Un pequeño pueblo pesquero en pleno corazón del Algarve portugés cuyo origen es una almadraba atunera del siglo XVI y que tiene nombre de un caracol de mar –bígaro común o caracolillo–. Todo en Burgau es marinero: sus casas encaladas principalmente de blanco, pero también pintadas de amarillo o azul con el fucsia de las buganvillas, encaramándose a la ladera y con vistas al mar. Por ello, Burgau es conocido como el 'Santorini' portugués. También se asemeja a pueblos como Altea en la provincia de Alicante o Sidi Bou Said, en la costa tunecina.
A diferencia de estas localidades, Burgau es todavía un pueblo bastante desconocido para los viajeros que se adentran en el Algarve. Tiene unos 400 habitantes y se encuentra entre las históricas localidades de Lagos y Sagre en el municipio de Vila do Bispo. Su población se triplica en temporada alta y los turistas se alojan en los pocos hostales del pueblo o en pequeños apartamentos con vistas al oceáno.
Encajonada entre altos acantilados y a orillas del Atlántico está la playa de arenas doradas, que se pierde entre cuevas y calas. Aunque el oceáno es agitado, las paredes escarpadas de las montañas hacen de parapeto, de forma que las aguas se tornan tranquilas en su costa e invita a hacer kayak o alquilar una tabla de paddle surf. Cuando el viento sopla más fuerte les toca el turno a los surfistas.
Burgau no ha perdido su esencia pesquera. Todavía se puede ver a los pescadores terminando de faenar a primeras horas de la mañana y dejando sus coloridos barcos de pesca anclados en las calles adoquinadas de esta localidad portuguesa.
Así también lo refleja la gastronomía del lugar. Considerada como capital del percebe, es posible degustar increíbles guisos de pescado, sardinas a la parrilla o una típica cataplana portuguesa en las tabernas que se encuentran en primera línea de playa. También en los restaurantes y bares del casco antiguo desde los que se divisa el mar. Burgau también es conocido por su vida nocturna.
Para dejar un gusto dulce en el paladar hay que degustar postres propios de la zona, como son el bolinho de almendra, el mogardinho, los famosos queijinhos o los delicados Dom Rodrigos.
La del pueblo no es la única playa de Burgau. Al otro lado del acantilado, se encuentra otro de los arenales infinitos del Algarve como es Cabanas Velhas, de 500 metros de largo y con unas aguas de azul intenso.
En dirección al este se encuentra Sagres, otro enclave marinero de casas blancas, bares y restaurantes que cuenta con la playa de Salema. Desde esta localidad portuguesa se puede salir a avistar delfines acompañados de biólogos marinos.
En Sagres hay una fortaleza que ocupa una península, con su pequeña capilla y acantilados de hasta 80 metros de altura. La bordea una senda perimetral de dos kilómetros y desde ella se pueden ver las furnas, unas simas por las que el aire comprimido por el oleaje produce sonidos extraños. Sobre una de ella, el arquitecto Pancho Guedes construyó un laberinto circular que parece una caja de resonancia.
Hacia el oeste se abre la Praia da Luz, cuyas arcillas tienen propiedades medicinales. En ella existe una plataforma rocosas de colores rojizos muy esculpida por el mar, donde es posible ver fósiles marinos. Al este de la playa se suspende un erosionado acantilado conocido como Rocha Negra, un filón volcánico. Esta bahía de aguas tranquilas es perfecta para practicar diferentes deportes náuticos como el windsurf, el kitesurf, la vela o el submarinismo.
Sendero de las Villas Colgantes
Para quienes les guste andar hay una interesante excursión desde Burgau al Sendero de las Villas Colgantes. Este paseo costero se inicia desde la hermosa playa da Marinha, camino de los acantilados de Benagil, a 50 km por carretera. El sendero sube y baja por calas tranquilas a lo largo de seis kilómetros hasta llegar a Vale de Centeanes.
Se puede continuar hasta otro antiguo pueblo de pescadores a dos kilómetros, Carvoeiros. En él se pueden ver las formaciones rocosas de Algar Seco y disfrutar de sus restaurantes con pescado fresco.
Lagos, entre África y América
A menos de 20 minutos de Burgau, se encuentra el histórico Lagos, un coqueto pueblo con algunas de las playas y calas más famosas de todo el Algarve. Sus casas blancas se decoran con ribetes azules en sus ventanas, el mismo color de sus famosos azulejos.
Debido a su localización, a dos pasos del norte de África y siendo una de las últimas paradas en Europa antes de alcanzar las Américas, se convirtió en el puerto desde el que zarparon muchas de las expediciones de la llamada 'Era de los Descubrimientos', entre los siglos XV y XVII. Europa, con los portugueses y españoles al frente, seguidos de holandeses, ingleses y franceses, comenzaron con extensas exploraciones de ultramar.
De hecho, Lagos fue en 1444 el lugar donde se construyó el primer edificio destinado a la venta de esclavos negros procedentes de África.
Después de que los portugueses volvieran a levantar la ciudad y el país tras el terremoto de Lisboa en 1755, los mercaderes venecianos e ingleses, que tenían Lagos como base de intercambio con el norte de Europa, comerciaban con productos llegados de tierras lejanas, como las especias, telas, el oro y el ébano.
Para los amantes de la naturaleza, desde Burgau también se puede visitar el Parque Natural da Ría Formosa. Este parque abarca una extensión de aproximadamente 60 kilómetros a lo largo de la costa, desde Faro hasta casi la frontera con España, e incluye una red de canales, marismas, islas y bancos de arena.
Ha sido reconocido como una de las siete Maravillas Naturales de Portugal a causa de su impresionante biodiversidad y paisajes, con extensas y hermosas playas de arena fina.