CRÍTICA
'The Crown' hace justicia a Lady Di con su temporada más alejada de la versión oficial
Netflix estrena este domingo la cuarta temporada de The Crown, una de las más esperadas (sino la que más) por los seguidores de la ficción que sigue los pasos de la familia real británica y que, por fin, en estos capítulos conoce a “Lady Di” Diana Spencer.
Sin duda, la aparición de Emma Corrin como la joven que se acabará casando con el Príncipe Carlos y que enamorará a todo el planeta, excepto a él, es un reclamo innegable. Así como su trabajo interpretativo para acabar, en numerosas ocasiones, confundiéndose con el personaje original.
También es seductora la idea de desencasillar a Gillian Anderson de papeles de femme fatale para meterse en la piel de una Margaret Thatcher muy alejada a cualquier cánon de belleza de aquella época y de la actual.
Y con todas estas altas expectativas el espectador dará al PLAY a unos capítulos que no solo están a la altura, sino que las superan con su habitual factura impecable, diseño de producción impactante por sus detalles, narración plagada de metáforas y los continuos guiños que se hacen a la historia. Una historia que, por fin, rompe las cadenas de la versión oficial. Eso sí, siempre manteniendo la elegancia.
La historia que cruza las líneas rojas
Las tres anteriores temporadas de The Crown han seguido casi como un calco la historia oficial que siempre ha querido plasmar la familia real británica. Dejando en el aire, entre líneas o sin siquiera mencionar pasajes rumoreados por el pueblo y los medios pero por los que desde palacio siempre han cerrado filas.
Sin embargo, en esta cuarta temporada parece que en los despachos creativos han apostado por ser menos ortodoxos y rascar en algunas de esas “vergüenzas ”monárquicas. Sobre todo, apostando por la versión que siempre mantuvo Lady Di.
Pocas veces se había contado que el Príncipe Carlos estuvo, no solo enamorado de Camilla Parker Bowles desde siempre sino que, viéndose con ella durante su compromiso con Diana, días antes de la boda y después de ella. Que estos escarceos hicieron tambalear la magnífica ceremonia que aún retumba en las televisiones del mundo y que ambas se vieron para comparar sus conocimientos sobre el amor de su vida.
También es relativamente nueva la información de que la delicada Princesa de Gales sufrió bulimia durante toda esta relación. Y la serie muestra – sin censura pero sí con preaviso- cómo el amor no correspondido y el casi abandono por parte de todo su círculo le provocó tanto trastornos alimenticios como psicológicos a los que nadie atendió. Peor aún, los taparon.
La nueva Lady Di seduce igual que la original
Con todo ello, Emma Corrin hace un trabajo excelso al devolver a la vida a una Diana Spencer, primero, y a Lady Di, después con los toques exactos de evolución que vivió de niña a mujer.
La actriz logra mimetizarse en los icónicos ojos que siempre miraban de abajo hacia arriba, con su gesto medio de lado entre tímida y coqueta. Sumándolo esa particular forma de caminar que tenía la Princesa y que tiene la gente alta que quiere pasar desapercibida, pero a los que sus centímetros (y su luz) se lo impiden.
El personaje logra transmitir las ganas de amar que tuvo aquel cervatillo (metáfora usada en la serie de forma magistral) que solo usaron en la realeza como simple trofeo, sin saber que se les iba a rebelar. Que como nadie le dio el cariño buscado, ella lo encontró en su pueblo al que enamoró limitándose a mostrar humanidad. Lo que nunca se había hecho hasta entonces en Palacio.
En la serie no hace falta que nadie explique la razón por la que todos se enamoraban de ella a su paso, porque el espectador queda igual de fascinado. No duden que si echamos de menos a Claire Foy en su momento, tras ver estos capítulos, desearán que Corrin sea eterna.
Margaret Thatcher, el triángulo de oro
El contrapunto perfecto a esos tiempos de dulzura y humanidad que desprendía Lady Di hacia el pueblo inglés, lo pone la dama de hierro: Margaret Thatcher. En un esfuerzo interpretativo que hasta hace sufrir al escucharla susurrar su texto, Gillian Anderson se quita las cadenas de los papeles de “guapa” para meterse en la coraza de una mujer que tenía casi su misma edad entonces (54 años tenía la política cuando se convirtió en Primera Ministra y 52 tiene la actriz) pero que parecía arrastrar dos décadas más sobre sus espaldas.
Los momentos dialécticos entre Thatcher y la Reina, sus asfixiantes políticas, la mano dura en la guerra de las Malvinas y hasta el único instante de debilidad de aquella política de hielo tienen el mismo protagonismo que las otras dos grandes mujeres de la temporada.
Porque si el resto de aciertos citados hacen las delicias de estos nuevos 10 capítulos, el lograr el equilibrio perfecto entre Isabel, Margaret y Diana, mostrando lo que supuso el trío para el mundo y la forma de entender la vida de tres mujeres tan distintas... esa es la joya de la corona de esta cuarta temporada.