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Orgullosos de ser machistas

Cartel contra el machismo. EFE

Rosa María Artal

El machismo asiste a un patente rearme. Las corrientes ultraderechistas en boga han venido a darles el soporte que les refuerza. Algunos lo sienten como una liberación. “Por fin no tienen que pedir perdón por ser hombres”, proclaman satisfechos. Se sienten hermanados con los machistas de la Tierra, potentes para emprender la reconquista de un terreno que nunca debió dejar de pertenecerles (de hecho les sigue perteneciendo). Por eso, votarán, dicen, a quienes defienden sus derechos frente a lo que llaman “ideología de género”.

El problema, evidentemente, no es ser hombre, sino cómo se es hombre y cómo se organiza la sociedad jerárquicamente con su supremacía. Supremacía innegable, corroborada en datos abrumadores. Y en la que basta mirar los órganos de decisión para constatar la falta de paridad. Vean quienes se ocupan de la energía solar fotovoltaica en Euskadi, en un acto de ayer mismo.

Hagamos la salvedad de que ni el machismo ni la ultraderecha que lo alberga han nacido ahora. Estaban ya y han salido a la luz “sin complejos”. Repartiéndose por siglas. Quisimos creer, diré quise, que algo se había logrado al ver algunos avances, algunas mujeres en puestos decisivos, pero el machismo se resiste a los cambios y se fortalece como está ocurriendo ahora.

La gran revolución de las mujeres que saltó consolidada este 2018, masiva, heterogénea en su forma y homogénea en sus objetivos, ha despertado temores en los machistas y la decidida voluntad de atacar al feminismo. Los factores que influyen son múltiples, sin duda cuentan los socioeconómicos como parte fundamental, pero deberíamos fijarnos también en los psicológicos y educacionales porque en todos estos elementos está la raíz.

La violencia contra la mujer es un hecho. Los hombres asesinan mujeres, por ser mujeres y por considerarlas “suyas”. Ninguna sociedad sana lo toleraría y ocurre sin mayor problema. El machismo mata, pero, como dice la escritora y abogada feminista Violeta Assiego, “antes de asesinar menosprecia, insulta, empuja, golpea y agrede física, psicológica y sexualmente. Negar esto y hacer con ello un programa político también es violencia machista”. Lo es.

Ocurre en todas partes y cada día. Chicas a las que el novio castiga confinándolas en un zulo, médicos que diagnostican por escrito que la paciente “está mal follada”. Y más allá, niñas a las que planchan el pecho con una piedra caliente para evitar que despierten el deseo en los hombres. La práctica ha llegado ya al Reino Unido. Cuánto miedo debe haber para llegar a esos traumatismos. Cuánta aberración para planchar y cortar atributos femeninos, para tapar y abrir el objeto de uso en función de los deseos masculinos. Cuanto ensañamiento como humillación.

“La masculinidad no es una característica que se posea de forma estable, sino que es algo que se pone en duda continuamente y que por tanto tiene que ser demostrada y reafirmada de forma constante”. Esta idea clave la expone Mónica Alario Gavilán, filóloga y experta en estudios de género. En un artículo de Público que trae otro alarmante dato: desde 2016, cuando atacó en Pamplona 'la manada', se han producido 89 violaciones en grupo, según recoge Feminicidio.net. Que se sepa. Es una forma extrema de reafirmar su concepto de la masculinidad. De ahí, que graben las agresiones y las publiquen.

Muchos hombres han comprendido ya el problema. Incluso se han sorprendido de lo que tanto nos quejamos y no prestaron atención. Porque no escuchaban, era como oír llover. Se duelen de no haber estado atentos a los grandes y pequeños agravios del machismo de todos los días. No está siendo inútil hablarlo. Pero el machismo de raza no da tregua y se rearma al menor descuido.

La masculinidad. Hay que demostrarla de forma constante. Como si fuera la presunción de una carencia. Esa absurda magnificación del pene, el combate por su longitud en la más variopinta discusión. Aunque se esté debatiendo sobre una partida de parchís hay quien menciona el triunfo de “quién la tiene más larga”. Los remilgos vienen definidos por el uso del papel de fumar para manipular el órgano masculino. Son tópicos, pero reveladores.

Es cierto que al hombre se le vino educando de manera diferente a las mujeres. Pero los seres maduros reelaboran lo aprendido y rechazan predominios injustificados y más cuando se basan en el daño de otra persona. El modelo exigía fortaleza como condición indispensable. Condenaba casi la sensibilidad, desde luego el llanto -tan espontánea y humana reacción- como debilidad que el macho no se podía permitir. Expresar la tristeza ha sido entendido como un fracaso que merma la autoestima. Algo ha cambiado aunque no lo suficiente. Una tarea urgente es dejar de enseñar estos estereotipos a los niños.

Probablemente, este rebrote del machismo nace de la inseguridad. La de ver cuestionados valores que consideraban inamovibles. Y la propia incertidumbre de quien ha de ser fuerte y superior por obligación, en la titánica tarea de lo imposible. Y además demostrarlo permanentemente, frente a la mujer primero, y también a sus competidores varones.

En 1991 se publicó un libro, Ser hombre, en la Editorial Kairós, que abordaba el tema de la masculinidad con realismo y apertura de miras. Los hombres debían adaptarse a un tiempo que empezaba a querer ser entre iguales, con las mujeres. Autores de la talla de Carl G. Jung, Henry Miller, Norman Mailer, Hermann Hesse, Franz Kafka, César Vallejo y otros, todo hombres, algunos enormemente machistas, trataban el tema. Los temas. La competitividad, el miedo, la cólera, la pena, el éxito, el trabajo, temor al envejecimiento, la mujer. Hablaban de la mujer, del miedo a la mujer. El escritor Henry Miller decía: “Empiezo colocando a las mujeres sobre un pedestal, idealizándolas, y luego las aniquilo”. Cuánta lejanía e inmadurez implica, además de la evidente violencia.

A través de un compendio variado, signos de notable desconocimiento e incomunicación que hay que resolver con sus antídotos: hablar y saber. En aquel libro, y en cualquier lógica, se concluye que no hay un mito de la masculinidad profunda, sino múltiples caminos para ser hombre. Y eso es lo que deberíamos entender. Para abordar todas las reflexiones pendientes.

Y las soluciones. Porque las mujeres somos la mitad de la población y con los mismos derechos que la otra media. Y no cabe ni una agresión más, ni un menosprecio, ni una duda al respecto. Algo que es capaz de entender cualquier mente, salvo aquellas que sufren la dificultad insuperable de abrirse y aprender cualquier idea. Las manadas del machismo envanecido, arrogante, soberbio, ufano, caminan seguras. Las encontramos a espuertas en cualquier programa de cualquier tipo.

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