cuestiona Legásov en el epílogo. El precio, probablemente, todavía lo estemos pagando.