Un tinto del Priorat, un blanco hecho en Badalona y otro, La Plage, que cruza la frontera francesa. Aunque a primera vista no parecen tener mucho en común más allá de su mediterraneidad, hay un hilo histórico que une los ocho vinos de Vins de la Memòria, el proyecto enológico de Xavi Nolla: están elaborados en los escenarios de la Guerra Civil que recorrió su abuelo, desde la batalla del Ebro hasta el campo de refugiados de Argelès en Francia.
Vinos repletos de memoria pero que más allá de su recorrido marcado por la guerra también reivindican un estilo inspirado en antiguas formas de elaboración para, curiosamente, dar como resultados unos vinos que nadie dudaría en calificar como modernos a día de hoy. Y que más allá del relato que los sustenta, han conseguido un gran reconocimiento en guías nacionales e internacionales y se encuentran en grandes restaurantes.
“Vinos de paz, no de guerra”, como le gusta señalar a Nolla, con quien hemos podido charlar para conocer, nunca mejor dicho, la historia de unos de los vinos más interesantes que se hacen ahora mismo en Catalunya.
Vinos que reivindican un estilo inspirado en antiguas formas de elaboración para, curiosamente, dar como resultados unos vinos que nadie dudaría en calificar como modernos a día de hoy
¿Cómo surge la idea de este proyecto, desde el lado del vino o de la memoria?
Todo empieza con un trabajo de documentación histórica, sin intención para nada de hacer vinos ni de iniciar este proyecto. Es un trabajo que empecé en 2015 contactando con historiadores y periodistas especializados en la Guerra Civil y el objetivo era más una curiosidad familiar para saber qué hizo y por dónde pasó mi abuelo durante la Guerra Civil. Él nunca lo explicó y jamás pudo contarlo en cartas porque no sabía escribir.
Después de casi dos años de investigación pudimos dar con la brigada donde fue enviado y siguiendo un poco los pasos de esta división seguir sus pasos hasta el regreso a casa. Más adelante, ya con los vinos iniciados y gracias a su cuñada –mi tía abuela, que todavía está viva– me explicó la salida hacia el exilio, el campo de concentración en Francia…
Y esa historia sirve de mapa y de pilar para tus vinos.
En realidad, cuando empiezo el proyecto de vinos también soy consciente de que hacer vino porque sí, con un mercado saturadísimo y sin ofrecer nada diferenciador, más que una historia bonita y romántica, era bastante absurdo y suicida a nivel negocio.
Así que para darle coherencia pensé que si estamos hablando de memoria histórica, había que hablar también de memoria enológica y reivindicar el vino tal y como se ha hecho aquí en Catalunya, en España y sobre todo en el Mediterráneo, antes de la llegada de la influencia francesa, tanto en variedades como en estilos de elaboración.
El objetivo era saber qué hizo y por dónde pasó mi abuelo durante la Guerra Civil. Él nunca lo explicó y jamás pudo contarlo en cartas porque no sabía escribir
Por eso todos mis vinos están o elaborados o inspirados en elaboraciones antiguas, recuperando o revisionando los brisados, esos antiguos vinos del sur de Catalunya, o recuperando el bocoy de 650 litros, un tipo de barrica con madera de castaño que me tuve que fabricar porque no existían.
El resultado son ocho vinos con una historia común pero de estilos muy diferentes.
Sí. Siguiendo los pasos por donde pasó mi abuelo durante la Guerra Civil empiezo por el sur, con tres vinos elaborados en Terra Alta (Tarragona), donde se desarrolló la batalla del Ebro: La Bruixa, Lo Ebre y La Memòria
Después Plom, un vino en el Priorat (Tarragona) donde más o menos estaba acampada la división en la retaguardia de la batalla. En la Conca de Barberà (Tarragona), por donde huyó mi abuelo de regreso a casa, elaboramos Pólvora.
Y otro vino es de Badalona, donde él vivía, se casó con mi abuela Josefa y donde se escondieron también mis familiares de los bombardeos en 1938. En una masía en la que he podido, a escasos 300 metros, hacer El Badiu con el único y último viñedo productivo de pansa blanca que hay en esta localidad.
Pensé que si estamos hablando de memoria histórica, había que hablar también de memoria enológica y reivindicar el vino tal y como se ha hecho aquí en Catalunya, en España y sobre todo en el Mediterráneo, antes de la llegada de la influencia francesa
Siguiendo hacia el norte, Revolt, un tinto del Empordà, en el camino de Banyuls, que utilizó para cruzar la frontera. Y el último vino, La Plage, es de un viñedo muy cercano a la playa de Árgeles, en el sur de Francia y Catalunya Norte donde estuvo internado cinco meses en ese campo de concentración.
En cada vino utilizo variedades autóctonas de esa región y estilos de elaboración similares o inspirados en cómo se hacía en cada uno de estos territorios antiguamente. Son muy diferentes, pero sí hay rasgos comunes, como el uso de la barrica de castaño de 650 litros que les da una singularidad muy reconocible, o las crianzas no demasiado largas. El estilo lo defino en el momento de la vendimia, donde busco frescor por delante de todo.
Vino y política parece una combinación delicada.
Es territorio complicado, sí. Es más, intento, en mi proyecto, no involucrar la política. Solo explico que mi abuelo fue enviado a la batalla del Ebro. Él vivía en Badalona y por eso le tocó ir a defender la República, pero no fue voluntario ni fue a defender nada.
No quiero implicar la parte política e ideológica, prefiero que sea un recuerdo personal. Que mucha gente pueda hacerlo suyo. Eso me ha permitido explicar a veces el proyecto delante de un público en el que hay nietos de republicanos y nietos de la parte nacional. Y que ambos se hayan emocionado al ver que estamos recordando algo que pasó.
¿Así que mejor no hablamos de vinos de guerra?
Más que vinos de guerra son vinos absolutamente de paz. Se trata, sobre todo, de recordar lo que pasó para que no se vuelva a repetir. Aunque esté claro, en ningún momento se habla específicamente de bando. Lo hago porque no quiero hacer bandera política de nada.
Yo hago bandera del vino, de la historia, de la memoria, de un recuerdo. De unos lugares donde, en muchos casos a día de hoy, 85 años después, cuando estamos vendimiando, labrando, siguen apareciendo restos de lo que ocurrió. Y a esos suelos, a esos viñedos cargados de memoria, intentamos darles voz de la manera más digna y coherente posible.
¿Es un proyecto cerrado, que termina en Argelès o que, como muchas historias, siempre puede incluir otro capítulo?
Me gusta siempre hablar de cada vino como un capítulo. Y el vino Argelès es el último. Aunque, por suerte, mi abuelo sobrevivió y consiguió volver a casa. Pero a nivel de la historia que explicó es el último.
Y con él, quise hacer como una traca final y una huella de memoria absoluta. Además de la elaboración en bocoy de castaño que también era tradicional en el sur de Francia, en este caso añado a cada barrica una botella de vino rancio de 1939.
Lo mezclo todo antes de embotellarlo. Elijo este año porque es el que estuvo mi abuelo allí, así que mezclar un vino de la añada y del lugar donde estuvo mi abuelo con un vino que ahora hago yo creo que es una huella absoluta de memoria y de recuerdo.
85 años después, cuando estamos vendimiando, labrando, siguen apareciendo restos de lo que ocurrió. Y a esos suelos, a esos viñedos cargados de memoria, intentamos darles voz de la manera más digna y coherente posible
Al ser un proyecto tan vinculado a la memoria personal y familiar, parece difícil trasladarlo a otros lugares. ¿Has pensado en algo parecido en otras partes del país?
Siempre piensas en ampliar, pero no creo. Y menos salir de Catalunya, porque ese el camino que quería contar, desde al sur al norte. Así que hacer un vino fuera de Catalunya sería un poco metido con calzador y no tendrías ningún sentido. De momento, ocho vinos y este es el proyecto de vinos de la memoria.
Volviendo a los vinos, reivindicando las elaboraciones antiguas, han quedado de lo más modernos.
Yo no soy enólogo. Soy sumiller y, aunque estudié elaboración de vinos, no me considero enólogo para nada, así que no hago enología en mis vinos.
La mayoría de ellos no están filtrados, todos ellos son con levaduras salvajes. Mínima intervención, por no hacer no hago ni trasiegos a las barricas. Son vinos bastante libres en todo a los que sólo añado un poco de sulfito antes de tapar el vino, porque prefiero que estén protegidos y que no haya ningún desequilibrio durante su vida porque no sé cuántos años o meses van a tardar en consumirlo.
Podría ser un vino como hacían nuestros abuelos, efectivamente. Pero claro, antes nuestros abuelos no tenían los sistemas de refrigeración y de limpieza que hay hoy en día. Ellos sí que echaban muchos sulfitos.