Desde hace sólo unos pocos años la irrupción de las nuevas lógicas comunicativas derivadas de la generalización del uso de Internet están cambiado la relación entre medios y política. Y, quizá también, al menos parte de la construcción de la opinión pública ciudadana. Si con anterioridad al mundo on line la comunicación se basaba, casi exclusivamente, en un esquema unidireccional entre emisor y receptor, ahora asoman nuevas formas. Analizaremos aquí cinco tendencias, cinco argumentos para el debate.
En primer lugar, si de un tiempo a esta parte el stablishment mediático se reducía a sólo un puñado de medios de comunicación encargados de dar entrada y salida a voces y temas de debate en el sistema de comunicación y, por añadidura, en el espacio público; ahora Internet y sus diversos “artefactos comunicativos” –redes sociales, blogs, microblogs, streaming, tecnologías móviles– están poniendo “patas arriba” lo que antes era oligopolio y concentración.
La aparición de nuevas voces, puntos de vista a veces irreverentes o colectivos defendiendo intereses desde el borde del sistema cobran ahora visibilidad en la esfera pública. Y, a veces, con inusitada fuerza, aspirando a influir en la opinión pública y en el sistema representativo. Políticos y periodistas “de toda la vida” se ven obligados a darles cobertura, muchas veces a regañadientes.
En segundo lugar, las nuevas tecnologías de la comunicación favorecen la aparición de un espacio público nuevo –el ciberespacio– en el que todo medio, profesional de la información, partido político o candidato que se precie debe encontrar su sitio. Muchos periodistas y políticos que han abierto una cuenta en Twitter replicando pautas de comunicación tradicionales no han encontrado otra cosa que no sea la mofa de los demás usuarios. Su incomprensión sobre el nuevo medio les ha derrotado.
Y es que en las redes sociales la pauta de relación emisor-receptor, precisamente por su carácter abierto, de desempeño borroso de roles, se ha vuelto más horizontal. Esta tercera característica del mundo que se va abriendo paso bajo nuestros pies apunta hacia la invalidez paulatina de los modos “desde arriba hacia abajo”. Para un número creciente de ciudadanos este modo de comunicar chirría cada vez más, suena arcaico, vacío e, incluso, demagógico. Bien al contrario, el usuario medio de Internet interesado en política parece ser un ciudadano acostumbrado a un debate más abierto, en el que no sólo se admiten preguntas sino que siempre ha lugar a comentarios, contrapuntos de vista, crítica, sarcasmo o añadido de información adicional. Más horizontalidad e interactividad y menos eslóganes vacíos.
A fuerza de habitar estos espacios, de socializarse en ellos, de utilizarlos para hacer amigos, trabajar, encontrar pareja, rescatar amistades y acceder a un tipo de información más rica y procedente de los más variopintos lugares está ya entre nosotros una nueva generación de ciudadanos. Personas, en su mayoría jóvenes, con una pauta de interrelación con el mundo de la política, como poco, diferente. Acostumbrados a contestar, a alzar la voz, a reírse a carcajadas o a llorar de indignación. Así, se entiende que ese “no se admiten preguntas” tan habitual en las comparecencias de muchos de nuestros políticos entra progresivamente en el otoño.
No sólo el derecho a réplica se está convirtiendo en una exigencia ciudadana sino que, aunque sea de manera breve –en los 140 caracteres de Twitter, por ejemplo– se discute, se contra argumenta, se critica, se difunde información con los contactos y se trae al presente acontecimientos pretéritos para confirmar, desmentir o, simplemente, dejar en evidencia la rigidez y fanatismo de algunos repetidores de palabras huecas.
En cuarto lugar, estas lógicas comunicativas enlazan con una nueva forma de implicarse en las causas políticas, mucho más económica, líquida y veloz. Junto a los viejos repertorios de acción colectiva (huelgas, manifestaciones, ocupación del espacio público, boicots al consumo) emerge ahora el “retuiteo” de la injusticia, el “me gusta” de Facebook hacia una buena causa, los “desdecires” de algunos políticos que rayan lo absurdo. Se trata de un “indignarse” de otra forma, a través de información procedente de fuentes que elegimos de una manera más o menos laxa: Amigos, familiares, seguimiento de medios y periodistas “a la carta” y, muchas veces, fuentes alternativas a las de siempre.
Esta circunstancia nos permite rescatar del olvido viejas teorías de la comunicación que creíamos superadas como aquella que, a mediados de la década de 1950 de la mano de Lazarsfeld y Katz (Personal influence), hablaba de un “doble flujo de comunicación”. A saber, mensajes de los medios a los líderes de opinión y de su acción filtradora a la ciudadanía. De modo que lo importante a la hora de hablar de influencia política se situaba mucho más, paradójicamente, en la comunicación interpersonal que en la de masas.
¿Están surgiendo nuevos líderes de opinión conformados por “conocidos” y aquellos a los que decidimos “seguir” que nos ofrecen un menú informativo diferente? ¿Tienen las nuevas tecnologías de la comunicación un componente “quasi interpersonal” que desafía la ortodoxia emisor-receptor y la construcción mediática de la agenda temática? Tengo que reconocer que he podido acceder a informaciones reenviadas por gente a la que “sigo” en Twitter que, de otra forma, hubiesen permanecido en la penumbra. Visitas a las esquinas de la “blogosfera” que manejan encuadres de temas de debate antaño excluidos. Creo que he salido ganando.
Sin embargo, esta participación laxa, a golpe de “clic de ratón”, para algunos analistas, constituye toda una incógnita y, sobre todo, no cristaliza suficientemente en una reivindicación sólida si no es acompañada por las “viejas” formas de protesta. Y aquí se puede hablar de una quinta característica: Al lado del empleo de las nuevas tecnologías convive y se retroalimenta la ocupación del espacio público, las manifestaciones y otros actos de protesta tradicionales. Diría más, sólo de la amalgama entre lo “viejo y lo nuevo” se pueden entender movimientos como el 15M y muchos otros emparentados con su acción pionera, tal y como pudimos analizar en una reciente publicación.
Por añadidura, redes sociales y microblogs necesitan también de la sinergia con los medios de comunicación más tradicionales, que ni han dejado de existir ni, probablemente, desaparecerán en el medio plazo. Permíteseme volver al ejemplo del 15M, potenciado desde todo tipo de plataformas on line, pero iniciado antes (manifestación a la antigua usanza) y sustantivado después (ocupación de la plaza pública) desde los repertorios tradicionales de acción colectiva. Y lo que es más importante, el grueso de la opinión pública no hubiese tenido noticia de su existencia y de sus múltiples objetivos sin las cámaras de televisión y el análisis de la prensa de referencia.
Las cinco cuestiones aquí sólo esbozadas invitan a la reflexión y el debate que todo momento de cambio necesita. La interrelación entre política, medios de comunicación y ciudadanía se encuentra en un proceso de transformación muy profundo que contiene elementos de cambio pero también de continuidad. Y todo ello está sucediendo ahora mismo, basta abrir los ojos y doblar la ciberesquina.