Crítica
'Gangs of London': La virulencia de Gareth Evans se reconduce en una serie de impacto
Argumentaba J.J. Perry, uno de los más demandados coordinador de acción y director de segunda unidad del Hollywood contemporáneo, que hasta la fundación de la UFC a finales de 1993, las artes marciales eran un gran misterio para el grueso de la población occidental. “Desde su llegada, es difícil fingir cómo luce un puñetazo”, atestigua en The Art of Action. El público, especialmente aquel target potencial al que el cine de acción se encomienda, ha aprendido a descifrar la erosión del cuerpo ante el contacto, el movimiento de la mano comprimida en un puño y el trauma sobre la superficie a la que apunta. Como especialista en lucha escénica, su propósito deja de ser solo la exposición de una técnica concreta suficientemente llamativa, sino capturar “un impacto real y cinético que no se pueda falsear ante la cámara”. Solo así puede expresarse el dolor que invade al individuo ante la contusión, el aturdimiento al que el organismo ha de sobreponerse.
Tan importante como ese dolor y aturdimiento en el receptor, en el buen especialista que sucumbe solícito a las tropelías imaginadas en su enajenación por el director de turno, es la energía del emisor del golpe. Desde Merantau (ídem, 2009), Gareth Evans ha abordado la imagen, en estrecha colaboración con su director de fotografía Matt Flannery, con el vigor del combatiente al que acompaña. Su gramática se basa en seguimiento del impacto, lo que implica una concepción de la cinematografía como otro apéndice que acompaña el movimiento físico. Su caligrafía toma como vehículo de expresión fundamental la fig rig, el estabilizador de la cámara para moverse con rapidez en el entorno y duplicar la actividad corporal, pues no solo contribuye a seguir con diáfana claridad los lances de la lucha, sino que permite compartir la extenuación intrínseca a esta.
No resulta extraño encontrar en la casilla de creadores de Gangs of London (ídem, 2020-¿?) a la dupla formada por el realizador y su colaborador habitual Flannery. Este impecable thriller en torno al mayor sindicato criminal de la capital inglesa trabaja el mismo lenguaje perfilado por ambos en Indonesia a través de sendas Redadas asesinas, antes de retornar al archipiélago británico. Incluso se diría una reescritura adaptada de lo que fue aquella bilogía (mejor esta denominación que la de trilogía indefinidamente inconclusa), con la que se detectan nexos importantes, desde el papel del lazo de sangre como motor del conflicto, a la propia trama policial encubierta. Elliot Finch (Sope Dìrísù) se comporta como sosías de ébano del Rama incorporado en las anteriores por Iko Uwais, en su condición de agente infiltrado dentro del clan de los Wallace, también traumado por la ausencia de su familia (en su caso, directamente fallecidas su mujer e hijo) así como en su poderosa presencia escénica, tan bien aprovechada por el coordinador Jude Poyer: es con su desempeño en la pelea del pub contra los intrusos albaneses, punto álgido del primer episodio, donde comprendemos la convicción de convertirlo en el engarce de la cámara, del espectador, dentro de un mapa de tramas y relaciones que se ramifica hasta la dispersión en cada nueva entrega.
Con el citado Poyer, curtido en la industria oriental, ejerciendo como tercer vértice del triángulo creativo, se asegura mantener la febrilidad de previos ataques a la audiencia. Las secuencias de acción que salpican la línea argumental acusan tanto las enseñanzas de shifus de la coreografía marcial como Sammo Hung como el contagio del extreme cinema de cuño asiático en su representación excesiva, absurda, de la violencia, algo que depara imágenes de una crudeza inusual para una producción televisiva de amplio espectro. Véase la secuencia final del cuarto episodio, donde cámara bascula en torno a una herida abdominal de bala, planeando sobre ella hasta casi introducirnos en el orificio sangrante, tomándolo como eje sobre el que estabilizar su pulso espasmódico. Parece lógico que Evans delegue el desarrollo en dos directores con cierto callo en el tratamiento de lo macabro como Xavier Gens y Corin Hardy (a la postre responsable de la citada escene), pues la concepción de la imagen del horror entronca con la suya propia. Así como la resistencia de los cuerpos se pone a prueba en dilatadas y gráficas peleas, también se tensan los límites de la sensibilidad de la mirada, concebida como sparring último, sobre la que incurrir en despiadadas tropelías.
Al igual que ocurre con las barrabasadas de Timo Tjahjanto, las de Evans resultan más suculentas desde una aproximación primaria, a bocajarro. Tan a bocajarro como una pistola de punzón percutor de carnicero agujereando la sien de una víctima desvalida. Eso hacía que Redada asesina (Serbuan maut, 2011) fuese tan compactada en su franqueza argumental; pero también que su secuela sufriera en comparación por su expansión dramática. El conjunto de Gangs of London se entiende también como una gran construcción anatómica sobre la que infligir dolor, siendo las conexiones emocionales entre individuos los nervios que seccionar. El asesinato de Finn Wallace (Colm Meaney), el gran cacique de Londres, en el arranque del primer episodio, comporta la decapitación insalvable de su familia y de sus dominios, un golpe contundente; las maquinaciones posteriores de los aspirantes a suceder al muerto contribuyen también en esa carnicería simbólica, higienizada.
Las decisiones maquiavélicas desarrolladas capítulo a capítulo, con sensibilidad clásica, legitiman una apuesta como esta dentro de los confines de la serialización, pero inevitablemente adolecen de la virulencia de unos nudillos pelándose sobre la superficie marmólea de otro ser humano mientras la hacen crujir. O la ira de un hombre observando a otro arder, suspendido por los tobillos, esperando a que las llamas consuman el esparto y lo escupan al vacío, como en la escena inaugural de la ficción. A Gareth Evans no le interesa la paz, como tampoco al capo de los Wallace. Por eso, sus Gangs of London logran la conmoción cuanto más apuestan por ensuciarse literalmente las manos, cuanta más agresividad se desprende de sus personajes. Cuanto más físicos son. Todo es cuestión de impacto. Un impacto real no se puede fingir. El resto, la contención, es pose.
*'Gangs of London' está disponible desde el domingo 15 de noviembre en Starzplay.