La investigación y el análisis en temas de inmigración y asilo ha sido, desde siempre, un espacio rico en comparaciones cinéfilas. Desde el papel de los refugiados judíos centroeuropeos en el desarrollo de la industria cinematográfica estadounidense hasta las reflexiones de Javier de Lucas entorno a los inmigrantes desde la lógica ciudadanos/replicantes de la película Blade Runner, esta alianza ha servido para visibilizar con contundencia algunos elementos vinculados con las migraciones. De modo mucho más prosaico, y al leer las conclusiones del último Consejo Europeo del 15 de octubre sobre la crisis de refugiados en la Unión Europea, viene rápidamente a la cabeza aquella película sobre el día de la marmota, en la que lo que sucede, parece haber sucedido ya con anterioridad.
El último EUCO (como se conocen estos consejos en terminología comunitaria) ha puesto tres cosas en evidencia. Y ninguna de ellas es nueva.
En primer lugar, que ante la situación dramática a la que se enfrentan centenares de miles de personas que huyen de sus hogares devastados en busca de seguridad para sus familias, la Unión Europea no sabe alcanzar soluciones comunes. Incapaces de alcanzar acuerdos proactivos, los 28 estados miembro han optado por alejar el problema de sus fronteras. Sólo así se puede entender la aprobación del Plan de Acción con Turquía, en el que se habla de responsabilidades compartidas, se tantea la liberalización de visados y se establece un programa económico de ayudas, a cambio de la creación de seis centros de refugiados en el país que ayuden a controlar los flujos que llegan a las fronteras de la UE. Mejor, deben pensar algunos, trasladar la gestión del problema a Turquía (con los costes que ello implica en términos de seguridad y derechos humanos de las personas refugiadas, pero no sólo), que continuar demostrando que no se halla una solución común europea. Y además, deben pensar los mismos, tal vez así las opiniones públicas europeas dejen de prestar atención al tema. Nada nuevo, por un lado, en Turquía, donde ya existen campos de refugiados y que en estos momentos acoge a más de 2 millones de refugiados. Y nada nuevo en este nuevo intento de reforzar el ‘cordón sanitario’ que permite a la UE poner tiritas a heridas profundas.
En segundo lugar, confirmando que el único espacio en el que parece haber acuerdo es en el mayor control de fronteras. Después de los recursos invertidos en este ámbito en los últimos años (el único donde ha habido consenso) parece evidente que las acciones desarrolladas hasta la fecha no han convertido las fronteras europeas en más seguras. Por lo que no deja de sorprender que se insista en las mismas soluciones: principalmente más recursos para FRONTEX, deliberaciones en torno al desarrollo de un sistema europeo de guardia de fronteras y costas y una apuesta clara por reforzar la políticas de retorno. En una lógica más propia de un Consejo de Ministros de Justicia e Interior, los jefes de estado han seguido apostando por fortificar la ‘Europa fortaleza’, lo que tampoco es una novedad.
Y en tercer y último lugar, las conclusiones se olvidan de hablar de la gestión de la acogida e integración de las personas refugiadas en la UE. Así, parece difuminarse que hablamos de personas, de compromisos internacionales y de derechos, de tal modo que las ausencias y las propuestas que se recogen (y que llevan siendo repetidas a lo largo del año), deberían doler menos. En este contexto, la lógica ‘blade runner’ que se citaba al principio, y que distingue entre ciudadanos y replicantes, entre personas con derechos reconocidos y sin ellos, sirve para normalizar un enfoque en el que el cómo tiene mayor importancia que el qué.
Es cierto que las conclusiones se olvidan de muchas más cosas, entre otras, de afrontar las causas o de gestionar con mayor agilidad la acogida de las personas refugiadas en territorio europeo, por mencionar algunas. Pero sobre todo, se olvidan del para qué queremos una política de inmigración y asilo común: para continuar fortaleciendo un espacio compartido sustentado sobre los valores de la igualdad de trato, la solidaridad, el estado de derecho y el respeto fundamental a los derechos humanos.
Y en línea con esta lógica de la marmota a la que nos vienen acostumbrando las conclusiones de los Consejos Europeos y los Consejos de Justicia y Asuntos de Interior, vale la pena repetir que el reto también sigue siendo el mismo. Ahora, y para el próximo año sin lugar a dudas. Se trata, por citar algunos, de incardinar la política de inmigración y asilo en un ámbito que vaya más allá del control de fronteras, que apueste por el diálogo (no sólo sobre control sino también sobre derechos humanos) y la corresponsabilidad (efectiva) con los países de origen y tránsito, y que revise los instrumentos de entrada y gestión de la inmigración y el asilo en territorio europeo. Falta, de nuevo, más ambición por parte de la Comisión Europea y mayor solidaridad de los Estados miembros, entre ellos y en relación con el exterior. Falta, en definitiva, más (y mejor) Europa.