“Rurizad lo urbano: urbanizad lo rural”. Esta apostilla aparece en la portada de la Teoría General de la Urbanización, escrita en 1859 por el urbanista e ingeniero catalán Ildefons Cerdà. Cerdà se considera el padre de la “urbanización” y su planeamiento del Eixample de Barcelona constituye el primer plan urbano de la historia que hizo un uso sistemático de criterios científicos como por ejemplo la estadística. La retícula isótropa que hoy define prácticamente la mitad de la ciudad de Barcelona se distingue por sus manzanas achaflanadas de 133x133 metros que aspiraban a articular una distribución igualitaria de servicios y calles en la zona urbana.
Cerdà calculó que, para cada nueve manzanas, debería haber un centro religioso; cada cuatro manzanas, un mercado; cada ocho, un parque; y cada dieciséis, un hospital. Todo ello distribuido según una densidad de 250 habitantes por hectárea, el estándar que estimaba adecuado para asegurar un orden óptimo higiénico y social. Definió una altura de cinco plantas para los edificios que circundaban las manzanas y dejó los interiores vacíos para que albergaran jardines.
Hoy en día, los edificios del Eixample cuentan con alturas de más de cinco plantas, más áticos y sobreáticos, y encierran interiores de manzana completamente construidos que alojan talleres, pequeños comercios o grandes supermercados, entre otros usos. En el barrio de Sant Antoni, uno de los que componen el damero de Cerdà, la densidad poblacional actual es de 484 habitantes por hectárea, prácticamente el doble de lo que preveía el plan original, convirtiendo así a la capital catalana en una de las ciudades más densas y compactas del continente europeo.
La ciudad compacta
Cuando hablamos de la compacidad de una ciudad nos referimos principalmente a la densidad y a la continuidad de sus estructuras y tramas urbanas. Siguiendo con el ejemplo de Barcelona, aunque de hecho sea aplicable a la gran mayoría de ciudades mediterráneas, este fenómeno se cumple en todo el territorio que ocupa. Su extensión es el resultado histórico de una evolución paulatina y reconocible desde el siglo I a.C., primero de forma muy contenida dentro del perímetro de las murallas y posteriormente con su derribo y la consolidación del Plan Cerdà. Desde entonces, el desarrollo de la ciudad se ha basado en ir cosiendo los distintos tejidos urbanos que se hallaban desconectados del centro hasta conformar una secuencia continuada y homogénea de vivienda plurifamiliar y espacio público, con un reparto equitativo y mixto de equipamientos y servicios.
La ciudad compacta se ha tomado como el referente urbanístico que garantiza la cohesión social y la vida comunitaria, un espacio donde factores como la densidad, la diversidad y la mezcla dan lugar a un escenario de vida más democrático y sostenible. Pese a que este tipo de ciudad presenta a menudo episodios de contaminación con índices preocupantes, se cree que la compacidad genera un tipo de urbanidad con un menor impacto ecológico.
Las ciudades densas, que concentran su huella edificada, son menos agresivas con el suelo, reducen desplazamientos, tienen sistemas de movilidad más eficaces, consumen menos recursos por habitante y amortizan para un mayor número de población cada metro de espacio público construido. Se puede considerar que la famosa “ciudad de los 15 minutos” encaja a la perfección en la trama de la ciudad compacta. En ella, cualquier habitante debería encontrar prácticamente todo aquello que necesita en su día a día en un radio de distancia que le permitiese moverse exclusivamente a pie.
Sin embargo, la sobreedificación que acoge la ciudad densificada tiene también sus contrapartidas obvias. La primera es sin duda la ausencia de naturaleza y de espacios verdes. Barcelona tiene apenas una media de 6,5 m2 de zonas verdes por habitante mientras que a la Organización Mundial de la Salud (OMS) apunta que la cifra debería rondar los 15m2.
La segunda la encontramos en el exceso de urbanización del suelo y en la falta de permeabilidad que evita que se regenere la capa freática. El hecho de pavimentar y asfaltar ininterrumpidamente una gran área sin bolsas de suelo natural impide que el agua de la lluvia se infiltre y siga su ciclo hidrológico. Este exceso de urbanización también repercute negativamente ante casos de lluvias torrenciales, ya que provoca que toda la recogida de las aguas dependa exclusivamente de la capacidad del alcantarillado.
La ciudad compacta genera de forma muy significativa el efecto de la 'isla de calor'
Por último, y a tener especialmente en cuenta en el contexto del cambio climático, la ciudad compacta genera de forma muy significativa el efecto de la 'isla de calor'. Las grandes ciudades van a sufrir cada vez más las altas temperaturas, con noches tórridas por encima de los 25 grados debido a la dificultad que tienen para refrescarse durante el periodo nocturno. La temperatura que concentra toda su masa edificada durante las horas de exposición solar se traduce en un traspaso del calor por la noche, atrapando así a las zonas urbanas en escenarios de calor incesante.
La ciudad dispersa
Mientras que la tradición urbanística europea ha defendido la ciudad compacta como el modelo a seguir, también ha sido beligerante con su antítesis a nivel de modelo urbano: las casas unifamiliares diseminadas por una gran extensión de territorio. Este tipo de urbanismo conocido como el de “la mancha de aceite” o de baja densidad, tiene múltiples detractores teóricos por varios motivos que son fácilmente cuantificables y por otros más bien de carácter sociológico.
En cuanto a sus características objetivas, el modelo suburbano consume mucho suelo para una proporción muy baja de densidad poblacional, requiere muchos recursos energéticos e hídricos, utiliza mucho material para la construcción, que tiene una huella de carbono muy alta y tiene un coste desproporcionado por habitante de todos los servicios generales como el cableado de la electricidad, del teléfono, de la fibra, la instalación de las tuberías de agua potable o el alcantarillado.
La cantidad de metros de carretera y de espacio público urbanizados tienen un aprovechamiento mucho menor que en una ciudad y el mantenimiento de servicios como la recogida de basuras u otros trabajos que son de responsabilidad municipal también acaban resultando mucho más caros. Además, la movilidad por este tipo de paisaje disperso casi siempre requiere el uso de un vehículo motorizado y la presencia del comercio es más bien residual cuando no inexistente.
A nivel social, en urbanizaciones de baja densidad existe menos interrelación vecinal. A menudo se trata de lugares con un menor sentimiento de pertenencia y arraigo, sin vida comunitaria y asociativa que repercuta en la creación de una identidad local compartida. Esta desafección colectiva en parte se explica por la ausencia institucional que hay en las urbanizaciones. Muchos barrios suburbanos sufren cierta sensación de abandono por parte de la administración, que tiene grandes dificultades para penetrar popularmente con actuaciones que tengan visibilidad.
El modelo suburbano consume mucho suelo para una proporción muy baja de densidad poblacional, requiere muchos recursos energéticos e hídricos, utiliza mucho material para la construcción que tiene una huella de carbono muy alta y tiene un coste desproporcionado por habitante de todos los servicios generales
Aunque no es una opinión del todo unánime entre los expertos, los barrios con casas unifamiliares o adosadas se perciben como reductos que generan aislamiento y depredan territorio y recursos. Este juicio es el que evidencia la reciente exposición Subúrbia. La construcció del somni americà (Suburbia. La construcción del sueño americano), en el CCCB de Barcelona. Pese a que la muestra enfatiza en el fenómeno urbano americano, también incurre en el análisis del paisaje catalán, señalando que aquello que creíamos ajeno y que veíamos a través de diferentes géneros de ficción yankee en realidad está presente de una forma muy similar por toda la península.
Según los datos que aparecen a lo largo de Subúrbia, solo en Catalunya existen más de 1.900 urbanizaciones y durante los 20 años que fueron de 1985 a 2005, el ritmo medio de construcción de casas unifamiliares en los municipios de la provincia de Barcelona llegó a ser de una nueva casa por cada hora. Un dato escalofriante que nos da cierta magnitud del petardazo que sufrió la economía del país pocos años más tarde.
Una posible solución: la densidad media
Frente a la polarización existente entre la ciudad compacta y la urbanización dispersa, los urbanistas están ensayando nuevos modelos que alcancen un punto medio capaz de reunir las virtudes de los dos extremos. Aunque es fácil caer en un diagnóstico destructivo de los suburbios, la paradoja es que siempre que se pretende corregir las deficiencias de las ciudades compactas, se hace a partir de propuestas que ya incorporan las urbanizaciones dispersas como podría ser el aire limpio o la integración de más naturaleza.
Las ciudades históricas, más allá de haber alcanzado una densidad que las ha hecho saturar definitivamente, agonizan también por el proceso de urbanalización que vacía sus zonas céntricas de residentes y de comercios locales para convertirlas en parques temáticos para el monocultivo turístico. Ante este panorama, urbanistas como la estadounidense Margaret Crowford han roto una lanza en favor del modelo suburbial americano exponiendo su evolución que difiere de esos barrios fantasmagóricos con casas reproducidas en serie. Algo parecido ha trabajado también la urbanista italiana Paola Viganò con la recuperación del concepto de la “ciudad difusa”.
Crowford cuenta cómo en la bahía de San Francisco, donde reside, las principales empresas y un gran número de habitantes han abandonado las ciudades para situarse en localidades suburbanas. En los últimos años, la ciudad de San Francisco se ha ido vaciando progresivamente de vida autóctona y de economía urbana. Por lo contrario, lugares como Palo Alto, Menlo Park o Mountain View, conocidas popularmente bajo el nombre de Silicon Valley, se han convertido en lugares de gran dinamismo y en los distritos de innovación y tecnología más punteros del planeta.
La solución de la vida suburbana pasaría así por incrementar su intensidad sin reproducir la densidad de la ciudad compacta. En ese sentido, la urbanista Margaret Crowford habla de introducir la 'densidad invisible
De ese modo, en un paisaje con casas unifamiliares, pequeños bloques de pisos, edificios de oficinas de poca altura, comercios de proximidad y mucho verde, ha surgido un nuevo modelo urbano donde encontramos la intensidad de una ciudad pero con una densidad más moderada. Y es que precisamente, es en la justa combinación de estos dos términos “intensidad/densidad” donde reside la clave del éxito.
La solución de la vida suburbana pasaría así por incrementar su intensidad sin reproducir la densidad de la ciudad compacta. En ese sentido, Crowford nos habla de introducir la “densidad invisible”. Se trataría, por ejemplo, de convertir las casas unifamiliares en alojamientos con varias unidades: una casa grande puede fragmentarse para que viva más de una familia, un garaje puede convertirse en una oficina o un comercio, un jardín en una pista deportiva para el uso de varios vecinos, etc.
Nuestro imaginario habitacional ha perpetuado la dicotomía entre dos estilos de vida opuestos: edificios altos con muchas plantas y pisos o casas remotas con jardín, garaje, piscina, porche… y todo el pack completo. Quizás en el punto medio esté el futuro de la vida comunitaria: edificios de dos o tres plantas para cinco o seis familias, con calles ajardinadas, comercios en las plantas bajas y edificios de oficinas intercalados. Quizás Cerdà tenía ya razón, y la ruralización de lo urbano y la urbanización de lo rural nos llevaba precisamente a este equilibrio.