Análisis del 8x02 de 'Juego de tronos'

'Juego de Tronos' se entrega a los placeres como si no hubiera un mañana en su última noche de calma

'Juego de Tronos' se entrega a los placeres como si no hubiera un mañana en su última noche de calma

Mónica Zas Marcos

El segundo episodio de la última temporada de Juego de Tronos es el perfecto relato de una espera. Cuando el desastre se cierne sobre las murallas de Invernalia y un dragón de hielo sobrevuela las cabezas de los norteños, poco más se puede hacer para evitar la llegada de la noche.

Esta nueva entrega recoge el testigo temporal de la anterior hasta el punto de no tener ni título propio. Si no fuera por la eterna semana de espera, costaría identificar dónde acaba uno y empieza el siguiente.

No extraña teniendo en cuenta que la temporada final se va a centrar en la Gran Guerra. No hay batallas paralelas, nuevos personajes ni escapadas a burdeles que distraigan la atención. Precisamente por eso desespera este ritmo aletargado cuando estamos a las puertas del ecuador de la serie, aunque parezca inverosímil (y por escrito suene desolador).

Aún así, Un caballero de los Siete Reinos demuestra más alma que su predecesor, lo que no era difícil, y deja un par de momentos gustosos que, si bien no son determinantes en la trama, al menos recuperan un poco de su épica. ¿Preparados para descubrirlos? Sigue leyendo bajo tu responsabilidad, porque a partir de aquí vuelan los SPOILERS y algunos son más peligrosos que las llamaradas azules de Viserion.

Ante una tragedia inminente, los seres humanos tienden a reaccionar de dos maneras: o bien se aferran a la vida con uñas y dientes, o relativizan los dramas y aprovechan la cuenta atrás degustando sus últimos placeres carnales.

Tan oscura es la noche que acecha a Invernalia, que el surtido Ejército de los vivos se ha decantado por esta segunda forma de matar el tiempo. “Pensé que podía aguardar la muerte congelándome los huevos ahí fuera, o aguardar la muerte aquí calentito”, dice sir Davos expresando sin medias tintas lo que piensa todo el Norte.

Los Caminantes Blancos avanzan a paso rápido y seguro sin necesidad de hacer noche, dar de comer a sus caballos o guarecerse de la tormenta. Como recuerda Jon Nieve, “nuestro enemigo no se cansa, no para, no siente”, así que la mínima intención de vencer en un combate cuerpo a cuerpo es ridícula además de suicida.

Con la llegada de Jamie Lannister al final del episodio anterior, ya no se esperan más efectivos sorpresa en Invernalia. En un juicio soporífero por su obvio desenlace, el león se enfrenta a dos de las damas más poderosas de los Siete Reinos sin contar a Cersei.

Daenerys y Sansa muestran sus más que comprensibles reticencias a que el Matarreyes se sume a la milicia que plantará cara a los muertos. Para la Targaryen, él es mucho más que el asesino de su padre; es el rostro de la venganza que se pensaba cobrar en cuanto recuperase el Trono de Hierro. Para la Stark, es el protector de la familia que la sometió a todo tipo de atrocidades inenarrables. Sin embargo, el apoyo de su hermano Tyrion y de Brienne de Tarth le permite mantener su bonita cabellera rubia sobre los hombros un rato más. Aunque sea solo por una noche.

Además, el que una vez fuera el guerrero más sanguinario de los Capas Doradas y un villano sin remordimientos, ha perdido su lustre y ha recuperado su corazón. Desde que pone un pie en Invernalia, Jamie se dedica a repartir disculpas a diestro y siniestro. El primero, a Bran. “Siento mucho lo que os hice, ya no soy esa persona”, le dice al Cuervo de Tres Ojos, a quien defenestró hace muchas temporadas por fisgonear en ventanas indiscretas.

La batalla definitiva no solo ha provocado que casas adversarias firmen una tregua, sino que brinden con el mismo vino, que se arrepientan del pasado y que compartan chanzas y cánticos alrededor del fuego. La perspectiva de una muerte inminente habría convertido a Invernalia en una suerte de país de la piruleta si no fuera porque hay quienes no lo dan todo por perdido: ellas.

Daenerys y Sansa recuerdan que no es el momento para cogorzas conjuntas entre familias que hace dos días se estaban matando para conseguir el Trono de Hierro. Ambas protagonizan uno de los momentos con más calado de este arranque y lo hacen gracias a Sansa, que es de las pocas cuyo guion aporta algo más que balbuceos en esta temporada.

“Tenemos mucho en común. Ambas sabemos lo que es regir frente a personas poco inclinadas a aceptar el mando de una mujer. Y ambas lo hemos hecho de modo magnífico, por lo que veo”, empieza Khaleesi con prudencia. No obstante, la loba no se deja encandilar por unas palabras bonitas: le da igual cuánto ansíe un trono la Madre de Dragones porque el Norte no se postrará ante ella ni ante nadie.

Las mujeres consiguen recuperar así la esencia de una serie dramática y violenta que en algunos momentos se había mimetizado con una sit-com. Sin embargo, con permiso de la garra femenina, este último episodio también deja una de las escenas más especiales cocinadas al aroma del vino y del fuego: el nombramiento de Lady Brienne de Tarth como Sir y caballero de los Siete Reinos. Tras ocho temporadas, la guerrera por fin obtiene el título que merece y lo hace de manos de Jamie Lannister en lo que algunos han atisbado el inicio de un nuevo shippeo.

Aunque para romance, el de Arya con Gendry Nieve, el bastardo de Robert Baratheon. En menos de tres líneas de guion, la pequeña de los Stark demuestra que no solo crecen sus hermanos. Ella ya no es una niña, es una luchadora que puede decantar la balanza del lado de los vivos y siente deseo como la mujer adulta en la que se ha convertido. “No voy a pasarme mis últimas horas en compañía de dos carcamales”, asegura decidida en la escena más comentada en redes del capítulo.

El poder femenino rebosa en el Norte, donde es alto probable que ellas sean las encargadas de tomar las decisiones estratégicas si queda alguien vivo tras la Gran Guerra. Sobre todo Daenerys, quien por fin se ha enterado del verdadero vínculo que le une con Jon Nieve y que no solo pone en peligro su idilio de amor, sino sus aspiraciones al Trono de Hierro. Y un flechazo está muy bien, pero no nos engañemos: eso es lo realmente importante.

Por otra parte, este esperable giro de guion resulta un alivio. Pues no hay pareja en todo Poniente con menos química que la que protagonizaban tía y sobrino Targaryen. Ni siquiera la escena más cara del primer episodio y ese impresionante vuelo a lomos de dragones con posterior aterrizaje en unas preciosas cascadas sirvió para convencernos. Ni siquiera ese impostado “Dany” en boca de Jon sonaba lo suficientemente tierno. Su estado natural, al menos el de los actores que los interpretan, es el de rivalidad. Y así parece que se van a desarrollar los acontecimientos a partir de ahora entre los dos.

El tercer episodio promete devolver la acción que ha brillado por su ausencia en las dos últimas semanas. Los Caminantes Blancos están a las puertas de Invernalia, Bran aguarda al Rey de la Noche como cebo en el jardín, los Guardianes de la Noche, los inmaculados, los salvajes y los guerreros aliados protegen la ciudad sobre las murallas. Todos están listos -más borrachos y más felices- para una velada larga. Una que, por lo menos, durará cuatro semanas más. Y quién sabe si no es para siempre.

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