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Carmen de Burgos y los derechos de las mujeres

Portada de la reedición de 'La mujer moderna y sus derechos' de Carmen de Burgos. Editorial Huso.

Octavio Salazar

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El feminismo, además de un pensamiento transformador y de una ética que convierte lo personal en político, es también un ejercicio de memoria. De recuperación de las voces silenciadas y de reconocimiento de las mujeres que sumaron con su compromiso eslabones a la larga lucha por la equivalencia de los sexos. El feminismo es, por tanto, y por si a alguien le cabía alguna duda, una exigencia de memoria democrática. Porque no es posible habitar una democracia haciendo invisible a la mitad femenina, ni a la presente ni a la pasada. Algo que, me temo, sigue ocurriendo en los manuales que se estudian en los colegios, en los salones de las Academias y, en definitiva, en los imaginarios que nos ayudan a definir nuestras subjetividades.

Recuperar la palabra de mujeres que deberían ser parte principal de la memoria de nuestro país es también una manera de demostrar que el feminismo no es una moda, ni ha surgido en las últimas décadas por combustión espontánea. Al contrario, estamos ante un movimiento de siglos, que no ha dejado de multiplicar sus energías y que, en consecuencia, se nutre del trabajo y el compromiso de miles de mujeres que nos precedieron. Por todo ello, es tan buena noticia que justo ahora, en este momento que algunas ya califican como de “cuarta ola feminista”, recuperemos la que se ha llegado a calificar como “Biblia del feminismo español”. La mujer moderna y sus derechos, publicado por primera vez en 1927, es uno de esos libros cuya lectura nos reafirma en la convicción de que el Derecho, que ha sido y es uno de los principales instrumentos de dominación patriarcal, ha de convertirse en la llave para la emancipación de las mujeres. Algo que Carmen de Burgos deja muy claro en un libro que fue censurado por Franco y que el nacionalcatolicismo incluyó entre las primeras nueve obras prohibidas: “La subordinación de la mujer está proclamada en nuestros Códigos. Se necesita en un plazo razonable de emancipación comenzar por la igualdad de derechos”.  

Con la riqueza literaria que siempre tuvo la almeriense, y con la agudeza de la buena periodista que fue, el libro nos plantea un recorrido por cómo las distintas ramas del ordenamiento habían mantenido a las mujeres como menores de edad y, por tanto, cuán urgente era entonces reformar un Derecho Civil que convertía a la mujer casada en esclava, o un Derecho Penal que se apoyaba en unos códigos morales diferenciados en función del sexo, o un Derecho Constitucional para el que las mujeres no eran ciudadanas. Las conclusiones de Carmen, tan próximas a las que mantendría Clara Campoamor en las Cortes constituyentes de 1931, son contundentes: “La ley masculina trata a la mujer como a los incapaces, excluyéndola del derecho de ciudadanía y de emitir su opinión. Sin embargo, el hombre analfabeto y sin talento tiene derecho al sufragio y a marcar los rumbos de su país. Solo por razón de su sexo se equipara a la mujer con los locos, los imbéciles y los criminales”.

Pero lo mejor de La mujer moderna y sus derechos es que Carmen de Burgos no se limita a hacer un análisis de las leyes y de su necesidad de reforma, sino que nos ofrece prácticamente un tratado sobre lo que es el feminismo y sobre cómo es el género el que genera la desigualdad. Es decir, Colombine se anticipa a “la mujer no nace sino que se hace” de Beauvoir y deja muy claro desde el principio que no es el sexo lo que nos hace desiguales: “Nada hay en la naturaleza que justifique la esclavitud de la mujer”. Por lo tanto, es necesario actuar sobre unas reglas sociales y una cultura que es la que provoca que las mujeres estén en una especie de minoría de edad. Y ahí es donde entra la acción necesaria del feminismo, al que define como “partido social que trabaja para lograr una justicia que no esclavice a la mitad del género humano en perjuicio de todo él”. Nada que ver pues con lo que todavía hoy muchos, y algunas, siguen entendiendo que significa este pensamiento que “encierra como doctrina los principios más puros de libertad y de justicia y como obra, entraña una gran utilidad social”. Una utilidad social que no es otra que “la liberación de la mujer y la mejora de su condición, a fin de garantizar sus derechos individuales en nombre del principio del derecho humano y en interés de la colectividad, que realizará más fácilmente su misión contando con el concurso de las dos mitades que la constituyen”.

Carmen de Burgos tiene muy claro que el feminismo no es solo una simple teoría, sino que requiere acción, y “nace de la injusticia, del malestar, que una parte de la humanidad sufre”. Esta vindicación provoca lógicamente la resistencia de los privilegiados, algo que hoy comprobamos a través de esas reacciones neomachistas que por ejemplo sacuden las redes sociales. El diagnóstico de la que fuera pionera en tantas cosas es clarísimo: “Ante las luchas, las burlas, las acusaciones, hasta muchos hombres de buena voluntad desconfiaban del feminismo; como los colonos recelan de la emancipación de los esclavos. Aun de modo inconsciente experimentaban el disgusto de ver escapárseles el dominio absoluto que les hacía considerar – según frase de Napoleón – que las mujeres les pertenecían como los árboles frutales pertenecen al jardinero”.

La que fuera militante del PSOE y más tarde del Partido Radical Socialista no da puntada sin hilo y recorre todos los ámbitos que han incidido, y que lamentablemente un siglo después continúan haciéndolo, en el estatuto devaluado de las mujeres. Son de una extrema lucidez las páginas que dedica a la influencia de la religión y la reivindicación que hace del papel de las mujeres en la Iglesia. Sin duda, en la línea de lo que hoy reivindican las teólogas feministas: “Cristo emancipa a la mujer socialmente, como a todos los oprimidos. En potencia su doctrina contiene el feminismo…”.  Absolutamente delicioso es el capítulo que dedica a la moda y a la belleza, en el que plantea muchos de los debates que hoy sigue manteniendo el feminismo, del cual señala que “ha venido a salvar la moda porque ha emancipado a la mujer” y, además, “ha proclamado el derecho de la mujer a cuidar su belleza. El poderse vestir y pintar a su gusto, sin disimulo, una de sus grandes conquistas…”

Sorprende -para bien porque es señal de su aguda mirada de intelectual, y para mal porque significa que hemos avanzado pero no tanto como debiéramos – la actualidad de muchos de los temas que Carmen de Burgos plantea en este libro. Así, por ejemplo, llama la atención sobre lo que hoy conocemos como brecha salarial y llega a afirmar que “no se comprende por qué la mujer vive en condiciones de mayor baratura”. Llega a cuestionar, aunque en este caso con cierta prudencia, que la maternidad condicione la autonomía de las mujeres. Y llama la atención lo que subraya con respecto a la prostitución: “Con la complicidad del Estado hay una categoría de mujeres, verdaderas esclavas, mientras el hombre goza de seguridad e irresponsabilidad en el vicio”. En otro orden de cosas, pero tan decisivo para la igualdad real y efectiva, el capítulo que dedica al derecho al saber y al papel de las mujeres en el arte, en la ciencia y en la cultura bien podría haber sido redactado por una socia de Clásicas y Modernas.

En definitiva, leer hoy La mujer moderna y sus derechos, reeditada por Huso con una imprescindible presentación de Mercedes Gómez-Blesa, no solo es una gozada desde el punto de vista meramente literario, sino que es también una manera de establecer puentes entre el presente apasionado y el pasado que prendió la llama. Además de que constituye una más que justa reivindicación de una mujer admirable que debería formar parte de la memoria intelectual de nuestro país. Una periodista, una escritora, una activista diríamos hoy, que tenía muy claro que el feminismo no es una guerra contra los hombres y que también a nosotros nos haría más decentes y felices. Una feminista que, sin conocer todavía el término, sabía que el horizonte habría de ser una democracia paritaria: “Nada de privilegios, de uno o de otro sexo; nada de antagonismo, nada de aislamiento. Hay que vivir unidos en la sociedad y en el hogar, con igual dignidad e iguales derechos”.

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