'Cuéntame cómo pasó' y la belleza de las cicatrices: Carlos cumplió el legado de Herminia en el final de la serie de TVE

Adrián Ruiz

30 de noviembre de 2023 00:19 h

Hace más de 500 años, surgió en Japón una técnica de restauración llamada kintsugi, la cual se basa en la reparación de objetos de cerámica a través de un barniz de resina mezclado con polvo de oro que deja en evidencia las fracturas. Un método reconvertido en arte que, lejos de disimular la rotura, la resalta para darle al elemento un nuevo significado. Se reflexiona así sobre el desgaste y la mella que el tiempo provoca en las cosas y se defiende de manera contundente el valor de lo imperfecto. Se reivindica la belleza de las cicatrices.

Se trata de una práctica que muy pronto se convirtió también en toda una forma de vida ante la obsesión que tenemos por el éxito, por la seguridad, por la infalibilidad. A lo largo del camino, tratamos de esconder nuestras heridas, nuestros fracasos, obviando que una grieta nos atraviesa el vientre desde que ponemos un pie en este mundo. Esta filosofía busca extrapolar al día a día ese intento por no ocultar nuestros defectos y errores, sino identificarlos y abrazarlos para poder reponernos y convertirnos poco a poco en personas mejores.

Sobre todo esto le habla Carlos a Karina al comienzo del capítulo final de Cuéntame cómo pasó en TVE. Tumbados en una de las habitaciones de la casa del pueblo en Sagrillas, el protagonista le lee a su mujer lo que parece el boceto de una posible futura novela. Un diálogo en el que se mencionan unas tazas rotas que fueron restauradas con ese centenario sistema. “Cuando miro el fondo de la taza, veo cicatrices, que es como mirar la vida. ¿Acaso ese es el camino: no tirar lo que está roto, sino recomponerlo hasta convertirlo en una obra de arte? Tal vez...”, recita el personaje de Ricardo Gómez -que curiosamente a lo 5 años fue Chip, la taza rota del musical de La Bella y la Bestia, en su primer trabajo como actor- ante la atenta mirada del interpretado por Elena Rivera.

Una secuencia aparentemente anecdótica que realmente escondía la gran enseñanza que nos ha dejado este último episodio y, por extensión, la última temporada de la ficción. Tras la decisión de Herminia de dejar de tomarse su medicación, Carlos regresa al fin a España junto a Karina, llamado a ser esa resina dorada encargada de unir las piezas rotas de su familia. Tras la muerte de la abuela, es él el que asume la responsabilidad de llamar a filas a sus padres y hermanos para recordarles lo verdaderamente importante de esta vida. Una emotiva escena, clímax del desenlace, que pone el mejor de los broches a una serie que también supo sanarse de sus heridas para despedir 22 años de historia con un final a la altura de su legado.

...Y Carlos cumplió el legado de Herminia

Bajo el título Carlos. El heredero, el capítulo final -dedicado a Eduardo Ladrón de Guevara tras su repentino fallecimiento hoy- arranca con aquellos atentados terroristas del 11-S contra las Torres Gemelas de Nueva York con los que el origen de Cuéntame tiene una directa relación. Y es que el estreno de la ficción, previsto para la noche de aquel aciago día, se vio retrasado al 13 de septiembre de 2001 por los especiales informativos que emitió TVE ante la gran tragedia que se estaba viviendo en la Gran Manzana. La serie cierra el círculo colocando las tramas de su despedida en aquellos días en los que la vida cambió para todo el planeta y de una forma más especial para los Alcántara.

La incertidumbre sobre el paradero de Carlos y Karina, que aquella misma mañana cogían un avión desde Nueva York a Madrid para reunirse con los suyos, se resuelve de inmediato tras la cabecera, cuando vemos al fin el esperado reencuentro entre Antonio y su hijo. En medio los viñedos, a la luz del atardecer, ambos se funden en un emocionante abrazo que saca al espectador las primeras lágrimas. Allí, el protagonista, visiblemente más maduro, le traslada a su progenitor la gran conmoción que sienten tanto él como su mujer, la cual trabaja muy cerca del World Trade Center. Karina, afectada por lo ocurrido, acaba abandonando mareada la primera gran cena de la pareja junto a sus padres y su abuela.

A la mañana siguiente, tras esa charla nocturna entre los recién llegados que nombrábamos al comienzo de este artículo, se produce uno de los instantes más esperados (y más temidos) del último episodio. Herminia pide a su nieto un rato a solas bajo la encina que plantó su padre el día que nació. Bajo su sombra, conversan y reflexionan sobre el momento vital que ambos atraviesan y el personaje de María Galiana le traslada al joven varios de sus últimos deseos: que en su entierro nadie vaya de luto, que no haya coronas de flores, y que sus seres queridos bailen un pasodoble en su honor. Y una cosa más, Herminia termina encomendando a Carlos el objetivo de cumplir con su legado: ser -como el oro del kintsugi- la unión de una familia rota por las desavenencias surgidas entre ellos durante los últimos años, con aquella dichosa herencia en vida de Mercedes y Antonio como gran detonante de la disputa.

“Tú eres el que lo tienes que arreglar porque tú conoces la historia de esta familia y tú eres el que puede hacer que siga para adelante. Eres escritor y has sabido contar muy bien todas las cosas que han pasado. Tú debes conseguir ahora que pasen cosas buenas para luego escribirlas”, le hace saber al heredero de la mayor de las fortunas: la sabiduría de su abuela. Un impecable diálogo que culmina con la matriarca pidiéndole a su nieto un beso que Carlos le otorga sin saber que sería el último. El protagonista decide entonces dejarla sola para que descanse y allí, bajo la encina, bajo el gran árbol de su vida, Herminia acaba dando su último aliento.

Carlos cumple con las peticiones de Herminia para su funeral -sin luto y sin coronas-, marcado como contrapunto cómico por las fiestas del pueblo, lo que provoca varias escenas de un apabullante realismo y costumbrismo rural en el que todos nos podemos ver identificados. Un velatorio marcado también por una última gran bronca entre los hermanos Alcántara, con la abuela aún de cuerpo presente, que termina de quebrar a la familia y que deja a Mercedes en un escenario de ingrata e inoportuna soledad. Una división que, como vimos en la escena inicial de la temporada, se pone de claro manifiesto en el entierro llevado a cabo en el cementerio de Sagrillas, del cual se marchan todos los miembros del clan por separado.

A su conclusión, después de que Karina diese a Carlos la noticia de que está embarazada -“unos nos vamos y otros vienen”, ya lo advirtió Herminia antes de su muerte-, el protagonista acaba encontrando motivos e ilusión para intentarlo, motivos para tratar de sacudir a sus padres y hermanos y arreglar de una vez las cosas entre todos. Para ello, los reúne a todos esa misma noche en la casa del pueblo, escenario en el que se produce el gran colofón de la ficción. Allí, delante de todos, Carlos acaba trasladando el último deseo de Herminia: “Es lo que quería la abuela. Estaba muy triste, me lo dijo. Eso es así, nuestra abuela se ha ido triste. Me dijo que quería que volviésemos a ser la familia que éramos antes, que cuando a uno le pasaba una cosa, todos la vivíamos como si nos pasase nosotros. Y ahí tenía razón”, expresó el protagonista en una excelsa interpretación de Ricardo Gómez que hizo llorar “de orgullo” a Imanol Arias, tal y como el veterano actor expresó en su entrevista con verTele.

“En los últimos días, Karina y yo hemos recibido mensajes de amigos de Nueva York, os podréis imaginar cómo están allí. Hay una cosa que me han dicho que me gustaría compartir con vosotros: se ve que la gente que iba en esos aviones, cuando ya sabían que estaban a punto de morir, lo último que hicieron fue coger sus teléfonos y mandar un mensaje a sus familias. Y no hablaban de herencias, ¿eh? Ni de discusiones baratas. Se decían 'te quiero'. Yo lo siento hermanos, pero no quiero vivir así”, concluyó Carlos en un discurso que terminó de abrir los ojos a Inés, Toni y María.

En ese miso momento, la orquesta de las fiestas -llamada Sensaciones, en un aparente guiño a la orquesta Expresiones de un David Bisbal al que le faltaba entonces poco más de un mes para dar el gran salto al estrellato con el estreno del primer OT- se arranca a cantar el mítico Yo quiero bailar de Sonia y Selena que recordó al joven el último deseo de su abuela: que acabasen el día bailando. Así, convence a la familia para unirse a la verbena -en la que hasta Karina acaba cantando- y cumplir al 100% con el legado de su abuela. Allí, los Alcántara terminan de pulir sus rencillas ante la emocionada mirada de Mercedes y Antonio.

Y, tras 22 años y mil teorías sobre su desenlace, llegó la escena final de Cuéntame cómo pasó, que se despidió con un guiño a los seguidores más fieles de la serie. En ella, Carlos se reúne en San Genaro con Josete y Luis, sus grandes amigos de la infancia, con los que recuerda algunas andanzas y travesuras del pasado. Finalmente, proponen volver al mítico camión en el que pasaron jugando tantas tardes de su niñez.

En ese momento, con la canción En cualquier fiesta de La Mode como banda sonora, pasan por el escaparate de una tienda de televisores en los que se proyecta al completo la primera cabecera de Cuéntame. “El 13 de septiembre de 2001, dos días después de los atentados de Nueva York, se emitió el primer capítulo de una serie que nos iba a cambiar para siempre”, concluye Carlos Alcántara en la voz de Carlos Hipólito. Un instante en el que Cuéntame cómo pasó se convirtió, ahora sí, en historia de la televisión.

Cuéntame cómo... vivir echando de menos

Carlos Alcántara no sólo reivindica la belleza de las cicatrices de su familia en el final de Cuéntame cómo pasó. También se ve obligado a lidiar en su regreso con todo lo que supone vivir al otro lado del globo, tan alejado de los suyos, de sus raíces, de esos muros que sustentaron durante tantos años a la persona en la que se ha convertido. Una vida dentro de otra vida en la que anda el camino elegido cada día con la mente en otro lado.

Haciendo todo lo posible para estar sin estar, extrañando situaciones cotidianas a las que quien las tiene no les da importancia, fallando inevitablemente a quien espera que esté siempre a la altura de las distancias. Sacrificando unos momentos especiales por otros y maldiciéndose porque no exista el teletransporte. Ansiando llamadas de teléfono y temiendo las que nunca nadie querría recibir. Conviviendo con la ausencia. Un peaje que paga por estar donde quiere estar y con las personas con las que quiere estar. El peaje de aprender a vivir echando siempre de menos.

Los que, como Carlos, vivimos a miles de kilómetros de los nuestros, encontramos pocos lugares que realmente sean casa. Cuéntame ha sido ese hogar al que durante años hemos vuelto cada jueves -porque siempre serán los jueves-, visitando por unas horas a una familia que acabamos sintiendo como la nuestra. Compartiendo las alegrías y miserias de unos personajes que realmente eran una proyección de aquellos seres queridos que, cerca o lejos, nos han ido acompañando. Identificándonos con experiencias y situaciones que, desde la ficción, también nos enseñaron el arte de vivir. Un hogar con 23 puertas que siempre estará ahí para revisitar una historia que, cuando estemos perdidos, nos contará otra vez cómo hemos llegado hasta aquí.