La historia de la ficción audiovisual ha hecho siempre curiosos compañeros de cama. Es difícil, si echamos la vista atrás, obviar la influencia de un fenómeno como Star Wars en el anime de los setenta, años en los que la ciencia ficción espacial japonesa brindó series tan relevantes como Space Battleship Yamato o Mobile Suit Gundam. Cúmulo de seísmos que provocaron un maremoto en los estudios de animación: las aventuras siderales vendían, así que había que producir más. Muchas más.
Así fue como pequeños estudios de animación consiguieron, no solo hacerse un hueco en una industria cada vez más competitiva, sino convertirse en puntales absolutos del arte animado nipón. Es el caso de Sunrise, una factoría que a lo largo de casi dos décadas se dedicó a fabricar éxitos llenos de robots, naves espaciales, alienígenas y negros futuros. Hasta que un 3 de abril de 1998, estrenó algo que se parecía a todo esto, pero era radicalmente distinto. Que lo juntaba todo y a la vez, irradiaba originalidad. Se llamaba Cowboy Bebop.
Era la historia de Spike, Ed, Faye, Jet y Ein, cinco trotamundos que malviven a bordo una nave en el año 2071, época en la un accidente hiperespacial ha destruido la Tierra. La humanidad vive en colonias repartidas por todo el Sistema Solar, llenos de delincuentes que estos buscavidas cazan por dinero.
Su título ya aludía a algo rompedor, aquella serie de ritmos y estilos revolucionarios que surgieron del jazz de los cuarenta. Era una serie distinta, atrevida en su concepción visual e inabarcable en su apartado musical. Una mezcla que la ha convertido, con el tiempo, en una obra de culto. Selecta Visión ha editado la serie en una edición doméstica que rinde tributo a su influencia. A su vez, Netflix España ha anunciado que lanzara los 26 episodios de la serie el 1 de octubre. Dos razones para volver a ver esta rapsodia, poema épico de 26 episodios, y descubrir por qué el espacio sigue sonando afinado tantos años después. Aquí una pequeñísima introducción.
El principio de todo fue el opening
opening
En la historia del anime japonés, el opening ha devenido un género en sí mismo. Los créditos iniciales de minuto y medio musical que presentaban el producto cultural consiguiente, estaban concebidos para reunir todo el potencial visual de una serie en multitud de frames atractivos. De hecho, muchas veces se manufacturaban como productos separados de sus series para captar anunciantes o conseguir financiación. Pero, con el tiempo, su exploración de matices en la forma de sintetizar obras complejas, ha alcanzado niveles de sofisticación verdaderamente increíbles.
Uno de los primeros títulos en romper la baraja fue, justamente, la intro de Cowboy Bebop, un viaje lleno de color por la estética pop influenciada por la tinta del mejor Jim Steranko, e invadida por el tremendo sonido de Yoko Kanno y The Seatbelts, gracias al tema Tank!. Créditos que no solo han creado escuela, son una lección genial de montaje musical y manifiesto visual. Suena una voz que, con pocas palabras, nos empuja a unirnos a la fiesta. Nos dice:“I think it’s time we blow this scene. Get everybody and the stuff together. OK. 3 2 1. Let’s jam!”.
El sonido del vacío en el espacio
Superados los créditos iniciales, uno se percata de que el apartado musical de esta serie no echa el freno. Su banda sonora no sirve de mero acompañamiento de imágenes en movimiento. No las puntualiza, o les pone el acento aquí y allá. Como decía el periodista Diego E. Barros en el libro 100 series juveniles, “Cowboy Bebop termina conformándose como una especie de vinilo de veintiséis pistas”. El resultado es un viaje hiperespacial en el que se mezclan el jazz, country, rock, blues, electrónica o Hip Hop.
¿Los responsables de todo esto? Yoko Kanno y el grupo que lideraba, The Seatbelts. Juntos publicaron hasta siete discos en torno a una banda sonora que se metía hasta las entrañas de las tramas y el desarrollo narrativo de sus protagonistas. Tanto es así que muchos de los episodios llevaban por título homenajes a canciones míticas como My Funny Valentine, Honky Tonk Women o Sympathy for the Devil.
“Debía de tener siete años cuando escuché por primera vez a Maurice Ravel”, cuenta Kanno en una entrevista concedida por el estreno de la película Cowboy Bebop: Knockin' On Heavens Door. “Me lo puso mi profesor de piano, y fue el primer compositor que escuché pero desde entonces… no he parado de componer. Es algo que no controlo”. Kanno ha dedicado su extensa carrera a crear las bandas sonoras de series y films de animación como Escaflowne, Ghost in the Shell o Wolf’s Rain, pero jamás estuvo tan soberbia como en la serie que nos ocupa.
Shinichiro Watanabe, creador de la serie, decía que las canciones de Kanno y The Seatbelts solían llegarle antes de saber siquiera qué iba a dibujar. Eran esos sonidos los que inspiraban la acción según su tono, su ritmo y su fuerza. “Era esencial no contentarse con reforzar la intensidad de un escena, sino esforzarse en experimentar con nuevas formas de utilizarla”, explicaba en la misma entrevista que su compañera.
El futuro viste vintage
vintage
No obstante, aunque la música precediese a la imagen e inspirase la mente de Watanabe, entender que el apartado visual le corre a la zaga al sonoro sería errar. Cowboy Bebop es un prodigioso artificio de equilibrio que apuesta por el riesgo formal, el cuidado estético y el envite narrativo.
El space western nació como simbiosis artística de la carrera espacial, que enfrentó a Estados Unidos y la Unión Soviética durante el siglo pasado, y el cine del oeste norteamericano. La conquista del espacio, como la colonización del far west, se utilizaron como tropos sobre los que construir nuevas narrativas del descubrimiento ilimitado y la épica de lo desconocido tanto en la novela y el cómic underground, pero también como estética anacrónica que llegó hasta el cine mainstream. Qué son Bobba Fett y Han Solo sino buscavidas del oeste en Star Wars.
En clave de este subgénero de la ciencia ficción, Watanabe plantea una búsqueda constante de sentido demostrando un manejo increíble de la mayoría de resortes cinematográficos basados, en su mayoría, en el noir clásico. Cowboy Bebop experimenta con la esencia del montaje, de la misma forma que alude al detalle y se regodea en la composición contemplativa. Todo vale aunque también es susceptible de recordar a lo mejor del western clásico, la comedia de situación, el terror espacial, el cine de aventuras, la space opera, el steampunk incluso la blaxploitation. Pero sabe distinto.
La forma sin fondo no es nada
Sin embargo, todo lo dicho no sería más que la confirmación de que Cowboy Bebop es una serie extraordinaria y meticulosa en lo formal. La carcasa que envuelve la serie de Shinichiro Watanabe es atractiva, pero no es sino su concepción temática lo que la hace grande.
Desde su nacimiento, esta serie de ciencia ficción aspiraba a un público que no consumiera anime de forma habitual. Watanabe quería llegar al espectador más allá del aficionado, aunque fuese poco conocedor de los códigos y los tropos del anime o el manga. Por eso, muchísimas de las señas de identidad de las series de animación nipona brillan por su ausencia en esta obra. Su concepción noir
Así, su desarrollo prefiere mirar hacia grandes pilares temáticos del cine negro como el concepto de pecado y prohibición, el conflicto entre camaradería y amistad, el amor hacia ideales y no personas, el retorno al hogar -como buena rapsodia-, o la incapacidad de la felicidad sin lastre moral, narrativas que laten constantemente en ella.
Todas, caben dentro de un contenedor cerrado con la misma llave: una reflexión constante sobre la memoria y el peso del pasado. Materia prima de todos los personajes que pueblan su extenso universo, bien huyendo de él, buscándolo o enfrentándolo.
Al fin y al cabo, “la vida no es lo que uno vive”, como decía García Márquez en Vivir para contarla, “es lo que uno recuerda”. Y todo aquel que haya visto Cowboy Bebop