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Curso urgente de política para la izquierda radical (edición en griego)

La CE felicita a Tsipras y afirma que tiene el mandato de aplicar las reformas

Ignacio Molina

Hace ahora menos de tres meses, Alexis Tsipras era vilipendiado por todos sus socios de la UE y por la mayor parte de los analistas políticos o económicos internacionales. Acababa de convocar un referéndum que nadie entendía, tras cinco meses de gobierno mayormente estériles marcados por diversos episodios de enfrentamiento con Bruselas y los demás estados miembros; lo que incluía contraproducentes desaires a Berlín, guiños muy desconcertantes a Putin, el haberse coaligado con un partido nacionalista de derecha o el nombramiento de un ministro de finanzas bastante soberbio capaz de enemistarse con todos sus colegas del Eurogrupo. El mero anuncio de esa votación –interpretada por las instituciones europeas y las capitales nacionales como un o No maximalista a la permanencia en la moneda común- había provocado que a finales de junio se disparara de nuevo la ya de por sí altísima prima de riesgo y que se precipitara un corralito bancario que parecía hundir definitivamente la castigadísima economía de Grecia.

A Syriza sólo le parecía ir bien en los sondeos internos –gracias a un ambiente de épica que en general se atribuía a la retórica populista- y, más allá de las fronteras, en el espectro político e intelectual situado a la izquierda de la socialdemocracia que consideraba al líder griego un referente de lucha audaz contra las políticas de austeridad que tanto daño habían hecho al sufrido país. Pero incluso estos apoyos que podían servir de consuelo a Tsipras (sobre todo después del resonante triunfo en el referéndum) comenzaron a desvanecerse cuando a principio de julio, ante la inflexibilidad de Alemania y el resto de países acreedores, tuvo que ceder y firmar un tercer rescate que venía acompañado de una condicionalidad  tan dura como los anteriores. La facción más radical de su partido (representada por Lazafanis y Varoufakis) decidió abandonarle y sus más célebres admiradores externos, algunos adornados con el Premio Nobel de Economía, se declararon profundamente decepcionados. El joven y sonriente primer ministro resultaba en julio un desastre para casi todos -ya fueran apocalípticos o integrados- aparentemente condenado a pasar a la historia de la larga crisis del Euro como un breve paréntesis de esperanza idealista o heterodoxia imprudente. Pero entonces Tsipras siguió desconcertando y empezó a demostrar a todos que no había que subestimarle como político.

A finales de agosto decidió un nuevo adelanto electoral (el quinto seguido que vivía el país desde 2009) para renovar la legitimidad de su mandato y la mayoría parlamentaria perdida tras el abandono de una veintena larga de diputados que no aceptaron que Syriza olvidase su programa anti-memorando. En el momento de la convocatoria, los juicios sobre el primer ministro seguían siendo muy negativos pues, a su torpeza y final fracaso en las negociaciones con los acreedores o a su incapacidad para mostrar liderazgo interno, se sumaba la imagen de una Grecia incapaz de salir de la inestabilidad: cuatro elecciones en apenas tres años y todo un reguero de dimisiones, gobiernos efímeros o cismas partidarios. Pero Tsipras tenía clara su apuesta y ayer ganó. A partir de hoy, puede presumir de ser el primer jefe de gobierno de un país periférico que ha conseguido la reelección desde que comenzó la crisis de deuda en la Eurozona. Lo hace, además, con una mayoría casi idéntica a la de enero pero más margen para gobernar gracias a un grupo parlamentario ahora cohesionado que, para mayor regocijo suyo, ha visto como los radicales de Lazafanis eran fuertemente castigados en las urnas.

Más allá de esa lección de astucia política, el episodio deja otras enseñanzas más relevantes para el actual panorama político europeo. Desde luego, algunas van dirigidas a Alemania y al conjunto de actores responsables de la actual gobernanza de la UE: no se puede humillar a un país y Grecia (al margen de inaplazables reformas estructurales) necesita ser tratada con un mínimo de dignidad. Por difícil que resulte, Grecia tendrá que perseverar en el objetivo de modernizar su Estado, su modelo productivo y su cohesión social, pero sólo habrá posibilidades de lograr el empeño si es tratada con respeto y si sus ciudadanos sienten algo de  “ownership” en el empeño. El primer ministro tuvo la grandeza política de captar ese mandato popular y la habilidad de convertir una derrota negociadora en una sensación colectiva de que luchó hasta donde le fue posible y supo evitar ese Grexit que casi ningún compatriota quería.

Por supuesto, otras muchas de las lecciones van dirigidas a su propia plataforma de simpatizantes de izquierda euro-crítica, dentro o fuera de su país. Tsipras, por ejemplo, ha aprendido tras unos cuantos Consejos Europeos que la UE no se puede cambiar brusca y unilateralmente; mucho menos desde un país tan debilitado como el suyo. Ahora tiene claro que debe procurarse aliados (en Bruselas, París o Roma pero también en Madrid o Lisboa y, desde luego, Berlín o Fráncfort) para moldear poco a poco una política económica donde la austeridad ya no es, afortunadamente, el único ingrediente. Y ese convencimiento ha sido recompensado con el sorprendente deseo, ampliamente compartido entre sus colegas, de que fuera él y no el líder de la oposición conservadora europeísta quien ganara esta vez las elecciones.

Pero, por encima de esa sabiduría adquirida sobre cómo funciona la integración europea, Tsipras enseña que hay que tenerle mucho respeto al precipicio y que no es cierto que los ciudadanos no tengan nada más que perder tras muchos años de sufrimiento. En una sociedad avanzada e integrada en Europa, por mal que le hayan ido las cosas desde 2009 para acá, hay mucho margen para empeorar. Una Grecia fuera del euro sería mucho más insegura, aún menos próspera y, pese a todo, caería más bajo en bienestar y en orgullo nacional. Es muy posible que no todos los profesores de ciencia política enseñen bien a sus alumnos la importancia de Max Weber. En cualquier caso, Tsipras ha venido a recordar con urgencia que la ética de la convicción ha de conjugarse siempre con la de la responsabilidad.

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