Comienza ‘The Wall: Cambia tu vida’ en Telecinco. Con este subtítulo se intuye que el concurso pretende mostrar una visión más emocional e impactante que el ya de por sí colosal muro de ‘arcade’ que conforma el símbolo del programa. A los pocos minutos del inicio, entraron en escena Raquel y Ana, una pareja de hermanas de Vigo. Su sueño, viajar a Gambia para emprender un proyecto social con el que entregar a las mujeres costureras de allí las riendas de sus vidas. Y al mismo tiempo, devolver a Galicia la tradición de la costura artesanal, una vez que retornen de este viaje. Así son los concursantes del siglo XXI. Ya no se lleva el interés mercantil de rellenar huecos o saldar la hipoteca. Los castings son movidos ahora por emprendedores con ideas a lo grande, cuanto más arriesgadas mejor.
Y como prueba de ello, y por si un vídeo de presentación mostrando toda esta empresa no fuera suficiente, el presentador, Carlos Sobera, pidió a sus concursantes en reiteradas ocasiones más detalles de este proyecto que, según sus palabras, ‘le apasionaba personalmente’. De forma que este viaje ‘sentimentaloide’ se convirtió en el vehículo conductor entre sección y sección.
Al principio podía resultar hasta comprensible esta pequeña retroalimentación, ya que al fin y al cabo, se trataba de llenar un espacio de casi dos horas. Pero pronto descubriríamos con hastío que cualquier decisión –ya fuera elegir la respuesta correcta a una pregunta o algo tan banal como la casilla de la que caería la bola por el muro– requeriría de una disertación de al menos tres minutos por parte de las hermanas. A diferencia de ‘Atrapa un millón’, en el que los concursantes compartían en voz alta sus cavilaciones mientras decidían en que bandeja colocar el fajo de billetes –algo necesario para su dinámica–, aquí las explicaciones están un tanto forzadas, además de bañadas por una cursilería casi insoportable. Hasta el punto de que parece que van a llorar con cada pregunta.
Algo que no pasó desapercibido en redes sociales, especialmente en Twitter, donde no entendían cómo se podía echar de menos a un hermano tras haber estado separados tan solo un par de horas. Porque, efectivamente, tras la ronda inicial en la que pudimos comprobar lo rápido que caen las bolas por el muro, las hermanas tuvieron que separarse. Una, aislada en una cabina, se encargaba de responder correctamente a las cuestiones. Y la otra, enfrente del muro, era la responsable de lanzar las bolitas e increpar al susodicho que las llevara hacia los casilleros con el mayor dinero posible. No hubo mucha suerte, ya que en varias ocasiones las bolas cayeron en el casillero de 1 euro. Sin embargo, al final del programa consiguieron superar la barrera psicológica de los 100.000 €.
En la recta final, y recodando a la dinámica de ‘Alla tú’, la organización ofreció a la hermana aislada un contrato por una cantidad fija. En este caso, la quinta parte de lo que habían conseguido, pero la hermana aislada no lo sabía. Aquí llegó el duro trance de decidir a ciegas entre romper el contrato o aceptarlo y agarrar el dinero seguro. En definitiva, una excusa más para demostrar ante el mundo lo mucho que una hermana confiaba en el buen criterio de la otra y declararse su amor fraternal. Para ello Sobera las dejó a solas en medio del escenario. Plano contra plano, mujer contra mujer, asistimos a un diálogo sobrecargado, plagado de piropos que versaban sobre la constancia de perseguir los sueños y de hacer magia en el mundo real con los recursos que se disponen. Demasiado angosto como parecer natural. De hecho, muchos de los espectadores activos en redes sociales llegaron a acusar a estas concursantes de actrices o al menos de estar guionizadas.
Pero a pesar de los pesares, la ‘magia del muro’ hizo su efecto y las ganadoras se fundieron en un enorme abrazo mientras eran arropadas por un ferviente público sordo, que sólo sabía balbucear onomatopeyas y que no terminaba de practicar la escucha activa. ¿Tal vez esto tenga que ver con el hecho de que el programa haya sido grabado en París?
Y de esta forma fue cómo en menos de 120 minutos alcanzamos un clímax digno de una película de Bayona. Pero la inmediatez que exige la televisión ha hecho de esta historia lacrimógena un relato impostado y difícil de tragar. Eso sí, al igual que las películas de sobremesa, hay que reconocerle el suficiente poder de atracción como para engancharte si te quedas mucho mirando.
De momento, hubo un final feliz para la primera pareja de concursantes y para el programa, que se estrenó siendo líder de audiencia. Ya se verá cómo prospera en próximas entregas. Y si la cosa finalmente no prospera bien, como dijo el propio Sobera, ‘entonces es que no es el final.’