A mediados de los sesenta la industria de la ficción televisiva se desarrollaba a pasos agigantados, casi a bandazos sin dirección, que propiciaban la aparición de esos tiburones de traje y corbata tan comunes en épocas de cambio. Irwin Allen, productor voraz donde los hubiese, fue uno de los artífices de la pequeña pantalla que mejor supo aprovechar el vaivén: vio que en tiempos convulsos, las manifestaciones del cine de catástrofes y de la ciencia ficción espacial se erigen como respuesta capitalista ante entornos amenazantes. Que cada vez que el ser humano desconfiaba de sí mismo, ahí estaba la ficción para glorificar la tecnología y las virtudes de una sociedad industrial frente a las crisis ecológicas o económicas.
Por eso, durante la década de los sesenta, fue uno de los principales responsables de cierto renacimiento de la aventura y el escapismo gracias a series como Viaje al fondo del mar, Perdidos en el espacio, El túnel del tiempo o Tierra de gigantes, para después colgarse la etiqueta de 'maestro de la catástrofe' con películas tan populares como La aventura del Poseidón y El coloso en llamas.
A él le debemos, en parte, el éxito de Perdidos en el espacio, que duró en emisión del 65 al 68, y su alargada sombra hasta nuestros días. No solo por su influencia en el audiovisual que le era coetáneo sino también por los consecutivos intentos de la industria del entretenimiento de resucitarla. Sonado fue el fracaso crítico de aquel aparatoso blockbuster estrenado en 1998 y dirigido por Stephen Hopkins, aunque no dejase de ser un entretenimiento funcional acorde con los tiempos de Deep Impact, Esfera o Armageddon. Más desapercibido pero igual de triste fue su salto a la televisión en 2003 de la mano de John Woo -que venía de dirigir Misión Imposible 2-. Tan solo se rodó un piloto pues la serie fue cancelada por diferencias en la producción y Woo abandonó la industria norteamericana para siempre.
Ahora Netflix vuelve a intentar resucitarla con Lost in Space, una clara intención de captar al público familiar con una serie de aventuras espaciales clásica. El resultado mejora y actualiza los intentos que la preceden pero sin volar mucho más lejos.
Diez catástrofes por minuto
Las comparaciones son odiosas y también lo eran en el 66 cuando en antena coincidían Star Trek y Perdidos en el espacio. Tampoco perturbaba aquello demasiado a la audiencia, pues siempre existió una diferencia de ambición temática y altura de miras dramática que la segunda nunca tuvo como prioridad. Se dice que en las reuniones de guion, cuando alguien pretendía desarrollar personajes o dotar de profundidad a Perdidos en el espacio, Allen gritaba en tono militar: “¡No seáis lógicos!”.
Verdad o no, el legado de la consciente incosciencia de Irwin Allen sigue muy vivo en la serie que nos ocupa. No hay más que leer entre líneas cómo uno de los personajes principales, un militar, le insiste a su mujer, física, que se tranquilice antes de cometer un acto heroico y estúpido a partes iguales: “Lo lograremos: no hagas cálculos”.
La premisa sigue siendo la misma: la familia Robinson ha sido elegida para formar parte de una misión especial que llevará a la raza humana a otros planetas. Se trata de colonizar sistemas que tengan los recursos que a nosotros nos faltan. Sin embargo, durante su viaje un accidente precipita su nave a un planeta desconocido. Allí tendrán que abrirse camino y sobrevivir, así de fácil.
Se agradece, pues, que desde el minuto uno Lost in Space se nos presente como una aventura sin más. Explosiones en una nave nodriza, alteraciones inesperadas de rumbo, aterrizajes forzosos sobre placas de hielo inestables, rápidos y peligrosos cambios de temperatura, incendios y más explosiones se suceden a ritmo de vértigo. El guión sabe multiplicar los problemas y amplificar su alcance constantemente, impidiendo el aburrimiento o la desconexión. No cabe duda de que estamos ante una serie de aventuras que se place en serlo, algo bienvenido en los aires de grandeza de la ficción televisiva actual.
El vacío emocional del espacio
¿Y más allá de las inclemencias constantes? Nada: ahí termina el alcance del texto que sostiene diez horas de metraje. No en vano, los creadores de este libreto, Matt Sazama y Burk Sharpless, se han caracterizado en el último lustro por escribir historias de avance perpetuo y giro constante que, despojadas de florituras, vienen a ser más simples que un botijo. Véanse Drácula: La leyenda jamás contada, Dioses de Egipto, El último cazador de Brujas o Power Rangers. Casi todas, menos el desastre egipcio, aventuras obvias y entretenida sin más.
Lost in Space plantea la posibilidad de asistir a una larga discusión familiar con final feliz, pero no consigue que nos implique. Asistimos a la distancia que se guardan el matrimonio Robinson, formado por Molly Parker y Toby Stephens, también a las riñas entre hermanas interpretadas por Taylor Russell y Mina Sundwall, incluso a las carencias emocionales y la búsqueda de figura paterna del pequeño genio de la familia al que da vida Maxwell Jenkins. Pero todo esto se nos narra a brochazos y con una torpeza que la deja lejos de su objetivo: que los personajes importen. Que los Robinson singifiquen algo.
La nueva serie de Netflix esconde su vacuidad emocional bajo toneladas de acción, escenas climáticas constantes y un ritmo ascendente. Lo que podría haber sido una fábula espacial sobre una familia que aprende a aceptar sus diferencias, se queda en aventura espacial sin más. Aunque quién vaya buscando una la va a encontrar.