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Dorian Gray se entrena en el gimnasio de Aznar

Miguel Roig / Miguel Roig

En una entrevista en la cadena Onda Cero, a propósito de la presentación de sus memorias, al ser preguntado por la intervención española en la guerra de Irak el expresidente José María Aznar, eludiendo la cuestión, respondió que esa explicación saldría en el siguiente volumen; por lo tanto, agregó, parafraseando a Francisco Umbral, “yo he venido a hablar de mi libro”.

Felipe González, por su parte, en una emisión de Salvados volvió a contar a Jordi Évole lo que ya había expresado a Juan José Millás en una conversación publicada en El País: que tuvo a su alcance la posibilidad de tomar la decisión de acabar con la cúpula de ETA siendo presidente y que no lo hizo. Regresó a la misma disyuntiva moral que expresó a Millás: no saber si había hecho bien o mal. Évole matizó que en caso de que hubiera ejecutado aquella acción tendría que valorar el asesinato de una docena de personas, y el presidente respondió que, de haberla llevado adelante, tal vez hubiera evitado la muerte de doscientas víctimas. Pero el expresidente González aún fue más lejos y evocó la famosa foto de la Situation Room en la que Obama, Joe Biden y Hillary Clinton asisten, según el relato de la oficina de prensa de la Casa Blanca, al asesinato de Osama bin Laden. “¿Alguien ha reprochado a Obama esa decisión?”, se preguntó González, lamentando su calvario y con clara envidia hacia el mandatario americano.

La guerra de Irak tiene una foto, la de las Azores, así como el fin del fundador de Al Qaeda tiene la de Obama rodeado de su equipo. Esta fotografía es, de momento, la más vista en el portal de Flickr.

En la foto de la Casa Blanca los trece asistentes a la reunión tienen la mirada escorada hacia un punto ubicado fuera de cuadro; se supone que observan una pantalla en la que se desarrolla la acción y que fue tomada posiblemente instantes antes de que la voz en off de Leon Panetta, director de la CIA –y cuyo relato llegaba desde los cuarteles centrales de Virginia– exclamara “Gerónimo EKIA” (EKIA son las siglas de enemy killed in action, enemigo muerto en combate, y Gerónimo el nombre puesto a esa fase de la operación), lo cual significaba que acaban de matar a bin Laden. La expresión de Hillary Clinton, con su mano tapando la boca para impedir la salida de una exclamación, y la gravedad de la mirada de Obama hacen pensar que la ejecución se está materializando. El vicepresidente Joe Biden, a la izquierda, con una actitud despreocupada ante una segura performance, y Robert Gates, el secretario de Estado, a la derecha, que no oculta cierta satisfacción ante la ejecución, enmarcan y exaltan la figura grave del presidente Obama, que es donde se espera que descansemos nuestra mirada. Biden emana con su actitud una tranquila eficacia. Gates nos da la ración de venganza que reclama la ofensa. Clinton ofrece un respiro moral ante la escena que no vemos pero, a su vez, también nos recuerda que allí hay violencia explícita. Y por último, en el centro, el general de brigada Marshall Webb, comandante de operaciones especiales, con los ojos y las manos comprometidos en un ordenador, da el punto de control de lo que está sucediendo extramuros de la foto. Todos arropan al presidente de expresión grave y firme, pero también felina: está agazapado como el lince que mide la distancia del salto.

La foto de las Azores está impregnada de otro tipo de épica. Lo más curioso es que no hay una sino dos. En la más difundida se asoman Blair, Bush y Aznar. Mientras los dos primeros tienen la mirada sesgada hacia un lateral –otro fuera de cuadro–, Aznar se centra en el objetivo de la cámara desatendiendo un mechón de pelo que cae sobre su frente, ignorándolo quizás ante la atención –y tensión– que significa la mano que Busch apoya en su hombro. En la otra fotografía, donde el trío está acompañado por el entonces presidente portugués Durao Barroso, sigue siendo Aznar el único que busca el foco mientras los otros tres mandatarios aguardan con cierta resignación que termine la ceremonia del posado. Aquí el mechón de pelo de Aznar sigue suelto pero a merced del aire; se nota en su sonrisa que la brisa que lo mima es placentera y ahora, años después, cuando vuelva su mirada a esa imagen –hecho que puede que haga de tanto en tanto y que el segundo volumen de memorias, con el que amenaza regresar a las librerías en poco tiempo, seguro que incluye– sentirá que esa hilacha de cabellos sigue en movimiento dando vida a su figura.

El problema del expresidente González es que no tiene una foto, una imagen, que retrate y fije su peripecia con la violencia. Aznar tiene a mano su “fuera de cuadro” con Irak y Obama el del cadáver que desapareció y ni falta hace buscar: quien quiera verlo allí lo tiene, expuesto; una presencia tan evidente como cerrada está la boca de Hillary Clinton debajo de su mano.

González no cesa de relatar lo que no fue para no verse obligado a recordar aquello que pasó. Aznar lo puede eludir sine die y Obama ni siquiera lo mencionó en su campaña. Allí están las imágenes de la violencia, contadas fuera de cuadro. Decía Barthes que escrutar una foto es volverla del revés, entrar en la profundidad del papel, alcanzar su cara inversa. Y puede que en estas dos fotos veamos, como en el retrato de Dorian Gray, a un Obama y un Aznar que envejecen mientras ellos intentan mantener una apariencia impoluta. Como el personaje de Oscar Wilde, la imagen de las fotografías se va deteriorando ya que acusa la desmesura que ha llevado a cabo y que está apuntada en la cara inversa de las fotos, en aquello que a simple vista no se ve.

Será por eso que Felipe González envejece a un ritmo galopante, quizás porque carece de una foto fija donde depositar ese desgaste y se exponga una y otra vez para explicar lo que ninguna imagen cuenta. Y puede que Aznar no abandone el gimnasio ni pare de correr para que el mechón de su cabello siga suelto, pendular, joven y libre de culpa, ajeno a toda violencia.