Prometía Telecinco que la edición de 2020 de Superviventes sería “la más extrema” de las realizadas hasta la fecha. Lo que no se esperaba, al menos en un primer momento, es que resultara también la más singular, por no decir problemática, al menos en términos de producción y logística. Porque, dejando a un lado los datos incontestables que ya son costumbre cuando toca hablar del formato (un promedio de 3,5 millones de espectadores y un 28,6% de share en 15 galas), la competición que está a punto de poner nombre a su campeón se ha visto particularmente afectada por diversas coyunturas de muy diversa índole, tanto a nivel televisivo y empresarial como a nivel nacional e internacional, desde su inicio y hasta su mismo desenlace.
Aun en el aislamiento geográfico que la ubicación en Honduras concede, el programa no ha quedado ajeno a la crisis del coronavirus, habiendo de hacer frente sobre la marcha a la cambiante situación en todo el mundo, albergándose incluso dudas sobre la viabilidad de continuar con la emisión. Pero antes de que el virus brotara a nivel mundial hasta alcanzar cotas de pandemia, la producción de Bulldog TV se veía impelida a movilizar efectivos antes de lo habitual, por otra crisis, en este caso de imagen, de la que se contagió la programación de Mediaset.
Del huracán que causó su adelanto al temporal de su inicio
Las repercusiones del escándalo por los abusos sexuales cometidos entre las paredes de Gran Hermano Revolution, la última edición de anónimos del formato de telerrealidad, llegaron con un retardo de dos años, coincidiendo con el proceso judicial contra José María López en noviembre de 2019, en pleno transcurso de GH VIP 7. Si bien el impacto no se notó en los resultados de audiencia de la edición, la fuga de hasta cuarenta anunciantes que se produjo durante las últimas semanas de convivencia y el descrédito hacia la franquicia motivaron un cambio de planes por parte del grupo.
La rueda de los realities de la cadena se veía alterada al perderse uno de sus goznes, GH Dúo, cuya segunda edición debiera haber ocupado Guadalix en enero, apenas hubiera quedado vacía la casa de las cámaras a mediados de diciembre, pero que quedaría desechada. Aunque el remiendo de Mediaset fue efectivo -no tanto por ese sucedáneo de GH VIP, El tiempo del descuento, que aun funcionando tuvo una incidencia reducida; como por La isla de las tentaciones, revelación absoluta del curso televisivo que ya termina- se hacía necesario adelantar el comienzo de Supervivientes, que suele fecharse a mediados de abril, a febrero para evitar vacíos en la cadena. Algo que Telecinco justificaría, de puertas para afuera, como una solución “para encajarlo por programación entre la Copa del Rey y la Eurocopa”, dos emisiones deportivas que las circunstancias acabarían eliminando de las previsiones. Pero no nos adelantemos nosotros.
El hecho de que Canale 5 retrasara la puesta en marcha de la producción de la decimoquinta edición de L'Isola dei Famosi, que se graba también en directo en el archipiélago Cayos Cochinos, permitiría poner en marcha la versión española antes de tiempo sin conflictos con Italia. No obstante, también provocó una climatología más adversa de lo habitual para los robinsones: para muestra, el fuerte temporal, con “olas de hasta cinco metros”, que azotó a la isla principal durante los primeros días de convivencia allí, precisamente jornadas claves para la aclimatación al modo de vida de allí, y que obligaría a la evacuación de los participantes.
La situación obligaría a plantear medidas extraordinarias para los concursantes, quienes durante unos días pudieron comer más de lo habitual en el concurso, a fin de garantizar su salud. “Están siendo los días más complicados de los seis años que llevo en Supervivientes”, llegó a decir Lara Álvarez. Estos problemas también afectarían a la propia realización del programa, pues la instalación que permite la conexión desde Honduras a España se vio comprometida, como se pudo comprobar en las dificultades para coordinar los directos entre el plató de Madrid y la ubicación en la isla y el retardo imperante en las comunicaciones.
Robinsones en tiempos del coronavirus
Apenas superado el temporal a comienzos de marzo, Supervivientes habría de afrontar otra crisis, la del coronavirus, que obligaría a modificar algunas premisas del concurso. Al realizarse el espacio de entretenimiento fuera de España, el estado de alarma decretado dentro de nuestras fronteras no era la única preocupación que atender. El 12 de marzo, solo horas antes de que el presidente del gobierno Pedro Sánchez convocara a los medios para anunciar esta medida extraordinaria, su homólogo hondureño, Juan Orlando Hernández, declararía también el estado de emergencia sanitaria para impedir la propagación del virus, después de detectarse los primeros casos positivos en su país.
Mientras grandes formatos como Operación Triunfo paralizaban sus temporadas a mitad de competición debido a la crisis, los rumores sobre la posibilidad de que Supervivientes se abocara a su final precipitado se acrecentaron; llegaría incluso a hablar de una posible evacuación solicitada al Ministerio de Exteriores, que tanto desde el gabinete como desde la cadena se aprestarían en negar. En retrospectiva, el director general de Bulldog TV Alfredo Ereño reconoce en la web corporativa de Mediaset que la posibilidad de una cancelación del programa siempre estuvo sobre la mesa: “Desde la cuarta semana ya teníamos un vuelo privado prevenido para el regreso inmediato”, recalca, citando la colaboración de las embajadas hondureña y española.
“Afortunadamente, no ha sido necesario”, respiraría tranquilo el responsable de la producción. Aunque el ritmo de emisión se mantuvo, se vio inevitablemente lastrado por los imprevistos. El escenario internacional se complicaba en una doble vertiente: en primer lugar, de cara a los traslados del equipo técnico por las distintas localizaciones en que se graba el programa extremó las medidas de seguridad, creando, en palabras de Ereño, “una especie de burbuja en torno al hotel que utiliza habitualmente el programa”, donde los trabajadores de la compañía pudieron mantener contactos normales entre sí: “La única excepción fueron los barqueros, a los que alojamos en las instalaciones que tenemos en uno de los cayos”, indica el directivo de la productora.
En segundo lugar, y de forma crucial para el espectáculo, la pandemia condicionó los viajes de vuelta a España de los expulsados. Algo que ya se notó en la vuelta a casa de Bea Retamal, que vivió en sus carnes las restricciones impuestas para evitar los contagios, con una fría entrada en plató, que a su vez presentaba su aforo reducido a la mitad. Los siguientes retornos, los de Alejandro Reyes y Vicky Larraz y Cristian Suescun (que saldrían en las galas tercera, cuarta y quinta, respectivamente) tardarían más en producirse, ya con los platós huérfanos de público, y tras días de desconcierto sobre su situación, especialmente en el caso de los dos primeros mencionados, de los que tardaron días en dar noticias.
Los tres serían repatriados a finales de marzo, gracias a un vuelo comercial fletado por el gobierno español en el que viajaron otros ciudadanos españoles que seguían en Honduras. Esta tesitura también cambió la dinámica en plató, puesto que no sería hasta la novena gala, a mediados de abril, cuando estarían en plató y se les dedicaría unos minutos a repasar la experiencia junto al maestro de ceremonias, Jorge Javier Vázquez. Para entonces, conviene recordar, se habían producido dos expulsiones -la de Antonio Pavón, obligado a abandonar por problemas médicos; y la de Ferre, por decisión del público- a las que habría que sumar la de esa misma noche de Fani Carbajo.
Poco a poco, el ritmo de regresos se irían normalizando dentro de las limitaciones que el contexto marcaba. Sin embargo, no era el único contratiempo al que debía hacer frente el espacio. Al fin y al cabo, como decíamos, Honduras había sido taxativa en sus medidas para impedir el avance de la pandemia en su territorio, y no tardó en cerrar la entrada de viajeros procedentes de España, algo que impidió traer a familiares de los supervivientes para su reencuentro en la isla, uno de los grandes reclamos del programa en otras ediciones. Así las cosas, Supervivientes hubo de recurrir a las conexiones telefónicas y videollamadas para poder conectar a los participantes con sus seres queridos.
Una recta final en paradero desconocido
Mientras España iba aplanando y descendiendo la curva de contagios, Supervivientes prosiguió su emisión, sin público en plató, pero manteniendo su ritmo de tres emisiones diarias normal. Así, hasta alcanzar la recta final en pleno proceso de desescalada. El retorno a casa también se acabó adelantando más de lo habitual, reubicándose a los concursantes en un lugar sin determinar por el programa donde poder mantener la cuarentena obligatoria de 14 días que el gobierno había marcado para los viajeros que llegaran a España, y desde donde poder dirimir al vencedor o vencedora de la edición. Por supuesto, su presencia en plató junto a Jorge Javier se hace inviable por el confinamiento.
El viaje de vuelta de Ana María Aldón, Hugo Sierra, Albert Barranco, Jorge Pérez y Rocío Flores se produjo en la última semana de mayo, desde la ciudad hondureña de San Pedro Sula y con destino en el aeropuerto Adolfo Suárez, desde donde se les trasladaría a ese nuevo enclave que albergó ya la primera parte de la final. Allí se produjeron unos encuentros con familiares harto particulares: a través de una mampara, con sendas oberturas plastificadas en las que concursantes y allegados podían introducir los brazos para abrazarse.
“Supervivientes ha sido una de las pocas producciones de televisión en todo el mundo que ha logrado mantenerse activa y llegar hasta el final”, valoraba Bulldog TV sobre las inauditas dificultades a las que el programa ha hecho frente. “Tanto nuestro equipo como nuestros supervivientes se dieron cuenta de que eran uno de los grandes sino el mayor apoyo para el entretenimiento de muchísimos españoles que lo estaban pasando mal. Entendieron que su misión era generar entretenimiento para aliviar una situación muy complicada. Saber que hemos sido la única ventana con vistas a la vida normal, al sol y al mar ha propiciado que el equipo haya puesto un empeño especial”.
'Supervivientes', más allá de la supervivencia
La vuelta a España de Supervivientes motivaría una lógica disminución de los contenidos, al encontrarse en un lugar seguro y lejos de las inclemencias de una vida en aislamiento y sin medios. El mantenimiento en antena de las dos galas adyacentes a la de los jueves -Conexión Honduras los domingos, con Jordi González; y Tierra de Nadie, conducida por Carlos Sobera cada martes en Cuatro- resultaba inviable sin posibilidad de dar y comentar contenidos inéditos. Eso quedó de relieve con la improvisada gala A propósito de Supervivientes con la que Telecinco trató de rellenar la noche del domingo, más una práctica para Sonsoles Onega en su nuevo cometido en el mundo de la telerrealidad que un programa con entidad propia.
El seguimiento masivo, una vez más, de esta coda adelantada del domingo 31 marca bien la tendencia que ha seguido Supervivientes durante sus tres meses de emisión. Aunque la cuarentena en España haya limitado al mínimo el contenido, esta edición tampoco ha destacado como otras por las líneas argumentales desarrolladas en la isla. Algo en lo que influye el bajo perfil de su elenco de concursantes. Concursantes que, en efecto, como destaca Ereño, “se han dejado la piel en las pruebas”: “En la pesca han capturado más piezas que nunca y han logrado fuego con una facilidad y rapidez increíbles”. Méritos que no necesariamente casan con los requisitos que pueden tener los espacios que se nutren del reality para retroalimentarse.
Descontando a Vicky Larraz, cuya trayectoria artística sí permite considerarla una concursante VIP con todas las letras; a Hugo Sierra y Elena Rodríguez, expareja y madre de Adara Molinero, el eje sobre el que han orbitado los magacines de Telecinco durante todo el curso; y a Ana María Aldón y especialmente a Rocío Flores, por lo que su visibilidad en televisión pudiera significar para su maltrecha relación con su progenitora, Rocío Carrasco, el casting se ha nutrido de nombres poco relevantes a nivel mediático, y en su mayoría sin vínculos previamente existentes entre ellos con los que caldear la convivencia. Eso ha hecho que recayera en el plató el peso de los contenidos. La propia indiferencia que inicialmente se dispensó a los primeros expulsados en su regreso refuerza esta idea.
Así, más allá de todo lo relativo a Adara y a Flores, y de la efímera relación entre Sierra e Ivana Cardi, el trendsetter de esta edición ha sido José Antonio Avilés, en torno a quien se construirían las escaletas de las galas. Quedando la actualidad de la isla en un plano secundario, los escándalos profesionales que arrastraba el tertuliano de Viva la vida antes de empezar su periplo hondureño.
Supervivientes ha tenido que sobrevivir relegando a sus concursantes a una suerte de aislamiento preventivo a sus protagonistas. A los finalistas, el boato con el que Mediaset celebrará su éxito les quedará lejano, tanto por sus circunstancias espaciales como por su relevancia dentro del propio programa. El programa ha aprendido a reaccionar sobre la marcha ante múltiples imponderables y amenazas, a situaciones adversas antes las que solo parecía posible abandonar, y su evolución le ha permitido afianzarse un año más.
La aventura ha estado más en el control de realización que en la propia playa. Tan extrema ha sido esta edición de Supervivientes, que podría haber seguido adelante sin supervivientes.