Ciudadanos se apunta a la antipolítica
Otra campaña electoral casi inmediatamente después de la anterior. Los partidos se ven atormentados por la duda: ¿deben repetir la campaña anterior o introducir elementos nuevos en el mensaje? Da la impresión de que el partido que se está moviendo más rápido, si dejamos a un lado la decisión estratégica de Podemos de abandonar la doctrina Errejón y formar una coalición con IU, es Ciudadanos. La única duda es si está intentando abarcar demasiado y si no repetirá su trayectoria de la campaña de diciembre, donde arrancó muy sobrado y acabó pidiendo la hora y resignándose al cuarto puesto antes incluso de que hablaran las urnas.
El viaje de Albert Rivera a Venezuela en plan Capitán América en un líder que nunca había mostrado el menor interés por los temas de política internacional ha sido interpretado como una andanada directa contra Podemos. En realidad, más parece un movimiento astuto para asegurarse de que sus votantes que antes lo fueron del PP continúen con ellos y no hagan caso a las inevitables apelaciones del partido de Rajoy al voto útil para frenar a la izquierda. Y sirve para intentar borrar esa imagen pecaminosa del pacto anterior con el PSOE.
Este domingo, Ciudadanos ha difundido un anuncio en el que se ha gastado su dinero para demostrar que tiene prisa en que comience la campaña electoral. Es un garrotazo directo contra Podemos con una mención de pasada a Rajoy que no pasa de chiste mil veces hecho en Twitter (eso de que Rajoy se pasa el día leyendo el Marca). Pero lo importante no está ahí.
Ciudadanos apuesta sin ambages por la antipolítica en el mensaje. Los clientes del bar son los protagonistas del spot y, excepto uno, todos aparecen representados como la gente que debería votar a Ciudadanos. El camarero marca el camino, pero es otro personaje el que da el sermón con el que los creativos habrán convencido a los responsables del partido. Sale Rajoy en la tele anunciando la convocatoria electoral y el camarero dice: “Estos sólo han perdido el tiempo y ahora, venga, a gastar dinero otra vez”. La típica acusación de los bares: los políticos son unos vagos y lo solucionan todo gastando el dinero de los demás.
¿Populismo? Lo parece, pero también puede interpretarse como una muestra de comprensible cabreo popular. No nos pongamos estupendos. La gente vota para que haya un Gobierno, no para que tenga que volver a votar a los seis meses. Un poco de mala leche es lo menos que se puede esperar.
Lo que viene después es más relevante. El protagonista del anuncio, uno con barba canosa y gafas, se larga el discurso que forma el mensaje por el que apuestan los dirigentes del partido. Y aquí es cuando una definición estándar de populismo empieza a cobrar sentido. A saber, críticas directas a las élites por inútiles y egoístas, la diferenciación entre ellos (los dirigentes) y nosotros (la gente corriente), la asignación de valores heroicos a los ciudadanos que luchan por sobrevivir, el énfasis en los argumentos emocionales y el carisma del liderazgo (ya sabemos de quién).
Antes de empezar a cargar la escopeta, recordemos que el populismo cobra características diferentes en cada país y que en campaña electoral todos los partidos son un poco populistas. No es automáticamente la mayor amenaza a la civilización occidental, como nos quieren hacer creer los que escriben los editoriales de los periódicos.
El mensaje del hombre con canas es que no hay nada mejor que los españoles. Ellos solos pueden levantar cualquier situación porque ya lo han hecho antes. Son unos héroes. Los políticos son una rémora, un lastre, y no se espera nada bueno de ellos. La mejor ayuda que pueden prestar es no empeorar las cosas. Leones dirigidos por corderos.
“Yo he visto a este país caerse cantidad de veces, pero cantidad, pero también lo he visto volverse a levantar”, dice (hay que anotar que no es un jubilado ni una persona muy mayor, dónde ha visto todo eso es un enigma). Si se ha levantado ha sido gracias a los “héroes anónimos”. La mejor medicina es “creer en nosotros mismos”. Creer. El voluntarismo elevado a la máxima expresión. Cómo no tener tanta fe si “este país lo tiene todo para ser uno de los mejores del mundo”. ¿Entonces cuál es el problema? Los políticos, claro, que no dan la talla.
¿Qué necesitamos para salir del agujero, para solucionar el problema del paro, conseguir recursos para sostener el Estado de bienestar, conjurar la cuestión del envejecimiento de la población, encontrar empleo para los jóvenes que salen de la universidad y que no encuentran empleo en el mercado laboral, dignificar la política y acabar con la corrupción? “Lo único que necesitamos”, dice el profeta de la barra de bar, “es que los políticos no nos lo pongan más difícil, que no nos vendan humo. Y sobre todo, sobre todo, que sean humildes y que estén a nuestra altura”.
Los amos del universo, los héroes anónimos de uno de los mejores países del mundo, exigen a los políticos (que vienen sin duda de Marte) que sean humildes y que al serlo se pongan a la altura de tipos que no tienen abuela (?). Somos la España de Campofrío, qué coño, podemos ganar a cualquiera siendo como somos, la furia española, la mejor Liga del mundo, las playas con sus banderas azules, la siesta, los amigos (no como esos extranjeros que seguro que no los tienen porque la amistad es un invento típicamente español), a mí, Sabino, que los arrollo, Santiago y cierra España que aquí no cabe nadie más...
Una España sin políticos, el sueño de cualquier bar a la hora del carajillo y chico, no seas rácano con el coñac. La España de Ciudadanos.