CRÍTICA

'Little Voice' se enamora más de la música que de sus personajes, mientras suena a Nueva York

“No me gusta que nadie escuche las canciones que escribo”, dice Bess King la primera vez que alguien irrumpe en la guarida donde compone. Pero, ¿la música no estaba para compartirla? Little Voice, la nueva serie cuyos tres primeros capítulos estrena Apple TV este jueves 10 de julio, termina por demostrar que obviamente, sí. Por el camino, cuenta una historia que no es especialmente innovadora, pero sobre la que no habrá que hacer excesivo esfuerzo para quedar prendado. Gran parte de culpa la tiene los temas compuestos por su cocreadora y coguionista, Sara Bareilles, que irán directos a las playlist de quienes se embauquen en esta íntima aventura protagonizada por Brittany O'Grady.

Porque las canciones son el verdadero hilo conductor del título producido por J.J. Abrams y Jessie Nelson (igualmente guionista y director), donde una joven trata de encontrar su voz al tiempo que supera el trauma que le dejó que se rieran de ella en una actuación. Todo ello en un Nueva York frenético donde vive con su mejor amiga Prisha (Shaliní Bathina), mientras cuida de su hermano Louie (Kevin Valdez) que tiene una discapacidad intelectual, y se preocupa por su padre alcohólico, que también es músico. El plantel de secundarios lo completan Ethan (Sean Teale), un director de cine que se acaba de mudar al compartimento contiguo a donde ella crea sus composiciones; y Samuel (Colton Ryan), que toca en el bar donde ella es camarera y que en seguida apuesta por ayudarle, guitarra en mano.

Lástima que Little Voice no profundice demasiado en ninguno de ellos, a excepción del hermano, pues eleva en exceso el protagonismo de Bess, descuidando las motivaciones de los demás. Sobre todo las de los dos chicos que no tardan en mutar a pretendientes, con los que se fuerza el concepto del “amor a primera vista”. Que no es que no exista, pero que tan solo con escuchar una estrofa de una canción o una mirada, ambos estén dispuestos a dejarlo todo y entregarse a que ella cumpla su sueño, cuesta creerlo por momentos. Es cierto que la media hora de duración de los episodios -que por otro lado es una inteligentísima decisión para imprimir ritmo y condensar el viaje musical que implica cada uno de ellos- no permite dilatarse en exceso, pero alguna píldora más de información habría completado sus pentagramas con melodías más conseguidas.

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El triángulo amoroso resultante se suma a los clichés en los que a veces cae su desarrollo. La narración peca de edulcorada por cómo todo el mundo está dispuesto a ayudar a Bess, cómo gana el primer concurso de canciones al que se presenta y lo bien que se desenvuelve en su debut en un prestigioso estudio. Eso sí, esta “pomposidad” captada con una paleta de color pastel y alguna cámara lenta de más, es contrarrestada con la omnipresencia de la música. Más allá de los citadas canciones de Bareilles, el magnetismo de O'Grady y cómo gracias a sus letras consigue explicarse mejor que en cualquier conversación, bastará para convencer a quienes se rindieron ante títulos como Glee y las películas de John Carney Once y Sing Street, por citar algunos ejemplos.

La amplia mayoría de planos son escoltados por compases que imprimen balanceos a su son de quien se sienta a verla. Little Voice es también un canto a los músicos callejeros que hacen sonar cada rincón de Nueva York, ya sean sus calles, bares o paradas de metro. Al igual que Broadway, al que rinde homenaje a través de la pasión de Louie por sus espectáculos y los artistas que alcanzaron la gloria sobre sus escenarios. Tampoco falta Aretha Franklin, cuyas entrevistas revisita la protagonista para inspirarse y no perder el foco.

El precio del miedo y la ambición

Bess personifica el miedo propio de quien no sabe si cumplirá su sueño, ya que por mucho empeño que ponga nada ni nadie puede asegurarle que lo hará. Unido a su ambición, se deja llevar a ratos por el ego y las dudas que continuamente necesita que alguien le quite. Para alcanzar su objetivo debe además pluriemplearse, paseando a -adorables- perros. El retrato de su complicidad con ellos luce con cómo su mascota es capaz de acercarle con el hocico su teléfono móvil y le ayuda a elegir el vestuario con el que grabar su primer videoclip. A su vez, da clases de guitarra y piano a niños, canta en una residencia de ancianos y pone copas en un bar.

“Eres la última persona a la que debes escuchar”, le aconseja su mejor amiga por la continua presión a la que se somete ella misma y la frecuencia con la que se emite comentarios negativos. Y sí, explorar la cara B de “luchar por tu sueño” es algo que otros tantos han hecho antes, pero por algún motivo sigue generando vínculos instantáneos con quien se asoma a su experiencia. Todos somos en gran parte víctimas de a lo que se supone que tenemos que aspirar, cueste lo que cueste. También se nos ha hecho aprehender la gran mentira del “si quieres, puedes”, como si la culpa de que no siempre sea así fuera nuestra o fruto de nuestro pobre esfuerzo; y no de un sistema que no siempre deja sus puertas abiertas.

A Bess en gran parte sí. Porque tampoco todo iba a ser crítica feroz, retozarse en lo peor y recrearse en lo injusto que puede ser tratar de labrarse una carrera artística. De vez en cuando, un poco de luz que nos entretenga, desplace y mueva al ritmo del talento de Bareilles se agradece. Ligera, romántica y movida, Little Voice es una muy buena opción para refrescar la mente este verano.