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De los 'chavs' a los taxistas: la demonización como arma neoliberal

Concentración de taxistas en Barcelona

Jordi Sabaté

Creo que Chavs. La demonización de la clase obrera es uno de los pocos libros que he leído más de una vez. La primera fue en inglés y en formato electrónico allá por 2014, cuando apareció. La segunda fue en 2016, esta vez en castellano y en papel, en la edición de Capitan Swing, para documentarme para mi ensayo El libro negro del consumo. Lo hice porque me pareció desde el primer momento un libro clave para entender los métodos de “destrucción creativa” que utiliza la derecha liberal antes de aplicar su varita desreguladora y/o privatizadora sobre un determinado sector.

En el caso de Chavs. su autor,Owen Jones, nos describe cómo desde los años noventa, en pleno auge del nuevo laborismo, se extendieron una serie de mitos, leyendas urbanas y calumnias -medias verdades o directamente fake news en muchos casos- sobre la clase obrera blanca británica (chav podría traducirse por poligonero, choni). Esta, tras la “era Thatcher”, estaba arrasada y en plena decadencia. Lo que quedaban entonces eran los restos crónicamente parados, desorganizados, deprimidos y desmoralizados de esa clase que había sido una de las protagonistas de la sociedad británica durante buena parte del siglo XX.

Jones, que procede de una familia de maestros de escuela residentes en Sheffield -antes potente ciudad industrial pero hoy uno de los principales guetos de la clase obrera-, denuncia en su libro cómo se forjó la avalancha de prejuicios y generalizaciones que calaron profundo en la sociedad británica de clase media y media baja. De repente, los orgullosos obreros blancos que no habían sabido evolucionar como lo hicieron los votantes de Tony Blair, pasaron a ser vagos, toxicómanos, ladrones, borrachos, deficientes mentales y genéticos (tal como suena) y una larga lista de monstruosidades y prejuicios que, según cuenta Jones, tuvo que oír en las cenas con sus amigos universitarios. Ah, sí: por supuesto también se los tildaba de racistas y reaccionarios (bigots en inglés).

Entre la retahíla de insultos se colaban con creciente frecuencia conceptos como “vampiros del sistema”, “exprimidores de ayudas sociales” u “okupas aprovechados de las viviendas sociales”. Es decir que, sobre todo este sustrato negativo y generalizador, subyacía una motivación más profunda: acusarlos de parásitos de nuestro esfuerzo y desmontar el sistema de cobertura social que los protegía al ser uno de los sectores más vulnerables de la sociedad.

A lo largo del libro, Jones no solo desmonta estas generalizaciones insidiosas, sino que identifica su punto de partida: la clase política; tanto tories como nuevos laboristas y liberal demócratas eran, la mayoría de las veces, responsables de declaraciones públicas que fomentaban las fake news en torno a los denostados chavs.

Ahora demos el salto desde la Inglaterra de los noventa hasta nuestra querida España de hoy, con las calles tomadas por los taxistas, primero en Barcelona y actualmente en Madrid. Es normal que conversemos con nuestras parejas, amistades y compañeros de trabajo sobre ello; es uno de los temas “calientes”. Personalmente no me une ni interés ni simpatía con el sector del taxi, pero soy partidario de que el mismo siga siendo mayoritario en las calles, lo reconozco. Creo que el control de precios es fundamental para garantizar un transporte rápido y popular.

Así lo expreso en grupos de Whatsapp o en conversaciones de sobremesa, y me asombra que los argumentos de mis contertulias y contertulios la mayor parte de las veces sean exactamente los mismos: los taxistas no se duchan, no te dan agua, fuman, llevan la ventanilla abierta, se niegan a aceptar tarjetas, no hablan el idioma, llevan la Cope a tope, tienen mafias de licencias y, últimamente, para rematar el prejuicio, son herederos del franquismo, es decir reaccionarios y machistas.

Parece que todo mi entorno se ha organizado en una oscura trama para presentarme estos argumentos, o bien yo soy paranoico y no lo he sabido hasta ahora... Aunque quizás alguien se ha dedicado concienzudamente a extender estos bulos desde radios y televisores con opinadores llamémosles “no estrictamente neutrales”. Como respuesta, están empezando a circular por las redes sociales argumentos similares denigrando a los conductores de VTC.

Así se diseña la tormenta perfecta en la que, al igual que en Reino Unido, se prepara el terreno para la comprensión emocional y social de la liberalización/privatización/desregulación de un sector, en este caso el del taxi. Autoconvencerse de que los taxistas -autónomos con una única licencia en su mayoría, como contaba Analía Plaza en este artículo- son bandas ultraconservadoras de especuladores machistas que tienen a la sociedad secuestrada, es sentar las bases para terminar con el control por parte de las autoridades del precio de este tipo de transporte.

Raquel Ejerique explicaba en esta columna que nos equivocamos si enfocamos el problema como “a favor” o “en contra” de los taxistas o los conductores de VTC, obviando así una realidad como es la de que el sector privado de las licencias VTC está concentrado, este sí, en manos de unos pocos empresarios e inversores, que se pueden contar con los dedos de una mano. ¿Quiénes creen ustedes que tienen más interés en especular con las licencias? ¿Qué pasará si finalmente los VTC ganan la batalla por operar en las mismas condiciones que los taxis pero con amortizaciones de licencia mucho más bajas y con precios regulados por “la mano invisible” del mercado?

Es difícil saber si los bulos y calumnias, estos días más insistentes que nunca, proceden de estos inversores o de las plataformas de intermediación en las que invierten, principalmente Uber y Cabify. No conviene añadir, a ellos también, otra ración adicional de calumnias, que demasiadas tenemos ya. Pero sí resulta interesante saber que en Reino Unido la ola difamatoria contra la clase obrera blanca ayudó, y mucho, a eliminar numerosas prestaciones sociales y subsidios de todo tipo, con beneficio directo -por ejemplo en la gestión de vivienda social- para fondos buitre como el que en Madrid compró al equipo de la anterior alcaldesa un importante paquete inmobiliario de “vivienda regulada”.

El verano caliente de 2011, con su reguero de disturbios que asoló las principales ciudades inglesas -13 muertos-, así como el Brexit, pueden considerarse en buena medida hijos de aquella demonización privatizadora de los noventa y siguientes décadas, que dejó numerosos perdedores iracundos. Y es que, aunque sea desregulado o liberalizado, al final por todo hay que pagar un precio.

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