Tuve en la facultad de Periodismo un profesor que el primer día de clase nos pidió el nombre del “programa del porno rosa”. Desconcertados, nos quedamos callados sin saber que todos nosotros –y también él, estoy seguro– conocíamos de sobra el formato al que se estaba refiriendo. En efecto, hablaba de Sálvame, pero él, como tantísima gente, no quería llamarlo por su nombre para que no pensásemos que era otro simple mortal –o un mortal simplón– de los que disfrutaba cada tarde con el programa más popular de los últimos años. Ahora, al icónico magacín de Telecinco se le ha acabado el tiempo.
Este viernes 23 de junio se despedirá de la audiencia para siempre y dejará libre un espacio en la sobremesa que será ocupado por Ana Rosa Quintana a partir de septiembre. Sálvame se va porque ya no sirve a los intereses de Mediaset, pero se marcha con la satisfacción del deber cumplido por haber dado a la audiencia espectáculo y compañía hasta el último momento.
Ese es el mensaje que Jorge Javier Vázquez, María Patiño, Terelu Campos, Adela González y los tertulianos han repetido hasta la saciedad en las semanas previas al temido final. Razón no les falta, aunque son demasiado benevolentes cuando se refieren en estos términos a un programa lleno de luces y sombras.
Yo tengo sentimientos encontrados cada vez que sintonizo Sálvame. En mi casa nunca se han consumido este tipo de contenidos y yo empecé a hacerlo casi a hurtadillas. Llegué impresionado por su forma de hacer televisión –me fascinaba que se nos mostrara permanentemente la trastienda del plató, llena de cámaras, focos, cables y técnicos que corrían de allá para acá–, y acabé enganchado a las peleas salvajes de sus tertulianos. Aquí es donde me doy cuenta de que no puedo verlo con plena satisfacción. Hay cosas que me impiden sentarme y simplemente disfrutar.
Una programa resiliente, divertido e innovador
Reconozco su enorme creatividad y su grandísima capacidad para hacer un mundo de 'la nada'. El buque insignia de La Fábrica de la Tele se ha adaptado a las circunstancias con un exquisito olfato televisivo sin el que no podría haber aguantado estos 14 años. Aunque ahora está completamente mermado, en sus mejores momentos llegó a tener hasta cinco horas diarias de emisión en directo, un desafío para el que se necesita mucho talento.
Se ha reinventado mil veces para combatir los momentos de sequía informativa y ha buscado en casa las jugosas polémicas que no encontraba fuera. Poco a poco se fue convirtiendo en una especie de reality show en el que Kiko Matamoros, Mila Ximénez, Lydia Lozano, Belén Esteban y Kiko Hernández, entre otros muchos, asumieron todo o casi todo el protagonismo. Sus vidas 'privadas' y sus rencillas quedaban expuestas cada tarde.
Es así como surgió el Universo Sálvame, alimentado con todo tipo de narrativas caseras que lograron enganchar al público y dieron de comer a otros formatos de Mediaset. Un programa lleno de historias con principio, nudo y desenlace que se entregan por fascículos para mantener el suspense. Mientras que Antena 3 y La 1 emiten sus seriales de sobremesa, Telecinco apuesta por otra telenovela de tramas disparatadas pero con personajes reales.
Sálvame sabe qué teclas tocar para llamar la atención de la audiencia, a la que acompaña desde 2009 sin faltar a su cita diaria. Es un programa mordaz, divertido y estimulante, capaz de llevarte de la risa al llanto en pocos segundos. Es televisión en estado puro y en riguroso directo, pero hay quienes no podemos disfrutar de él plenamente.
Un conflicto cada tarde desde hace 14 años
El histórico magacín de Telecinco se sostiene sobre unas dinámicas totalmente dañinas. Sálvame se alimenta del conflicto, vive de la polémica y hace sangre de cualquier desgracia ajena. No importa si la información se consigue con malas artes –lo determinará el tribunal en el que se juzgue la Operación Deluxe– o a costa de la salud de famosos como Isabel Pantoja. También aquí el fin justifica los medios.
Se persigue el alboroto y se premia a quien es más hiriente con sus compañeros. Pocas veces hay buen rollo en este plató en el que se han vivido algunas de las mayores broncas televisadas, con insultos, agresiones y espantadas entre lágrimas.
Es parte del espectáculo, dicen sus defensores. Todo es un teatrillo, sostienen los más incrédulos. Me da igual si es una cosa o la otra. Ya sé, como se suele decir para echar balones fuera, que los espectadores son adultos y no necesitan que se les tutele, pero este es un argumento muy flojo.
Parece que la televisión sólo influye en la sociedad cuando a la televisión le conviene, como cuando la docuserie de Rocío Carrasco disparó el número de denuncias por violencia machista. En ese caso, la televisión sí puede generar una conciencia social. Y también estamos dispuestos a creer que han acabado con Sálvame porque a la nueva cúpula Mediaset no le interesa un programa de “rojos y maricones” con soflamas progresistas. ¿Damos por hecho entonces que Ana Rosa influirá en el sentido contrario?
En estos casos parece que sí nos conviene creer que la televisión tiene un enorme poder sobre la audiencia. En cambio, negamos tajantemente que Sálvame haya contribuido a normalizar determinadas conductas tóxicas como las que se producen en su plató cada tarde desde hace 14 años. No sé, hay algo que no me cuadra, y es algo que me incomoda profundamente cada vez que pongo la televisión.