Bukhara, el secreto mejor guardado de Uzbekistán
Cuando pensamos en Uzbekistán la primera ciudad que nos viene a la mente es Samarcanda, pero pasar por alto Bukhara, una de las ciudades más importantes de la Ruta de la Seda y Patrimonio de la Humanidad, sería un error imperdonable. Pronunciada como Bujará, Bukhara está plagada de mezquitas y madrasas, animada por algún que otro bazar, salpicada por plazas con encanto y vigilada, incluso, por su propia ciudadela. Así, entre cúpulas azuladas y fachadas de coloridos azulejos, destaca en medio de un paisaje terroso la quinta ciudad más poblada de Uzbekistán.
Su historia no es sencilla. Fue un punto clave para las caravanas que iban y venían entre Oriente Medio y la lejana China, y siempre ha sido considerada Ciudad Santa en Asia Central por el Islam. Fue capital del Imperio Samánida, dirigido por una dinastía de emires persas durante el siglo IX, lo que la colmó de riqueza, arte, cultura, literatura y sabiduría. En sus madrasas estudiaban miles de alumnos y en ellas enseñó el mismísimo Avicena. A comienzos del siglo XIII fue tomada por Gengis Kan y ya en el XVI se convirtió en uno de los principales centros culturales de la civilización uzbeka. Pero en 1924 fue anexionada por la URSS y 80 años de influencia rusa dejaron su huella para siempre.
Para conocer bien Bukhara hay que dedicarle al menos un par de días de nuestro tiempo. Tres si queremos vivirla con más calma. Algo recomendable si queremos empaparnos del ambiente de sus calles, probar los platos más tradicionales de la gastronomía uzbeka, recorrer sus bazares, disfrutar de sus disputadas sombras y, sobre todo, conocer los monumentos que destacamos a continuación.
El complejo Poi Kalon
Si Bukhara tiene una cara de presentación, esa es sin duda la que encontraremos en el complejo Poi Kalon. Esta plaza y en lo que ella encontraremos es, por así decirlo, lo más parecido al Registán de Samarcanda. Por lo que requiere dedicarle unas horas. Aquí son tres los lugares que llamarán nuestra atención. Lo primero, y de manera indiscutible, será el minarete Kalon el que nos cautive desde lejos. Un poderoso alminar de 48 metros de altura construido en el siglo XII, junto a una mezquita que ya no existe, que es todo un referente en la Ruta de la Seda. Su delicadeza, su geometría, su planta circular y su belleza han hecho que sea respetado a lo largo de los siglos, incluso por Gengis Kan, que quedó asombrado por su hermosura. Junto a él se levanta otro de los hitos de este lugar, la mezquita Kalon. Un enorme lugar de oración del siglo XVI, con un patio con capacidad para 12.000 fieles, que sustituye a la anterior destruida por el conquistador mongol.
Aquí mismo, frente a la mezquita y perteneciente a su mismo siglo, se encuentra también la madrasa Mir-i-Arab. Una escuela coránica de excepcional belleza en la que los azulejos policromados son los protagonistas de su fachada, donde los estudiantes siguen profundizando en el conocimiento del Corán, la historia y la filosofía.
La plaza Lyabi-Hauz
La plaza Lyabi-Hauz es un pequeño oasis en medio del desierto. Fue construida a comienzos del siglo XVII y está en el centro de la ciudad vieja, donde todo es color tierra. Pasar un rato junto a su estanque, contemplando los chorros de agua a la sombra de los árboles que lo rodean, puede ser un buen plan si aprieta el calor. Al caer la tarde surge la vida y se convierte en el lugar ideal para tomarse un café o probar el plato más tradicional de Uzbekistán: el plov, un arroz pilaf con carne, garbanzos, cebollas, zanahorias amarillas, pasas y especias.
El Ark, la ciudadela de Bukhara
El Ark es la vieja fortaleza de Bukhara. Y cuando decimos “vieja” queremos decir un periodo de tiempo que se remonta, al menos, hasta el siglo V d.C. Por tanto, es el edificio más antiguo de la ciudad. En este recinto fortificado y elevado se protegía una importante ciudadela, pero hoy en día la mayor parte de su interior está en ruinas y solo alberga una mezquita, alguna tienda y un museo que nos habla de la historia de la ciudad. Sus descomunales murallas han sido restauradas por tramos y la entrada principal intimida, con dos torres levantadas en el siglo XVIII. Los característicos torreones que refuerzan la muralla no pasan desapercibidos con sus prominentes barrigas.
Char Minar
Para muchos es uno de los edificios más bonitos de Bukhara, y eso que se trata únicamente de una puerta. Fue el acceso a una madrasa que ya no existe, pero en sí es toda una joya arquitectónica. A su cúpula la rodean cuatro torres delicadamente decoradas y rematadas con azulejos vidriados de color turquesa. No está en el centro histórico de la ciudad pero merece la pena acercarse. Si vamos caminando desde el minarete Kalon no tenemos más de 20 minutos de paseo.
Las madrasas Abdulaziz-Khan y Ulughbeg
A solo unos pasos del complejo Kalon, a espaldas de la madrasa Mir-i-Arab y al otro lado del bazar Toki Zargaron, se encuentran estas dos madrasas una frente a la otra. La de Abdulaziz-Khan puede ser considerada la madrasa más bonita de Bukhara, es del siglo XVII y semejante honor se lo debe principalmente a la decoración de su puerta. Los amarillos, verdes, rojos y azules se combinan en sus mocárabes, y mientras que los pórticos de la derecha mantienen sus azulejos los de la derecha los han perdido. En frente, como en un espejo, se encuentra la madrasa de Ulughbeg. Más discreta en su decoración pero igualmente impactante. Tanto en una como en otra en el interior hay tiendecitas con productos artesanales.
La mezquita de Bolo Haus
La mezquina de Bolo Hauz llama la atención por su singularidad. Está fuera de la ciudad vieja pero lo suficientemente cerca como para acercarse caminando. De hecho, está prácticamente pegada al Ark. Lo que la hace tan diferente es su conjunto de 20 columnas de madera labrada que sostiene el techo de su fachada principal, que se convierten en 40 cuando las vemos reflejadas en el estanque de agua que descansa a sus pies. La decoración está cuidada y mantenida al detalle, y aunque es su exterior lo que más llama la atención, también es digna de ser visitada por dentro.
Mausoleo Ismail Samami
Como punto final, no deberíamos irnos de Bukhara sin antes pasarnos a conocer el mausoleo de Ismail Samami, un poderoso emir de la dinastía Samánida. Este pequeño edificio en forma de cubo y original de principios del siglo X es toda una obra de arte hecha en ladrillo. Las formas se entrelazan y dibujan líneas geométricas para guardar los restos de Samami, su padre y su nieto.