Las experiencias que atravesamos cuando somos niños acaban definiendo nuestra forma de ser y la manera en la que afrontamos la vida. Todas las vivencias ocurridas durante la infancia son claves en el desarrollo de la personalidad, con el consecuente afianzamiento de nuestros puntos de seguridad y también la afloración de numerosos miedos, traumas o complejos. Por eso, el entorno en el que nos criamos, y los referentes que nos rodean durante los primeros años, son determinantes en la conformación de nuestra identidad y el rol que, poco a poco, vamos desempeñando en este mundo.
Antonio Alcántara asumió casi desde la cuna el papel de 'segundón', una pesada losa que ha arrastrado durante toda su vida y a la que se vuelve a enfrentar a las puertas de la vejez, durante la Navidad de 1999 en la que el planeta temió un gran apagón con la entrada del nuevo milenio. Sin embargo, la llegada de Cuéntame cómo pasó al año 2000 sólo ha traído consigo el colapso de su principal protagonista, que volvió a caminar por el borde del precipicio en un episodio titulado Antonio. La Tierra que ha estado centrado en el personaje interpretado por Imanol Arias.
El patriarca de la familia se ha sentido siempre un segundón no sólo por haber sido el segundo hermano, sino porque además fue fruto de la relación de su madre, Doña Pura (Terele Pávez) con un segundo hombre, Eusebio 'el Tuerto'. Una figura paternal que, para más inri, le fue arrebatada muy pronto, durante la Guerra Civil Española, cuando apenas era un niño. Antonio siempre creyó que había sido víctima del bando sublevado pero, con el tiempo, descubrió que el responsable de su muerte había sido Don Mauro, que ordenó su fusilamiento por un ataque de celos. El terrateniente de Sagrillas había tenido un romance previo con Doña Pura, del cual nació su hijo Miguel (Juan Echanove), al que Eusebio terminó aceptando y criando como propio en un secreto que guardó todo el pueblo.
Al pequeño Antonio sus vecinos lo apodaron “el Parriba” porque un día se quedó durante horas mirando al cielo para ver si volvía a aparecer un avión que había visto pasar. No hay mejor pseudónimo para un personaje que luchó contra todos esos complejos e inseguridades levantando la cabeza y apuntando siempre a lo más alto. De todo aquello surge un hombre de espíritu soñador y emprendedor que -con el trabajo y sacrificio incesante del que sabe “lo que cuestan las cosas”- logró catapultarse en el ascensor social hasta esferas de la política y el mundo empresarial en las que nunca llegó a imaginarse.
Un hombre, como dicen, “hecho a sí mismo” como la España en la que le tocó vivir, y como tantos otros padres de su generación. Un hombre que se vio obligado a emigrar a la capital, con una mano adelante y otra detrás, para sacar adelante a sus hijos. Allí, en Madrid, empezó como ordenanza, más tarde acabó gestionando varias empresas e incluso, con el tiempo, rozó la cartera de ministro de la mano de Adolfo Suárez. Pero esa ambición desmedida ha venido siempre acompañada de un ego, una altanería, y un 'quiero y no puedo', que lo devolvieron mil veces a los infiernos. Unos delirios de grandeza que, en más ocasiones de las deseadas, le hicieron pasarse de frenada, perder el foco y olvidarse de que en su familia tenía realmente su centro.
Antonio, al borde del abismo... por enésima vez
“Soy Antonio Alcántara, vengo desde abajo, antes era bedel ahora empresario del año”. La primera en la frente. El arranque del episodio 411 de Cuéntame nos hace dar un respingo en su primer segundo al escuchar el famoso tema viral de trap que El Coleta y Cecilio G dedicaron hace unos años al protagonista de la ficción de TVE. Un acertadísimo guiño que sella el impacto intergeneracional que ha tenido la histórica producción de Ganga a lo largo de sus dos décadas de trayectoria en televisión. La canción acompaña a una rutinaria escena que concluye con Antonio mirándose durante un buen rato en el famoso espejo del baño en el que tantas mañanas se ha afeitado. Para él, más que una actividad cotidiana, esa puesta frente a su reflejo se convertía prácticamente en todo un ritual para saciar su eterna necesidad de reafirmarse.
Por un momento, y gracias a la ayuda de un montaje que recupera varias imágenes suyas del pasado en esa misma posición, se da cuenta de los efectos que el paso de los años van teniendo sobre su rostro. Es ahí donde al hombre -definido por la voz en off de su hijo Carlos como un “machista, presumido, prepotente y mandamás”- le entran los siete males, pues si hay una batalla que Antonio no ha podido resignarse a perder es la que ha librado contra el tiempo. Además, a sus 73 años, la vida le ha puesto un reto que eleva su vértigo a la máxima potencia: un reconocimiento médico que determinará la renovación (o no) de su carnet de conducir. Pero los nervios le juegan una mala pasada en el psicotécnico y Alcántara decide huir de la prueba, mintiendo a los suyos al asegurar que el resultado fue todo un éxito.
Sin embargo, una llamada de Paquita desde Sagrillas lo pone todo patas arriba: la bodega ha sufrido una avería en su válvula de limpieza y su vino está saliendo sin control por todos los grifos de un pueblo que no deja pasar la oportunidad de aprovecharlo. Otra vez, los negocios de Antonio dándole un nuevo quebradero de cabeza a él y, por consecuencia, a todos sus allegados, a los que no duda en dejar tirados en Madrid a un día de Nochevieja. Antonio pone rumbo a Sagrillas pero no lo hace solo, lo hace al cuidado de su nieta Sol, la hija de Toni y Déborah, interpretada esta vez por la gran Sofía Otero, flamante ganadora -a sus 9 años- del Oso de Plata a la Mejor Interpretación Protagonista en la Berlinale de 2023 por la película 20.000 especies de abejas. Un auténtico diamante en bruto que da pena que haya llegado tan tarde a la serie de TVE.
A pesar de todo, Otero vuelve a brillar en su incorporación in extremis a la ficción para convertirse en otro espejo para Antonio Alcántara. Primero porque la niña, de una inteligencia y labia impropia de su edad, le planta a la cara las verdades a un abuelo al que muy pocos consiguen dejar callado. Después, porque en un irresponsable despiste mientras solucionaba el problema en las bodegas, descuida a su nieta, la cual se pierde durante horas entre los viñedos. De nuevo Antonio, consciente de que se ha vuelto a ahogar en sus pretensiones, se aproxima al abismo frente a su familia.
“La tierra no me ha dado sino disgustos”, asume desesperado, dispuesto a vender las viñas y la bodega a Somoza, uno de sus archienemigos en el pueblo, con el que termina llegando a un acuerdo. Y aunque Sol aparece sana y salva, Antonio parece decidido a poner fin a un tormento para el que siente que ya no tiene edad. “Me estoy apagando como los ordenadores”, asegura el protagonista, haciendo alusión al supuesto “efecto 2.000” que durante aquellos días amenazó a la tecnología del planeta. “Soy una mentira, soy un fraude y me he dado cuenta tarde”, se maldice antes ser abroncado por Toni y Deborah en un nuevo conflicto que abre aún más la brecha familiar que se desató por culpa de la dichosa herencia en vida que el matrimonio decidió dejar a sus hijos.
Es entonces cuando entra en escena Mercedes, su eterno cable a tierra, la única persona capaz de bajar a su marido de las nubes, para convencerlo de que no malvenda unos viñedos que, para él, son más que un negocio, son su historia de vida. Antonio descubre que detrás de la avería de la válvula estaba el propio Somoza, que le tendió una trampa para intentar hacerse con su empresa y tener el control absoluto de los viñedos en la región. Alcántara se hace valer frente al cacique, se enfrenta a él en una discusión en la que rompe el acuerdo de la venta y vuelve a San Genaro recuperando toda la confianza en sí mismo que había perdido. Tanto es así que se vuelve a presentar al reconocimiento médico y logra, al fin, la dichosa renovación del carnet. “Cuando apareces tú se me quitan todos los miedos”, le confiesa a su Milano, a la que promete seguir sintiéndose jóvenes juntos, de la mano.
Hasta que por fin llegan las Campanadas más especiales, aquellas con las que Cuéntame entra de lleno en el año 2000. El futuro ya está aquí. Y acompañado de la canción Lo bueno y lo malo de Ray Heredia, vemos a Antonio otra vez mirando al cielo, como dice la voz de Carlitos, “más fuerte, más grande, más Antonio Alcántara que nunca, como si lo mejor de la vida estuviera aún por llegar”. En ese momento, en la inmensidad de la noche, el protagonista vuelve a ver pasar a un avión. “Parriba”, susurra orgullosa Mercedes.
Antonio Alcántara, “un hombre hecho a sí mismo”
De esta manera, la serie de TVE ha puesto el broche de oro a su personaje más complejo y contradictorio. A un hombre que, a lo largo de las 23 temporadas de la ficción, ha sido muchos padres en uno. Un manchego que arrancó su andadura televisada en 1968 representando a aquel españolito medio, al hombre gris de la época que, con el paso de los años, fue viajando por otros tonos de una gran y variopinta paleta de colores. Un hombre de buenas intenciones que, huérfano de padre desde muy pequeño, sin referentes, tuvo que improvisar y, con sus virtudes y defectos, actuar lo mejor que pudo en el desempeño de su propia figura paternal con sus hijos. Un Quijote del siglo XX con sólo fe en su propio sentido de la justicia que trató de surfear de la mejor manera la evolución y expansión de una España desde los años más oscuros del franquismo hasta su aperturismo y expansión al mundo con la llegada de la democracia.
Un crecimiento como país que él quiso vivir en sus propias carnes, intentando prosperar en la vida, como decíamos, con una gran altura de miras. Decía Imanol Arias hace unos años que aunque el germen en la construcción de su personaje había sido su propio padre, otro de los principales ejemplos en los que, a través de los ojos de Antonio, intentaba proyectarse era el de Juan José Hidalgo, dueño de Air Europa y Halcón Viajes: “Le sirve de espejo, ya que empezó conduciendo autobuses y ha llegado a tener una de las líneas aéreas más importantes del mundo”, reflexionaba el actor en palabras a Ecoteuve. Con ese objetivo siempre presente, Alcántara pasó por todas las profesiones posibles: fue, entre otras muchas cosas, ordenanza, responsable de una imprenta, constructor inmobiliario, dueño de una agencia de viajes, bodeguero e incluso estuvo a punto de ser ministro de la UCD de Adolfo Suárez.
Pero esa sensación incesante de que “lo mejor está siempre por llegar” condenaron siempre a Antonio a un inconformismo y egoísmo que, en numerosas ocasiones, le hicieron tocar fondo. Nos encontramos pues, como reconocía el propio Imanol Arias en una reciente entrevista con verTele, ante todo un antihéroe español que ha acabado siendo a su vez espejo para muchos espectadores. “Mi padre, y la generación de mis padres, sabían que estaban formando una generación nueva, diferente. No la entendían, tenían un miedo terrible y eso está reflejado en Antonio. Yo diría que sí es un antihéroe y un trágico en muchos momentos”, señalaba Arias. Un personaje que ya es historia de la ficción española.