Juego de Tronos conquistó el mundo y lo cambió. Igual que lo hizo Perdidos en su momento. Porque las series fantásticas tienen esa magia: parecen historias banales al entrar, pero al salir de ellas ya no eres la misma persona. Perdidos cambió el panorama seriéfilo demostrando que si queríamos ver una ficción lo íbamos a hacer, fuera legal o no. Y Juego de Tronos confirmó el poder de las plataformas, logrando que pagáramos por la televisión de calidad y quitándole para siempre la etiqueta de 'caja tonta'.
En 2011 no dejaba de escuchar hablar del universo creado por George R.R.Martin. Twitter se volvía loco cada domingo noche y no entendía nada de sus hashtags, así que acabé adentrándome en la adaptación magistral de David Benioff y D.B. Weiss, tras esa conversación famosa con el escritor en la que les puso a prueba con una sola pregunta. Si la acertaban les permitía convertir sus libros en serie: “¿Quién es la madre de Jon Nieve?” y el resto ya es historia.
Esa es una de tantas curiosidades que empecé a acumular como amante de los Siete Reinos. En verTele, cada capítulo que convertíamos en noticia era de lo más leído. Cada crítica, cada anécdota contada por los protagonistas, era lo que más interesaba. Y no dejaba de alucinarme que esa serie lograra dividir a los espectadores en Lannister, Targaryen, Stark y alguna estirpe más inventada por un señor que había conseguido que habláramos un idioma inexistente.
Hasta acabé con la bandera de los Targaryen colgada en el balcón de mi casa. Ni futbol, ni política: Juego de Tronos. Aún tengo en las paredes de casa una lámina ilustrada de Daenerys en la que se lee: “No soy una princesa, soy una Khaleesi”. Y esa frase también la tuve impresa en sudaderas y camisetas… por lo que cuando acabó la serie me quedé sin religión.
Hasta que llegó La casa del dragón.
No podían haber acertado más (imagino que la decena de asesores y estudios de HBO ayudaron) al apostar por adentrarse en la saga de los Targaryen, los más espectaculares de Poniente. Nuevo casting, nuevos nombres (con lo que cuesta seguirlos), nuevos entramados y más dragones.
No fue fácil entrar en la serie pero también me ocurrió con Tronos, aunque muchos no lo recordemos. Pero los últimos capítulos de la primera temporada volvieron a ponerme en mi sitio para disfrutar igual que lo hice con la anterior. Ansiosa estaba por la segunda temporada que se ha hecho esperar dos años… imaginad los nervios que me entraron cuando me propusieron acudir a la première, en París, con todos los actores y creadores de la ficción.
Así es una première de ‘La casa del dragón’ para una fan
En el avión a París no imaginaba lo que iba a vivir. He ido a otras premières, incluso de Juego de Tronos (recuerdo una en pleno Callao), pero las europeas son otra cosa. Hotel, periodistas, comida y alfombra roja para los “talents” (así llaman a los protagonistas de las series), más periodistas, y nos sientan en el espectacular Teatro del Châtelet. Compartiendo espacio con las mentes que hay detrás y delante de las cámaras de toda esa producción.
La proyección en la gran pantalla multiplicó el impacto de la historia, y con los aplausos y reacciones en masa acabó calándome más de lo normal (ojalá emitieran más series en los cines). Eso sí, la vimos en versión original (inglés) con subtítulos en francés, a los que era imposible ignorar. Por lo que si ya es complejo entender el diverso inglés que usan, imaginad leyéndolo en un tercer idioma...
Cuando ya nos disponíamos a salir, la pantalla se subió y apareció el Trono de Hierro, acompañado por la icónica sintonía y unos camareros detrás que empezaron a servir el cóctel. Allí nos mezclamos todos con todos, hicimos fotos con el croma de la serie, hasta sentí lo que graban al subirse al supuesto dragón.
Para acabar, la mañana siguiente entramos por la puerta del impactante Hôtel de Crillon (donde se alojan las estrellas) y me senté frente a Olivia Cooke, Fabien Frankel, Harry Collett, Ewan Mitchell y Matthew Needham. ¡Vaya sueño! (que podréis ver en verTele).
Una de las mejores oportunidades de este trabajo
Sin duda alguna, esa es una de las mejores oportunidades que te da el ser periodista televisivo: ver los capítulos antes que el resto del mundo (con la pequeña sensación de exclusividad que nos encanta) y después hablar con quienes los han creado. ¿Puede haber un privilegio mayor?
Como si García Márquez te dejara leer Cien años de soledad antes que a nadie y después te diera una entrevista, o si Frida Kahlo te mostrara sus Dos Fridas antes de exponerlas para después hablar contigo sobre ellas.
Porque una, antes de ser periodista ha sido fan (a veces incluso al revés), aunque cuando te pones el traje de trabajo no puedes olvidarte de él. Pero las premières te dejan darle rienda suelta a tus dos partes a la vez.