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Gordos: los ángeles caídos del primer mundo

Foto: Kyle May

Jordi Sabaté

La gorda siempre ha sido en nuestra cultura una figura ambigua que ha ido cambiando su significado con la evolución de la sociedad. En un tiempo los gordos fueron objeto de deseo sexual y signo de buena salud, cuando la mayoría de la población se arrastraba en los lodos de la desnutrición. Luego, pasaron a simbolizar la opulencia y el poder jerárquico de la edad, las mujeres y hombres maduros y sabios, para al fin terminar representando a las figuras bonachonas, un poco débiles de carácter, algo indolentes y sobre todo amantes de los placeres carnales.

Ahora, en la sociedad de la estimulación del consumo por el deseo visual, las gordas y los gordos son un símbolo negativo, de alguien que debe desaparecer de las revistas y de las fotos de Instagram porque representan la imperfección. Los gordos y las gordas sobran en la sociedad consumista de hoy, son una tara avalada no solo por el rechazo estético sino también por la medicina, que ha puesto las mil maldiciones sobre la grasa en el cuerpo humano.

Sin embargo, paradójicamente más del 40% de las personas en Occidente presentan en algún grado sobrepeso y los casos de obesidad -que puede llegar a ser mórbida cuando el problema impide a la persona en muchos aspectos y amenaza seriamente su salud, tanto física como psíquica- alcanzan en países como Estados Unidos, México, Grecia o el Reino Unido al 20% de la población.

La 'cosificación' del gordo

Ahora, ciertos estudios realizados a partir de fichas forenses en Estados Unidos indicarían que las personas con un sobrepeso ligero tienen un índice de mortalidad menor que las delgadas. Incluso se ha inventado el término fofisano. ¿Una paradoja científica, estudios comprados por la industria del azúcar, errores de medición? Todo puede ser en un mundo de intereses comerciales cruzados, donde no queda claro dónde empieza el riesgo para la salud y dónde las estrategias de marketing a las que el gordo se ve sometido.

Para Magdalena Piñeyro, portavoz de la plataforma Stop Gordofobia, 'gorda' es una clasificación que hace la sociedad, en la que mete a todos aquellos que no cumplen con los estándares y los discrimina como si no fueran personas, sino cosas que molestan. Piñeyro no distingue entre sobrepesados y obesos, porque considera que es “hacer el juego al sistema”, que emite certificados de bueno, malo y peor: “estar o ser gordo es una circunstancia, no importa en qué peso se esté, porque todos somos discriminados por igual”.

Esta activista se pregunta cómo se puede hablar de los peligros para la salud cuando es mucho más dañina la presión social: “te acosan en el colegio, se ríen de ti en la calle, te insultan en el gimnasio y al final te retraes, no haces deporte por vergüenza, no sales de casa y lo pasas mal”. Como consecuencia, estas personas sufren una ansiedad creciente que solo calman comiendo. Así es como entran en el círculo vicioso de la obesidad: más burlas y discriminación, más aislamiento, más ansiedad, más azúcar...

Detrás de cada gordo hay una historia

Para la nutricionista Mónica Moll, el gran problema de la gente gorda es que se “simplifica en sobre manera el asunto, como si ser gordo fuera como ser miope y por tanto tuviera una solución estándar”. Moll asegura que la obesidad es un problema que puede tener causas muy complejas y variadas, casi tantas como personas la sufren: “el sobrepeso y la obesidad pueden tener orígenes endocrinos, genéticos, puede deberse a accidentes y discapacidades, a problemas psicológicos, culturales, educacionales, etc”.

Moll concluye que “no existe el gordo o la gorda”, sino la persona con un conjunto de circunstancias que le han llevado al sobrepeso y que debe ser tratada de forma individualizada: “las estadísticas, aunque son preocupantes, hablan de los obesos como números y eso no explica cómo llegan al consumo compulsivo de comida basura y bebidas azucaradas; la educación nutricional es importante, pero no se puede obviar la historia que hay detrás de cada persona, su motivación psicológica”.

Darío Pescador, periodista experto en nutrición, culturista, autor de libro Operación Transformer y del blog del mismo nombre, está de acuerdo con Moll y asegura que un abordaje psicológico de la persona con problemas de obesidad es mucho más efectivo que someterlo a dietas rigurosas o ejercicio continuado: “lo peor que le puedes decir a un gordo 'es come menos y muévete mas'; eso no funciona a la larga”. Pero “si vas al origen del conflicto disminuyes la ansiedad y por tanto la necesidad de calmarla con el azúcar”, puntualiza.

Adicción al azúcar y colonización del apetito

Pescador habla de “adictos al azúcar: personas enfermas que han entrado en un ciclo de ansiedad difícil de romper, pero nunca débiles, perezosos o glotones”. “El problema es que el hambre la controla una hormona conocida como leptina, que provoca la sensación de saciedad; cuando se mezclan altos niveles de grasa y azúcar, la leptina se inhibe y nunca nos saciamos”, explica. Esta insaciabilidad nos aumenta la ansiedad y el estrés propios de quien tiene que conseguir más comida, y la ansiedad solo se calma con el azúcar, que vuelve a inhibir a la leptina: bienvenidos al ciclo del hambre eterna.

Pero, ¿se azuza de algún modo esta 'hambre eterna' desde el entorno del gordo? Piñeyro cree que sí, que la sociedad capitalista tiene mucho que ver en que las personas con predisposición a la obesidad caigan en ella: “normalmente somos los pobres, que no tenemos acceso a alimentos de calidad ni a otros placeres que el comer, los que sufrimos la obesidad”. Cree que más que un problema de educación nutricional, lo que existe es una colonización del apetito de las clases pobres.

Los alimentos más baratos son los de supermercado o la comida basura, y no es ninguna especulación decir que están llenos de azúcar y grasas saturadas, tal como denuncian sin parar muchos nutricionistas. Ambos elementos, ya se ha dicho, inhiben a la hormona de la saciedad y fomentan la adicción al azúcar entre las clases bajas; por tanto favorecen la obesidad, tal como revelan las estadísticas.

Para Moll esta tesis es verosímil y añade que existen zonas de México, Brasil o Estados Unidos donde “los jóvenes solo acceden a comida procesada y únicamente en centros comerciales; en su vida han visto una berenjena o una zanahoria”. Estos jóvenes no controlan en absoluto los ingredientes de lo que ingieren y por lo tanto son mucho más manipulables por la industria a través de la publicidad engañosa, que les cuela los azúcares por todos lados.

La salvación del gordo, otro negocio

Se calcula que el negocio de las 'dietas milagrosas' para adelgazar genera unos 2.000 millones de euros al año en España, sobre todo cuando llega esta época, en la que el buen tiempo invita a ir ligeros de ropa y al uso del bikini y el bañador. Es entonces cuando Google comienza a echar humo con las búsquedas de las palabras dukan, detox y otras malas ideas para perder un montón de kilos en menos de un mes.

Por supuesto, detrás de cada artículo, de cada blog, hay un experto nutricionista o un anuncio de Google que te venderá la receta, el elixir mágico o el tratamiento. “Algunas de estas dietas son una auténtica 'magufada' pero en otras hay una cierta base; el problema es que no son sostenibles ni a corto ni a medio plazo”, explica Darío Pescador, que cree que solo sirven para perder peso durante unas semanas para luego engordar más que antes. “Ni la dieta ni el ejercicio tal como se plantea es válido para adelgazar si no cambian el metabolismo”, concluye.

Mónica Moll juzga inútil intentar adelgazar siguiendo una de estas dietas: “no se trata de comer menos o dejar de ingerir calorías por un tiempo, sino de cambiar hábitos y, sobre todo, más que estar delgado es un tema de alimentarnos de forma saludable y consciente”. Para Moll no hay productos milagrosos, sino una cultura del comer bien y un abordaje psicológico de las causas de los excesos.

Finalmente, Magdalena Piñeyro sentencia: “la gordura es algo que puede ser o no perjudicial, pero que debe ser respetado porque es un derecho; además, los gordos no nos engañamos respecto a nuestra situación, pero cada persona debe poder decidir libremente cuándo y cómo sale de esta circunstancia”. 

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