Este mes, MasterChef Argentina anunciaba que su juez “más exigente”, Germán Martitegui, se marchaba del programa. El formato de Telefé confirmó esta vacante, apresurándose a afirmar que sería temporal, aunque por tiempo indefinido, motivada por el interés del cocinero por involucrarse en otro programa de la misma cadena. Para ocupar la vacante, el programa ya ha llamado a cocina a otra jueza conocida por el público argentino, Dolli Yrigoyen, a la espera de que se descifre si Martitegui volverá y cuándo será, en tal caso.
Independientemente de si regresa o no, el hecho de que la alineación del talent show culinaria se haya visto alterada por primera vez en su historia en antena ha generado un pequeño seísmo. De algún modo, cambia la receta del éxito. Y eso nos hace plantearnos la siguiente disyuntiva: ¿Cómo afectaría a MasterChef España que pasara algo similar?
Una estabilidad difícil de repetir en otros talent shows
La realidad es que Jordi Cruz, Samantha Vallejo-Nágera y Pepe Rodríguez se han convertido en el jurado más longevo e indisoluble de nuestra televisión, con 10 años de experiencia conjunta y sin haber faltado siquiera a una entrega. Si ponemos el foco en otros talent shows coetáneos como La Voz, Operación Triunfo, Got Talent o Mask Singer podremos ser aún más conscientes de lo inusual de esta presencia tan duradera: en cualquiera de los otros mencionados, la composicón del jurado ha ido cambiando de forma habitual, rotando los ocupantes de las “sillas” o dejando poco margen para que se asienten, ya sea por otros compromisos profesionales derivados de su profesión. Sin ir más lejos, Got Talent se despedía hace escasas semanas de Dani Martínez, tras apenas cuatro ediciones de ligadura, y estrenaba una edición All Stars donde ese asiento que ocupaba tiene ahora carácter rotatorio.
En cambio, y tras 29 ediciones del talent de TVE entre la modalidad adulta, la Junior, la Celebrity y la Senior, la sintonía y pasión de los tres chefs por el programa se han convertido en uno de los pocos “lugares seguros y eternos” que encontramos en la pequeña pantalla. Jordi, Pepe y Samantha están arraigados en la marca del formato de Shine Iberia, y que llegase el momento de perder a uno de ellos supondría un cambio difícil de imaginar ahora. Ahora bien, igualmente fue extraño que en su día se marchara Eva González, y pudo superarlo. También es cierto que el peso ganado por los jueces hacía innecesario traer a un sustituto, pues ellos podían encarrilar la conducción igual que en otros países.
En cualquier caso, imaginarse escenarios, partiendo de lo extraño que es toparse con formatos sin aparente fecha de caducidad, resulta también interesante, aunque solo sea por lo apetitoso de conjeturar e imaginar posibilidades. Más ahora que el programa, en su undécima edición con adultos, afronta un desgaste derivado también del cambio en la mecánica de emisión: en las ocho galas emitidas hasta el momento, promedia un 11.6%, su peor cuota de pantalla, aunque a ello ha contribuido la nueva formulación en dos galas semanales, pensada en teoría para reducir la duración habitual de cada entrega, aunque en la práctica sólo haya supuesto su duplicación en pantalla. Además, la implantación de un nuevo access, con la recién estrenada 4 estrellas, no favorece esta apuesta por la conciliación que tendría que haber permitido esta estrategia.
Qué tendría de positivo de cambiar a Pepe, Jordi o Samantha
Imaginemos que al menos uno de los tres jueces decide colgar el delantal televisivo dando por cerrada la etapa, como ha ocurrido en Argentina. En un primer momento, el cambio de caras supondría un aliciente, máxime teniendo en cuenta lo arraigadas que están las tres actuales. Podríamos hablar de cierto morbo, pues la sombra de cualquiera de ellos es lo suficientemente alargada como para que cualquier espectador ocasional curioseara y quisiese comprobar qué aportaría de nuevo cualquier otro, o cómo encajaría en el programa. Esto, por tanto, podría ser un cierto azuzón a las audiencias, despertando un interés adicional al que ya tiene el programa.
Por supuesto, la inclusión de un nuevo juez también sería interesante en un escenario como este. A lo largo de 10 años, MasterChef ha ayudado a construir imágenes televisivas muy concretas de Pepe Rodríguez, Jordi Cruz y Samantha Vallejo-Nágera. Ellos, como ha ocurrido también con otros como Alberto Chicote, tuvieron que empezar en algún momento, dar sus primeros pasos ante las cámaras antes de volverse los animales televisivos que son ahora.
Extraer savia nueva del sector gastronómico español podría ser, también, una nueva forma no solo de probar a futuribles nuevas estrellas, sino de remarcar la apuesta por la promoción de la cocina para con las nuevas generaciones. Y lo cierto es que ya durante estos diez años han pasado una larga lista de chefs, en calidad de invitados episódicos, a los que se podría “ascender”. Pero podemos ir más allá: ¿y probar a incluir a uno de los máximos exponentes del éxito profesional que ha dado MasterChef, como es Carlos Maldonado, y colocarlo en una tesitura inédita? Es decir, de pupilo a mentor. Puestos a afrontar algún cambio importante en el programa, una opción así seguro que atraería la atención.
Supondría, además, refrescar las dinámicas en el tercero, traer nuevas perspectivas y giros a las valoraciones para impedir que resulten reiterativas. Al fin y al cabo, llevamos 29 ediciones escuchando a los mismos tres profesionales sus juicios, y aunque cada ocasión y cada plato sean diferentes, los espectadores ya pueden intuir por dónde van a estallar sus gustos.
Qué tendría de negativo de perder a Pepe, Jordi o Samantha
Eso mismo que planteamos en el párrafo anterior nos proporciona la mejor contrarréplica posible: son 29 ediciones y 10 años los que llevan Rodríguez, Cruz y Vallejo-Nágera en esta función. Nadie conoce a estas alturas el formato mejor que ellos, y nadie tiene tan aprehendidas sus normas, su mecánica y su propia identidad.
Dejando aparte sus currículos culinarios, los tres han crecido televisivamente hablando en paralelo al programa. En el caso de Rodríguez la evolución es especialmente evidente, al comparar su actitud más comedida en sus primeras ediciones y la extroversión de los últimos años, en los que ya tiene dominado su función de maestro de ceremonias, de entretenedor. Cada cual ha perfilado su rol, pero no son solo las tablas, sino la química entre ellos. Sería algo difícil de reeditar, al menos a corto plazo.
Es decir, perder a uno, a dos o incluso a los tres, en un escenario hipotético aún más radical, dejaría a MasterChef en una posición incierta en términos de funcionamiento: la audiencia fiel está acostumbrada a esa complicidad, espera unos golpes de efecto, unos gags que llevan siendo parte del ADN del talent desde sus inicios. En unos momentos en los que precisamente el programa adolece de cambios en su estructura y programación, necesita unas bases fuertes que aseguren que, pese a todo, todo sigue igual para aquellos que llevan casi una treintena de temporadas repitiendo como comensales.
Y eso entronca con otra idea: MasterChef, desde su llegada en 2013, se ha convertido en un lugar “seguro” para el espectador. Es uno de esos pocos programas que, aun con sus altibajos, permanece como una oferta fija en el menú de las cadenas generalistas. Mientras, otros programas sufren vaivenes, cambios o directamente desaparecen. Y eso es algo que a TVE le está ocurriendo al no lograr consolidar sus apuestas más recientes. Frente a ello, MasterChef es una apuesta fiable, donde todo parece funcionar sin necesidad de alteraciones.
Si no está estropeado, por qué arreglarlo, se suele decir. Menos aún si ese ingrediente que es el jurado es uno de esos que no fallan en un programa que sí que tiene que lidiar con otra clase de polémicas en torno a sus contenidos, duración, concursantes... Tras 10 años, cualquier cambio habría que meditarlo con calma, paladeándolo bien. Y MasterChef ya tiene pillado el regusto de sus tres jueces. Cualquier modificación en su receta habría que macerarla bien.