Bernardo Atxaga: oficio y desengaño
Bernardo Atxaga ha hablado. Ha contado muchas cosas. Ha opinado un poco de todo, especialmente de literatura, por supuesto, y de política. Sin miedo a mojarse, y cómo se agradece eso a veces.
Es un Bernardo Atxaga que suena mucho a Joseba Irazu, a sí mismo. A señor un poco desengañado ya de todo –como si tuviera que ser así a partir de cierta edad y no más
tarde–. Para empezar, dice no creer en el futuro de los e-books (ellos que parecen ser el futuro), y haber perdido la asiduidad de las ideas originales. Pero ahora disfruta más de la escritura, a la que se refiere como “oficio”, y no tanto de la farándula que la rodea: “los viajes, las promociones y las mesas redondas”. Miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca y ganador de numerosos premios gracias a su prolífica obra, es uno de los autores vascos que más ha promocionado y defendido el euskera, y aprovecha la ocasión para reivindicar la literatura vasca como literatura, “aunque de tamaño sea más pequeña”.
Ha destacado la importancia que para él tiene la independencia en todos los sentidos por parte de un escritor, y afirma no haber querido aceptar nunca premios “con derivaciones politiqueras”, aunque sí tuvo un acercamiento a la política cuando decidió apoyar a Ezker Batua en las elecciones al Parlamento Vasco de 2009, algo que no volvería a hacer. Y es que de la política ha salido escarmentado tras varios acercamientos y depósitos de confianza caídos en saco roto. Una política que como última estocada echó por tierra el proyecto Ipupomamua, un centro de interpretación de literatura infantil y juvenil en su pueblo natal y tras la cual Atxaga decidió dejar de creer en quimeras.
¿Y por qué nos cuenta ahora todo esto? Pues porque su hija de papel más afamada, Obabakoak, cumple veinticinco añazos y las efemérides invitan a hacer balance de los posos que deja el tiempo. Feliz cuarto de siglo.
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